El sistema político estadounidense -incluyendo el electoral- revela un deterioro ante los embates de la ultraderecha del Partido Republicano y los sectores políticos, religiosos, financieros, judiciales y legislativos que lo respaldan.
Trump es la más reciente demostración de esta tendencia que se remonta a finales de la década de los novecientos setenta y los períodos presidenciales de Reagan (1981-1989), cuando se implementaron leyes para desmantelar el protagonismo del Gobierno Federal contenido en el New Deal de Franklin D. Roosevelt (1933-1945), como respuesta que rescató al capitalismo del severo impacto de la Gran Depresión iniciada en 1929.
El marco teórico justificativo de la contrarreforma neoliberal lo proporcionó el economista Friedman, inspirado en Hayek: reducción de los impuestos pagados por la clase alta, supuestamente para que invirtieran y generaran empleos, resultando en una mayor concentración de ingresos en la élite y mayores desigualdades sociales; reducción y/o abolición de programas federales asistenciales dirigidos a sectores de bajos ingresos; nombramiento de magistrados y jueces republicanos; incrementos significativos en las asignaciones presupuestarias al Departamento de Defensa; desregulación de los controles federales al sistema financiero y bursátil, facilitando con ello especulaciones en detrimento de ahorristas e inversionistas.
Hoy, Trump ha llegado a imponer control total sobre ese partido político, al punto que aquellos correligionarios disidentes, con el rumbo al que ha conducido y pretende profundizar -de retornar a la Casa Blanca-, son declarados enemigos.
El extremismo ideológico es tal que lo declarado por el presidente republicano, general Eisenhower (1953-1961), en su mensaje de despedida dirigido a sus compatriotas al concluir su segundo período presidencial, advirtiéndoles acerca del “complejo industrial-militar”, hoy es percibido como expresión propia de un “izquierdista”.
Las legislaturas republicanas en los estados en que son mayoría restringen el derecho al sufragio, a fin de que las minorías étnicas y los jóvenes, que tienden a favorecer con su voto a los demócratas, no puedan hacerlo; emiten disposiciones que censuran la enseñanza de temáticas como el racismo y la esclavitud en los centros educativos, también libros en bibliotecas escolares y colegiales públicos.
El general John Kelly, que sirvió en la Casa Blanca bajo las órdenes directas de Trump en su presidencia (2017-2021), desempeñándose como jefe de su Estado Mayor, concluye que reúne todas las características de un “fascista”, en varias ocasiones expresando admiración por Hitler y que, de ganar la elección del 5 de noviembre, actuará como dictador, imponiendo su voluntad por sobre la Constitución, opuesto al equilibrio e interdependencia de los tres poderes estatales y a los límites de su autoridad presidencial, utilizando al Ejército para castigar a sus adversarios.
Más de ochenta galardonados con el Premio Nobel en Medicina, Física, Química y Economía se han pronunciado a favor de Harris.
Para evitar actos fraudulentos durante la elección, el mandatario Biden debe, urgentemente, solicitar a la ONU, OEA y Comunidad Europea el envío de observadores en cada uno de los cincuenta estados de la Unión y el distrito de Columbia, a efecto de detectar y denunciar todo tipo de manipulaciones e imposiciones electorales.
¿Qué sucederá si el Colegio Electoral vota a favor de Harris? ¿Apelará Trump nuevamente a sus seguidores a desconocer tal decisión y repetir actos violentos, tal como ocurrió el 6 de enero de 2021, al asaltar la Cámara de Representantes, con saldo de muertos y heridos?
¿Quo vadis, Estados Unidos de América?