Caminando por las calles me doy cuenta de que en Honduras mucha gente dice “Sálvese quien pueda” cuando se refiere a la espléndida solución para seguir viviendo entre tantas crisis y desgracias.
Creo que eso no es así y más bien el credo es “Después de mí, el diluvio”, porque realmente el problema en Honduras no es el país en sí sino la gente. Por migajas o una chamba no interesa el bien común o los intereses de la nación.
Al final somos perjudicados porque son nuestros hijos los que heredarán un zapato viejo y usado como nación. Un territorio contaminado por la actitud ignorante de botar basura, destruir lo ajeno o simplemente impedir que lo bueno crezca.
Así como en Brasil, Honduras está a punto de perder el cincuenta por ciento de su reserva forestal y el hábitat se vuelve cada vez peor. Con los años vamos descubriendo que cada día es más insoportable porque vivimos veranos de sequía y verdaderas inundaciones.
La pregunta que me hago es ¿cuándo, por fin, entenderemos? Muchos profetas hablan del fin del mundo, pero hago mejor la afirmación que es la naturaleza la que no se va a dejar y mientras vemos muchos jóvenes atontados por Apple o Microsoft se vendrá un cataclismo que muy probablemente hará desaparecer de la faz de la tierra a los grandes conglomerados.
A veces los seres humanos necesitamos un verdadero impacto para generar una conciencia individual que nos obligue a vivir en paz con nosotros y conceder paz a nuestro entorno.