El consumismo agrava las dificultades para quienes vierten sus expectativas en la apariencia y en una valía personal dudosa, en la que feos modales y vocabulario procaz son vías de aceptación en los grupos. ¡Qué grupos! Hay en todas las escuelas y en todas partes. Y ante la ceguera de los padres. Quien no sea vulgar y grosero puede parecer raro y ser excluido y víctima de acosadores. A los jóvenes no se les puede permitir nada incorrecto sin que tenga consecuencias y se tomen las precauciones para que no repitan su mal comportamiento. Así se forman valores. Y con el ejemplo. No con regalos y volviendo la mirada o haciéndoles creer que son lo que no son. Dispensarles errores y peor, encubrirles delitos y todavía creer que los demás los ignoran, es incrementar el efecto dañino de tales actos y arruinar aún más la sociedad. Alguna razón tendrán para evitarles la cárcel a sus hijos, con la tragedia que ahí se vive. A lo que nadie tiene derecho es a denigrar escuelas de probada excelencia, con supuesta falta de valores. Las escuelas pueden hacer poco, son los padres los responsables de formar los valores en sus hijos. Se ha convertido en cuestionable herramienta de marketing escolar el argumentar que en tal escuela se fomentan valores y en tal otra no. Temible falta de ética de quienes se dicen sus abanderados. Ver sucio en el ojo ajeno cuando es viga la que tienen en el propio, no ayuda en la mejora de nuestra sociedad. Jóvenes ludópatas, dipsómanos, ebrios que atropellan y matan a otros jóvenes, señoritas que llegan embarazadas al matrimonio o antes le han dado gusto al cuerpo, egresan de todos los centros escolares, sin excepción. Porque no depende de la escuela, sino de varios factores, el principal, las familias de las que provienen, que es en donde en realidad se enseñan a los hijos. Cambiar la sociedad empieza en la familia y sobre todo en los padres. No con aparentes aires de santidad, sino con autenticidad. Cualquier día es bueno para empezar a ser éticos. De verdad.