Los exabruptos vertidos por la ministra de la Secretaría de Defensa y precandidata presidencial por el partido Libertad y Refundación (Libre), Rixi Moncada, en momentos de emergencia nacional, cuando deben abstenerse de toda actividad proselitista tanto los partidos como sus dirigentes, por respeto a los fallecidos, damnificados y desaparecidos, que provienen de los sectores marginados y vulnerables en lo social y económico, no deben constituir la tendencia ni la norma entre compatriotas que militan en política, por ser ofensivos, carentes de altura cívica, intrascendentes para hacer avanzar propuestas entre la ciudadanía que durante los próximos doce meses depositará su voto, primero en las elecciones primarias, posteriormente en las generales. De hecho, proferir ofensas resulta contraproducente, si es que se desea proyectar una imagen de moderación, madurez, inteligencia, exenta de ofensas y epítetos que son respondidos, desafortunadamente, de similar forma, generando con ello dimes y diretes estériles y vacuos, desprovistos de inteligencia y ética.
Nadie debe considerarse dueño absoluto de la verdad, omnisciente y omnipresente; quien asume tales poses evidencia una personalidad en que se aúnan la soberbia, el rencor y narcisismo, con intención revanchista, lo que provoca rechazos en vez de captar simpatías, menos adhesiones.
Cuando se ha ofendido, lo correcto y deseable es disculparse con la o las personas a las que han sido dirigidas los improperios. El llamarse aL silencio genera un ambiente negativo de efectos multiplicadores, contaminando las campañas políticas hasta el punto -lo que ya ha ocurrido- de apelar a la violencia física, de imprevisibles consecuencias para la paz y estabilidad colectiva.
Tales incidentes no deben repetirse bajo ninguna circunstancia: el autocontrol, el razonamiento lógico, el sentido común, deben ser la norma y no la excepción entre compatriotas que han tenido la fortuna de acceder a los beneficios de la enseñanza y educación, tanto en sus hogares como en las escuelas, colegios y universidades. Ellas y ellos deben ser paradigma de moralidad y rectitud, tanto en sus vidas privadas como en sus comportamientos públicos