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¿El poder de la mentira o la mentira del poder?

“Los comunistas deben hallarse dispuestos a todos los artificios, incluso, en caso de necesidad a emplear todo género de ardides, planes, estratagemas ilegales y hasta a negar o disimular la verdad”. Lenin.

Desde hace mucho tiempo, la mentira ha sido una herramienta de poder en la política. Su efectividad en el manejo de la opinión pública y el control del Estado es innegable. Desde el engaño en las promesas de campaña hasta la manipulación de los hechos y la distorsión de la verdad, los políticos han recurrido a la mentira con gran habilidad y frecuencia.

La mentira crea una narrativa que beneficia los intereses del político y del partido en el poder. En Honduras, esta ha sido la práctica diaria, el discurso oficial y la regla de medir la inmoralidad de tanto farsante con autoridad, de la derecha de antaño, de viejos dictadores y serviles funcionarios, los taimados populistas, los agazapados de la democracia social, hasta esta nueva izquierda de parentesco y sangre.

Esto significa que la historia ha sido larga y tendida en estos menesteres de negar las verdades que se presentan, alternándose para ocultar información o hacer que la percepción del público sea favorable. La clave es gobernar negando la existencia de problemas desencadenados en crisis.

Luego, culpar a los otros embaucadores que gobernaron antes que ellos. De paso, la mentira es utilizada para desacreditar a los oponentes políticos, acusándolos de actos ilegales e inmorales, inventando historias sobre ellos que difamen su imagen pública.

Este tipo de táctica ha sido utilizada en numerosas ocasiones durante campañas electorales para hacer que los candidatos rivales sean descalificados por la opinión pública y se ganen más adeptos. Cuando estos individuos llegan al poder, siguen con la misma táctica: aplicando la mentira para ser utilizada como apoyo a las decisiones y políticas impopulares que el Gobierno implementa.

Esto implica tergiversar los datos y presentar información incompleta para elaborar argumentos deseados, con una maestría casi perfecta en la manipulación y falsificación de datos para respaldar la desastrosa administración.

Sin embargo, el poder de la mentira en el Estado y la política no es absoluto, siempre el destello cegador de la verdad sale a la luz y deja expuesta toda la manipulación. No importa el tamaño del poder de la mentira, en política puede ser grande, pero no será una herramienta infalible en el largo plazo.

Tendremos que ser los ciudadanos y organizaciones civiles que no nos revolvemos ni juntamos con la falacia estatal, los que debemos trazar la verdad, en la toma de decisiones informadas, con una agenda clara frente a las demandas de la sociedad, con procedimientos más efectivos y participativos.

Si permitimos que la mentira prevalezca, se erosiona de una vez por todas la poca confianza en las instituciones. De paso, acabaría con estos líderes de cartón, que sería el ideal, pero hay que salvar la institucionalidad y sostener la democracia que se nos cae a pedazos.

Además, hay que protegerla de los gobernantes absolutos que pueden socavar su legitimidad y su eficacia. No mientan en nombre del Estado, la verdad es el acto más democrático que pueden hacer, con un juicio crítico por parte de todos los actores sociales, con la capacidad de evaluar las situaciones políticas desde una perspectiva ética y racional, sin dejarse llevar por prejuicios o intereses.

Esto implica reconocer la pluralidad y la diversidad de opiniones, pero también exigir responsabilidad y honestidad de quienes nos representan. ¡Gobernar es una virtud cívica que debemos cultivar para defender la verdad en democracia! Lo demás es un simple discurso que nadie cree.