Crónica de un tráfico

En un diluvio interminable en Tegucigalpa, el embotellamiento se convierte en reflexión y música, mientras la ciudad revela su desorden y belleza

  • 01 de octubre de 2024 a las 00:00
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Me figuré yo como en aquel cuento de Julio Cortázar en el que hay un embotellamiento que dura días, y se forma en la carretera una especie de vecindario, pero no era la autopista del sur, sino Tegucigalpa. Llovía intensamente.

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Como acostumbramos casi todos, me acompañé de música para soportarlo. Empecé bien: “Llorar” de Los Socios del Ritmo, una canción lo suficientemente alegre para consolarme de mi citadino problema. La calle por la que pasaba se había llenado de agua y los carros comenzaban a pasar muy lentamente por ese sitio, con la fe de que bajo esa corriente improvisada no hubiera un bache o viniera una piedra grande, que nos hiciera lamentarnos y pensar en una visita a nuestro mecánico de confianza.

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La lluvia no cedía y vi por el ya aguado vidrio de mi ventana a un grupo de personas haciéndose un nudito para no mojarse mientras llegara el bus que los condujera a sus hogares o posiblemente hasta otro sitio donde tomarían otro bus (y allí sí, hacia los hogares). Pensé en el transporte público, en las cíclicas protestas por la situación de inseguridad que viven, en lo incómodo que es transportarse en las horas pico. En resumidas cuentas, pensé en que la lluvia sería menos severa en una ciudad mejor acondicionada.

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Como el tráfico era tanto y nos movíamos tan poco, al rato me comenzó a perturbar el ruido de un carro que venía detrás, era un chillido que aumentaba cuando daba los pocos acelerones que nos permitía esa vuelta de rueda.

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Cuando volví a cobrar conciencia de la música, sonaba lo que la aplicación que uso como reproductor llama “Monólogo 1” de Facundo Cabral, que me acompañaría por los siguientes diez minutos. Es un monólogo que comienza hablando de la unidad del mundo, de que, si no cambiamos, desaparecemos. Habló de César Vallejo y de cómo hizo maravillas a partir de algo que parece tan negativo como la tristeza. Escuché citas de Gandhi, de Tagore, Manuel Machado, entre otros. Me consoló saber que la vulgaridad del tráfico había provocado que elevara un poco el pensamiento con esa buena reflexión.

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El carro de atrás seguía emitiendo ese ruido. Pensé en lo extraño que era que entre ese carro de atrás y yo no hubiera otro ya, porque en los tráficos toca lidiar con los “vivos”, los que creen que a nadie más se le ocurre avanzar hasta el inicio de la fila para ahorrar tiempo, y por eso se creen más listos, pero se trata nada más de que algunos tenemos lo mínimo de educación y tratamos de respetar las reglas.

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Fui cortés con unos peatones que, ante una lluvia que ya era menos intensa cruzaron la calle y recordé que tengo la sensación de que en alguna parte del municipio abundan los pasos de cebra y otros elementos que ayudan a la seguridad del peatón, pero en algunos otros menos, opino que debería haber más, todos los que se pueda. Pero tal vez solamente sea solo una idea mía.

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Durante el camino se me ocurrieron varias ideas, repasé mis asuntos personales y cuando probablemente los agoté, pensé en los problemas de país, tuve la intención de sintonizar los noticieros de esa hora, pero recordé lo cansado que estoy de escuchar peleas, ataques, exageraciones, exabruptos y justificaciones. Por ese día, por ese momento, preferí la música.

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Esa tarde estuve más horas en el tráfico que en mi trabajo. Por cierto, bonitas las celebraciones de Tegucigalpa. Para cuando llegué a mi destino sonaba “Solo un momento” de José Madero.

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Josué R. Álvarez
Josué R. Álvarez
Escritor y docente

Autor de “Guillermo, el niño que hablaba con el mar”, “Instrucciones para un taxidermista” y “De la estirpe del cacao”. Ganador del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Concurso de Cuentos Cortos Inéditos “Rafael Heliodoro Valle” y el Premio Nacional de Poesía Los Confines.

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