Opinión

Derechos, deberes y solidaridad

La Constitución de la República establece en su capítulo II los Derechos Individuales, artículo 70, que todos los hondureños tienen derecho a hacer lo que no perjudique a otro y nadie estará obligado a hacer lo que no estuviere legalmente prescrito ni impedido de ejecutar lo que la ley no prohíbe. Ninguna persona podrá hacer justicia por sí misma, ni ejercer violencia para reclamar su derecho.

En su artículo 72 indica que es libre la emisión del pensamiento por cualquier medio de difusión, sin previa censura. Son responsables ante la ley los que abusen de este derecho y aquellos que por medios directos o indirectos restrinjan o impidan la comunicación y circulación de ideas y opiniones.

En el artículo 79 se regula que toda persona tiene derecho de reunirse con otras, pacíficamente y sin armas, en manifestación pública o en asamblea transitoria, pero simultáneamente condiciona a que las reuniones al aire libre y las de carácter político podrán ser sujetas a un régimen de permiso especial con el único fin de garantizar el orden público.

Como se puede comprobar de los artículos anteriores, en nuestra Carta Magna se establece claramente el balance que debe existir entre los derechos y deberes de las personas.

Lo expresado anteriormente tiene como propósito dejar claramente establecido que como decía el político liberal mexicano Benito Juárez, “Entre los individuos, como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, y por lo tanto, los derechos de las personas terminan donde comienza el derecho de los demás.

En Honduras existen grupos de compatriotas que, opuesto a lo anterior, piensan que ellos solo tienen derechos y que por lo tanto pueden hacer y deshacer a su libre albedrío sin importar como afectan al resto de la ciudadanía.

Para muestra de lo anterior, tenemos que bajo el pretexto que los ciudadanos tienen el derecho a manifestarse, se viola el derecho de circulación del resto de la ciudadanía tomándose arterias y carreteras principales, se destruye la propiedad privada, manchando y destrozando edificios y vehículos privados y públicos, sin que los delincuentes sean castigados.

Estas acciones se han vuelto tan comunes que ya las autoridades las consideran como normales y no hacen el mínimo intento de encontrar los culpables y aplicarles la ley.

Igualmente, esgrimiendo sus reivindicaciones salariales en los últimos 25 años los maestros han atentado contra el derecho de los alumnos a recibir 200 días de clase y una educación de calidad, condenando a los niños a seguir viviendo en la situación de miseria en que se encuentran.

Por su parte y bajo los mismos argumentos de mejoras salariales, los trabajadores de la salud y los médicos internos suspenden los servicios en los hospitales públicos, negando los servicios a la gente pobre que es la que asiste a estos centros.

Además de violar los derechos de los niños y de los pacientes pobres, estas personas demuestran su escasa voluntad de servicios y espíritu de solidaridad hacia los más necesitados.

Sin embargo, muchos de estos profesionales coronaron su carrera estudiando en la universidad nacional, subsidiados por los impuestos que aportamos todos los hondureños y no están dispuestos a dar nada a cambio.

También tenemos casos en que esgrimiendo la libertad de prensa y el derecho de estar informados, los medios hacen apología al delito, entrevistan al delincuente y le dan un lugar preferente a la noticia, presentan imágenes de alto dolor y de drama desgarrador, creando así más paranoia social, más depresión, y enseñando a los niños que el delito es algo normal.

Para muestra las imágenes desgarradoras de los muertos en el incendio de la cárcel de Comayagua y las páginas principales de algunos medios escritos con fotografías de crímenes horrendos.

Los ejemplos anteriores son parte de una cultura que se ha desarrollado en nuestro comportamiento, son muestra del alcance de la irresponsabilidad social y de una conducta donde no se respetan los principios y valores que son básicos para fomentar la convivencia armónica.

Es necesario que los hondureños reflexionemos y asumamos una actitud de cambio, pues de seguir así, ¿hasta dónde podremos llegar? ¿Por qué quejarnos mañana si hoy patrocinamos una cultura del desorden y de desconsideración hacia los demás? Recordemos, se cosecha lo que se siembra.