Opinión

La UNAH: esperanza del país

Durante las primeras tres semanas de clase en mi primer período de estudios en la UNAH, en 2010, no hubo clases de Español, mi clase de Filosofía no tenía aula y el profesor de Estadística tuvo que admitir 110 alumnos en una sola sección. A nivel físico, los baños eran vergonzosamente imposibles de usar, las áreas verdes lucían descuidadas y cada espacio de la UNAH se encontraba en un deplorable abandono, como sacado de un escenario chernobileano.

Hoy, en 2013, ¡vaya sorpresa!, este primer período hubo un 96% de asistencia de maestros a sus aulas el primer día, los baños incluso tienen papel higiénico (sí, papel higiénico) y la ciudad universitaria entera es un vergel. Se construye un inmenso polideportivo, una torre de oficinas administrativas de trece pisos y los edificios recibieron retoques cosméticos y mejoró todo el “ambiente pedagógico” a nivel físico, etcétera.

Detrás de todos esos cambios, hay una figura sobresaliente: Julieta Castellanos.

No obstante, decir que la actual -y casi saliente- rectora de la UNAH es la gestora de esos cambios es algo parcialmente cierto: ella se ha rodeado de un equipo y ha forjado una escuela de profesionales que han asistido -bajo su visión- procesos tan profundos, que pareciera que estamos en una nueva universidad y que los años en los que la opinión pública decía que se cerrara la institución no son más que lejanos ecos de un pasado que nunca existió.

En parte, la Universidad es nueva. Existe una moderna visión de ciudadanía universitaria, se nos ha implantado a los alumnos la idea de que “la U” nos pertenece y en tal sentido debemos cuidarla. Cuidadosamente, se nos muestra a través de los aparatos mediáticos (un canal, periódico, revista y otros espacios de publicación surgidos dentro de la UNAH durante estos 4 años) que esta ha avanzado y lo mejor, todos sabemos que es verdad, que los avances han sido, hasta ahora, positivos.

No obstante, hay todavía muchas cosas qué hacer. Hay alumnos en la Facultad de Medicina que todavía se sientan en el piso, miles sin cupos en las clases generales, sobrepoblación en muchas carreras, un alto porcentaje de mediocridad en la calidad educativa y -la actual administración no es perfecta- no se logra un acuerdo entre la institución y sus empleados, en el sentido de encontrar un beneficio mutuo. Y la gobernabilidad de la UNAH se encuentra en serio riesgo de caer en la anarquía de antaño. En cuatro años no se pudo incluir la realización de elecciones estudiantiles como un logro en la lista y eso ha impedido que se conforme el Consejo Universitario y la Junta de Dirección, y falta mucho para descentralizar los recursos de la institución hacia los centros regionales. Y no voy a mencionar la necesidad -latente- de mejoras en la calidad de los posgrados.

La UNAH es un atleta que sabe que va ganando la carrera, pero aún no llega a la meta, y es poco probable -según los analistas- que pueda llegar a ella sin el trabajo del equipo que ha hecho posible que en cuatro años estudiemos en otra universidad, tan renovada físicamente, que a algunos se nos hace extraña.

La conclusión es sencilla: Julieta Castellanos ha dicho que quiere y puede seguir impulsando esos cambios, y a lo interno hay un equipo de trabajo que está dispuesto a respaldar esa visión que ella ha sostenido. Pero hay impedimentos jurídicos que lo impiden. El Congreso Nacional tiene la potestad de quitar esos impedimentos.

Permitir que la UNAH siga adelante es una oportunidad para mostrar que el país tiene esperanzas. Los diputados del Congreso Nacional, de quienes Samuel Zemurray decía a comienzos del siglo XX que eran más baratos que una mula deberían, en este siglo XXI, permitirnos conservar esas esperanzas.

Si la UNAH cambió para bien, Honduras también puede hacerlo. Señores del Congreso, hay que darle una oportunidad a la institución. La Historia es un juez con la pluma en mano y puesta en el papel. Estaremos pendientes.

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