Por décadas, la captura de pescadores artesanales en el Golfo de Fonseca, compartido por El Salvador, Honduras y Nicaragua, es excusa de los gobiernos para desviar la atención pública de sus problemas internos. Declaraciones y amenazas de cada país en “defensa de la soberanía” culminan en “declaraciones conjuntas” donde ofrecen convertir el Golfo en un paraíso de hermandad. ¿Y los pescadores? Vuelven a ser capturados, robados, heridos, asesinados, etc.
Con poco más de tres mil kilómetros cuadrados, este pequeño golfo provee alimento a miles de familias de pescadores y comerciantes de la pesca. Mientras, las cuencas sin manejo arrojan pesticidas y drenan nutrientes contaminados a las costas. La acuacultura del camarón elimina billones de especies marinas en diferentes estadios de desarrollo, atrapadas por centenares de bombas de succión; las aguas polutas de fincas y “laboratorios larvarios” van directo a los esteros y al mar, afectando la biodiversidad en los manglares y lagunas, que a su vez son destruidos por camaroneras, cañeras, meloneras, etc.
Los pescadores son cada vez más numerosos y sus aperos de pesca más letales; las redes no tienen límites y se usan dobles para impedir el escape de especies pequeñas; la pólvora explota en los esteros que además son atravesados de ribera a ribera por “bolsas de pesca”. Las especies marinas traspasan las fronteras; detrás de estas van los pescadores y detrás de estos las autoridades, que los capturan sin darles recibos por los decomisos de producto, aperos y multas, ni constancia de la violación de derechos humanos.
La mayoría de las capturas son dentro del golfo, por lo cual deben demarcarse los límites; aunque es más recomendable la ejecución conjunta de un Plan de Manejo Integrado de Recursos Marino Costeros, con lo cual se evitan las capturas, se recupera la pesca y se detiene la agonía de un golfo que se está transformando en un “golfo muerto”. Este plan es congruente con lo acordado en la Convención del Mar (Art. 63).
Después de 20 años de que La Haya dio su veredicto sobre el uso del golfo, los derechos de Honduras por la “bocana” y en el océano Pacífico aún presentan problemas, por lo que debe tratarse de inmediato en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y de ser necesario invitar a Nicaragua a La Haya. Es indignante ver como ciertos gobiernos acomodan sus leyes para entregar a transnacionales y oligarquías sus recursos naturales, infraestructuras, etc.; mientras, atacan a pueblos cuyo denominador común es la pobreza y que al final son uno solo, con necesidad de desarrollo sostenible y no de armamentismo.