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El ritmo circadiano de Tegucigalpa

Si solo fueran los baches, el desquiciado tráfico de la capital sería menos problema, pero se combinan desesperantes la deficiente infraestructura urbanística y el irrespeto vial de los ciudadanos, que los ralentiza dos y hasta tres horas en insufribles atascos en avenidas y bulevares. También pasa en San Pedro Sula, algo en La Ceiba y un poco en Choluteca.

La red vial capitalina -con sus cuestas, sus antiguas callejas del centro, los bulevares sin mantenimiento durante décadas- apenas alcanza para la movilización de 200 mil vehículos ¡y circulan 600 mil!, incluida una infinidad de motos, en su mayoría, en manos de imprudentes y temerarios.

Los sampedranos tampoco la pasan bien, se embrollan entre 350 mil vehículos, que molestarían menos si no fuera por los otros 300 mil que suman diariamente a sus calles los vecinos que llegan a trabajar o a hacer diligencias desde Choloma, Villanueva, La Lima, El Progreso o Puerto Cortés.

Las peores horas van entre las 6:30 y 8:30 de la mañana; y entre 4:30 y 6:30 de la tarde, coinciden con nuestro ritmo circadiano, ese sistema biológico que nos activa con la luz, sobre todo del sol, y nos somnolienta al oscurecer, para ayudarnos a mantener un equilibrio entre la vigilia y el sueño.

El ritmo circadiano -que experimentan todos los seres vivos: plantas, microorganismos y animales- permite que al oscurecer, el cuerpo aumente la temperatura periférica y produzca melatonina, la hormona que causa somnolencia y nos hace dormir; con el estímulo de la luz, en la mañana, caen esos niveles hormonales y nos ponen alertas, despiertos.

En esos momentos cruciales para el buen funcionamiento de nuestro organismo estamos colapsados, maldiciendo en el insoportable tráfico. Parece inevitable sufrir trastornos que afectan el rendimiento durante el día y el descanso por la noche, vamos, que algo tiene que ver con el estado de ánimo y comportamiento -a veces irritables- de las personas.

Es decir que si se quieren soluciones audaces para el problema del tráfico, no solo deben considerar el ahorro de una factura petrolera cada vez más lejana y más alta; o el control de contaminación, la polución que nos enrarece el aire; también deben priorizar la salud emocional de los ciudadanos.

El metro podría ser; ha sido respuesta para caóticas ciudades. Tegucigalpa cumple requisitos: más de un millón de habitantes, colapso vial, deficiente transporte público, y podemos agregarle inseguridad y bajos salarios, que no alcanzan para el taxi. Así que una concesión a una empresa privada no sería descabellada.

Sería impopular e inoportuno restringir la circulación de los carros; mejor, buscar soluciones atrevidas, como construir una avenida sobre el bulevar Fuerzas Armadas o encima del anillo periférico ¿que faltarán estudios y dinero? Obvio, pero si otras ciudades las hicieron, no son imposibles, ni estas ni otras obras. Imaginación y decisión.