Opinión

En la alarmante fricción por la heredad

La agricultura, en la forma más simple, es el cultivo del campo, la crianza en el campo; pero si le damos un toque más científico, es el conjunto de técnicas y conocimientos para cultivar la tierra, actividad humana que forma parte del sector primario de las actividades económicas y que es fundamental para el desarrollo de Honduras, pero por razones socioeconómicas, estos conceptos han provocado, siguen causando y continuarán acentuando una fricción peligrosa para el Estado, que en casos similares en otras regiones del mundo y de acuerdo a teorías geopolíticas, ha sido causa para el fraccionamiento de grandes naciones.

Cuando entramos al sector secundario de las actividades económicas, que no es más que la transformación de los productos de la actividad agraria en bienes de consumo para la nación o para la exportación, factores que de igual manera son esenciales para el desarrollo de nuestra amada patria, la fricción se acentúa más, porque nuestro país territorialmente es pequeño, de vocación forestal y de alto crecimiento poblacional.

Las tierras idóneas para esta actividad humana son una limitante y a causa de ello se acentúa una lucha desigual entre campesinos y agroindustriales, donde el Estado es el único llamado a imponer el orden, antes de deteriorar un interés nacional.

Honduras, desde hace muchos años, mantiene un conflicto en el agro, que influye en el resto de las actividades económicas y que se ha convertido en una constante, a pesar de que el Estado ha creado instituciones orientadas a resolver las continuas crisis en el agro nacional, así como también se han creado valiosas herramientas jurídicas, como la Reforma Agraria, para prestarle atención a ese sector de la población que se dedica a la agricultura ya sea como un patrimonio con carácter tradicional o como una mera actividad económica donde la heredad solamente es parte fría de una fórmula económica para un fin.

La historia nos ha contemplado como un país agrícola, pero también nos dice que se han hecho grandes esfuerzos para emplear la tecnificación y la industrialización en esta actividad económica, en respuesta a los avances tecnológicos, variable esta, donde precisamente radica el verdadero conflicto agrario en Honduras ya que se requieren grandes extensiones de tierra fértil y accesible que faciliten esos procesos agroindustriales, que ya forman parte importante de las exportaciones nacionales, donde el campesino no encuentra un espacio y la política causa un enorme daño.

Las lecciones que nos están dejando los constantes incidentes de esta naturaleza también nos señalan que nuestro tradicional campesino no va a formar parte de ese sistema por una sencilla razón: él no puede tener en su poder una parcela de tierra sin que la tentación por deshacerse de esta haga mella en su actitud hacia su patrimonio, porque tampoco podrá insertarse en el sistema agroindustrial al carecer de la educación apropiada, de las herramientas modernas y la tecnología para mantenerse en una competencia por la calidad tan exigente, factores que lo relegan a una producción tradicional para la mera subsistencia.

En este tenso ambiente, cualquiera que fuese el gobernante de Honduras, se dedicará únicamente a mantener el sistema agroindustrial protegido, para no poner en riesgo un importante rubro que deja grandes beneficios no solo al país, sino que también a los inversionistas, sean nacionales o extranjeros, que apuestan a la mecanización y producción masiva; sin embargo, se pueden tomar acciones con las instituciones del Estado sin politizarlas ni contaminarlas ideológicamente para provocar una conformidad en el campesinado nacional, al incentivar los salarios generosos y estimulantes en el agro, que eviten esa cultura de migrar a la ciudad, fomentando el cultivo masivo de productos novedosos de consumo interno y de exportación, diferentes a los tradicionales para la agroindustria, provocando la competencia individual con bajo presupuesto y endeudamiento, en aras de la paz nacional.

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