Comenzamos un nuevo año sumido en una profunda incertidumbre. Este 2025 que recién inicia se perfila como uno de los más desafiantes de nuestra historia reciente.
Un año político en Honduras, que será un torbellino de eventos y emociones, marcado por elecciones que definirán nuevas autoridades en un clima ideológico polarizado, mientras el país se encuentra dividido, con tensiones palpables entre facciones políticas y sociales desiguales.
La presidenta Xiomara Castro ha sido una figura central en este escenario, enfrentando críticas y desafíos tanto internos como externos. Sus recientes declaraciones sobre reconsiderar la cooperación militar con Estados Unidos si el presidente electo Donald Trump sigue adelante con las deportaciones masivas han generado un intenso debate. Mientras algunos consideran sus palabras como una defensa necesaria de los derechos de los hondureños, otros asumen que estas acciones serán el detonante para poner en peligro la estabilidad del país.
En este contexto, las elecciones se presentan como un momento crucial para el futuro de Honduras, estamos ante una encrucijada, frente a la misión de los privilegiados de mantener el poder a cualquier costo, sin importar las consecuencias para el país, donde el poder político y económico está concentrado en manos de familiones influyentes. Convertidos en la clase dominante que antes odiaban, esta élite socialista controla gran parte de la economía, la política y la justicia del país, manteniendo su influencia y tomando decisiones que afectan el presente y el futuro de la sociedad hondureña.
La concentración de poder de este grupo ha contribuido a la desigualdad y la escasez en el país, donde el 65% de la población vive en condiciones de pobreza a pobreza extrema; afinada con una estructura de poder planteado para un largo camino y no para 4 añitos que se oxidan entre sombras y farsas. “La agenda bolivariana” demanda más tiempo para mantenerse al frente, con estas familias ejerciendo un control total, los dueños de las voluntades y milagros en Honduras.
El gran desafío del 2025 exige un cambio radical. No podemos seguir permitiendo que un grupúsculo se beneficie a costa del sufrimiento de la mayoría. Necesitamos líderes honestos y comprometidos, capaces de tomar decisiones difíciles y de trabajar en equipo para sacar al país adelante. Replantearnos una democracia orgánica y encarcelar a los corruptos de una buena vez.
¿O seguiremos esperando que nos restrieguen en la cara la vergüenza con la inclusión de más de 50 hondureños en la lista de actores corruptos y antidemocráticos del Departamento de Estado de EUA?
Esto no es el socialismo democrático que pregonan. La esencia de ese sistema es fortalecer la república para que los ciudadanos participen activamente en los procesos electorales, exijan claridad y rendición de cuentas de sus líderes. Además, es crucial implementar reformas que garanticen la independencia y la transparencia de las instituciones electorales.
Debemos alzar nuestras voces y exigir que se ponga fin a esta orgía de poder y putrefacción. Exigir políticas públicas que generen empleo, que reduzcan la pobreza y que garanticen una vida digna para todos los ciudadanos. La democracia no puede florecer en un ambiente donde los delincuentes políticos nacen por decreto. Las elecciones son una oportunidad para renovar nuestro compromiso con los valores democráticos y asegurar que nuestros líderes representen los intereses del pueblo, no los de su herencia familiar.
Hagamos oír nuestras voces para lograr el cambio que Honduras necesita. La democracia y la justicia no son solo ideales; son derechos fundamentales que debemos defender y promover con determinación y valentía.
El futuro de nuestro país está en juego. Lo demás solo son sombras y promesas.
