Si una mañana cualquiera un extranjero de visita en nuestro país decide hacer zapeo para distraerse quedará estupefacto; hay tantos foros como canales de televisión, por donde desfila la aparatosa fauna política y una cuadrilla de supuestos analistas especialistas en nada y opinadores de todo.
Debate, lo que se llama debate, no existe. Los invitados a estos repetidos coloquios suelen dedicar sus participaciones a atacar sin fundamento y -como es habitual- acusar sin pruebas, vociferar necedades; especialmente cuando se trata de políticos que no desperdician ocasión para hacerse notar, que los conozcan, que les vean... porque, ya que les crean, es pedir demasiado.
En otras naciones, otras civilizaciones, los políticos y los aspirantes ascienden en sus partidos y toman puestos de mando con base en la capacitación recibida, la comprensión de su doctrina, el talento que demuestran, su capacidad organizativa, liderazgo, simpatía, cosmovisión, hasta un poco de cultura general y algo de interés en el conocimiento. Por eso siempre tienen algo que decir y cuando hablan merece la pena escucharlos.
La mayoría de los políticos nuestros que se exhiben en los medios y en las redes dan pena o dan risa, o las dos cosas, o ninguna, no sé qué es peor. No es muy difícil entender cómo llegaron a crecer tanto dentro de sus partidos, pero sí atropella la razón aceptar que han llegado a ser ministros, directores, gerentes, administradores o diputados. En el barrio se conforman con el resignado “sólo en Honduras pasan estas cosas”.
Y no, no se trata de títulos universitarios, que ya no garantizan mucho, hay quienes tienen dos y los disimulan bien, hay varios con maestrías que no se les notan; miren en ese Congreso Nacional, cohabitan los abogados que dan risa y las doctoras que dan pena, y son los que más aparecen en las entrevistas y en las redes. Si en manos de estos señores y señoras está el futuro de prosperidad, paz y desarrollo del país, mejor esperemos sentados.
El caso es que en Honduras no hay debate, si lo entendemos como ese ejercicio de plantear ideas, definir puntos de vista y respaldarse con argumentos. No es para pelear, descalificar o acusar, sino para llegar a un punto intermedio, al razonamiento, la comprensión y, por qué no, al convencimiento; dejar la propuesta bárbara de “para qué discutir si lo podemos resolver a tiros”.
En su desconocimiento, muchos de estos políticos y presuntos “analistas” ni se enteran que en los medios de comunicación los buscan porque están en línea con la propia oposición del medio, o porque sus disparates son parte del entretenimiento; los invitan al set o les mandan cámaras para que suelten cualquier tontería, el argumento absurdo, el insulto incontenible, la frase hilarante.
Desde luego, en los partidos políticos hay gente talentosa, juiciosa, íntegra y preparada, aunque son los que menos aparecen, hasta que un día superemos el peor subdesarrollo: el intelectual.