Como ocurre tradicionalmente cuando se acerca el fin del calendario, muchos comienzan a hacer un ambicioso listado de resoluciones para el año cuya cuenta está pronta a iniciar. Las hay de todo tipo: personales y colectivas, las más devocionales o terrenales, unas postergadas -que tan solo se reciclan- y otras con aroma a imposible milagro. Y todo ello por el extraño efecto anímico y renovador de una nomenclatura concertada entre los de nuestra especie, para referirnos a esa vuelta de traslación del planeta que habitamos, alrededor de la estrella amarilla que sustenta la vida y hace posible el cien por ciento de lo que sucede.
Atrapados por esa contagiosa esperanza, habrá quienes se marquen metas para su bienestar y salud, o para su crecimiento y mejora en distintos ámbitos. La ocasión es propicia pues permite iniciar con bríos esas nuevas determinaciones, a la vez que se deja atrás un ciclo concluido en el que quizás no se lograron ni intentaron. Especialistas en el comportamiento humano le dirán que, si se decide hacer un listado de propósitos, mantenga la lista de metas corta y realizable en ese período de tiempo que ha previsto (el año nuevo que recién empieza), además de hacerla medible para no decepcionarse en el recorrido. Dicho de otra manera, no hay nada de malo en hacer ese listado de resoluciones, mucho menos en planteárselo en los estertores del mes de diciembre. Lo que no es conveniente es pecar de poco realista o engañarse solo, en detrimento de las propias expectativas.
Algo así parece estarle ocurriendo a políticos y a los saltimbanquis de opinión pública que les sirven de corifeos. Como quien desea aprobar un difícil examen de promoción estudiando a última hora, se ofrece realizar en cortísimo plazo (once meses) lo que no se pudo lograr en las tres cuartas partes iniciales del cuatrienio, aprovechando la oportunidad para repartir responsabilidades de yerros y omisiones a los demás, sin autocrítica ni enmienda alguna. Lo mismo puede decirse de la demencia colectiva que invade espacios como la cámara legislativa, donde no hay quien recuerde sus actos avalando o cuestionando eventos del pasado reciente. Hasta se suscitan hechos paradójicos de personajes que hoy abusan del poder en formas que antes cuestionaban o viceversa, rasgándose vestiduras por prácticas que dominaban con maestría en el oficio (revísese la bitácora del Congreso Nacional en la última década; ahora, en un año de legislatura, se augura “limpiar la mesa” y consensuar lo que no se dialogó bien en tres ¡faltaba más!).
En apenas dos meses y con fecha límite en marzo, los tres partidos políticos con más membresía en los últimos lustros pretenden democratizarse y popularizarse entre una ciudadanía que desconfía de ellos y sus juegos internos. Y para noviembre, vea usted, cada uno tiene su propia “lista de deseos”: uno sueña con renovar viejas y prósperas glorias, otro con ilusionadas horas extras y alguno con “perdón y olvido”.
El nuevo año es tiempo de resoluciones. No olvide hacer las suyas.