Por Raja Abdulrahim / The New York Times
DAMASCO, Siria — Durante gran parte de su vida, Sumaya Ainaya pasó los fines de semana y las noches de verano en el Monte Qasioun, que domina la ciudad de Damasco, acompañada por otros sirios bebiendo café, fumando narguile y comiendo elote asado.
Pero poco después de que estalló la guerra civil siria en el 2011, el Ejército del Presidente Bashar al-Assad cerró la montaña. De repente, en lugar de que las familias dispararan fuegos artificiales al cielo, soldados con tanques y lanzadores de artillería disparaban contra las zonas controladas por los rebeldes abajo.
Este Día Último, semanas después de que una coalición de rebeldes depusiera al régimen sirio, Ainaya, de 56 años, y su familia regresaron con bocadillos y recuperaron su lugar de esparcimiento favorito.
“Gracias a Dios hemos vuelto —sentimos que podemos respirar de nuevo”, dijo Ainaya, licenciada en literatura árabe y madre de cuatro hijos, parada en una colina y señalando los lugares emblemáticos de Damasco.
“Sentimos que la Ciudad nos ha sido regresada”, dijo su hijo Muhammad Qatafani, de 21 años, estudiante de odontología.
Los sirios están acogiendo espacios y libertades que estuvieron vetados durante años bajo el régimen de Assad. Muchos dijeron que cada vez más sentían que el País no les pertenecía.
Pero con la nueva sensación de libertad viene cierta inquietud sobre el futuro bajo un Gobierno formado por rebeldes islamistas, y sobre si con el tiempo podría imponer nuevas restricciones y limitaciones.
Ahmed al-Shara, el nuevo líder de facto de Siria, dijo que podría tomar de dos a tres años redactar una nueva Constitución y hasta cuatro años celebrar elecciones, alarmando a los sirios que temen haber cambiado a un líder autoritario por otro.
Por ahora, también hay un grado de caos a medida que el Gobierno interino se apresura a priorizar ciertas medidas de construcción del Estado sobre otras. Con muchas restricciones eliminadas, hombres y niños venden gasolina de contrabando en garrafas en las esquinas.
A pesar de la ansiedad, la gente está regresando a espacios en Damasco, la capital. En la calle se pueden escuchar canciones de protesta que podrían haber enviado a alguien a prisión hace un mes.
“Dejamos de ir a espacios públicos porque sentimos que no eran para nosotros, eran para el régimen”, dijo Yaman Alsabek, líder de un grupo juvenil, sobre su País bajo el régimen de Assad.
Su organización, Equipo Sanad de Desarrollo, ha comenzado a organizar esfuerzos juveniles para ayudar a limpiar las calles y dirigir el tráfico. “Cuando Damasco fue liberado y sentimos este renovado sentido de propiedad, la gente salió a redescubrir su Ciudad”, dijo.
Después de la sorprendente victoria de los rebeldes el mes pasado, íconos del régimen de Assad fueron derribados. Niños juegan en los pedestales que alguna vez sostuvieron estatuas de Al-Assad, su padre y su hermano. Murales cubren espacios donde estaban estampados lemas a favor del régimen.
En un día lluvioso reciente, sólo había lugar de pie en el auditorio antes sede del partido gobernante Baath, que representaba el control totalitario de la familia Assad sobre el discurso. Cientos de personas se reunieron para escuchar a una actriz siria, Yara Sabri, hablar sobre los miles de prisioneros detenidos y desaparecidos en el País. Semanas antes había estado exiliada por su activismo. Ahora, una bandera siria colgaba sobre el atril en el que habló.
“Todos decidimos cómo será y cómo queremos que sea”, dijo Sabri sobre el futuro del País.
Zeina Shahla contribuyó con reportes a este artículo.
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