Tegucigalpa, Honduras
Seguramente usted ha escuchado el refrán “padre no es el que engendra, sino el que cría y cuida”, pues este le calza perfectamente al misionero Mario Eduardo Fumero (76), amigo, hermano y ¿por qué no?, un padre para cerca de 28 mil jóvenes que se han rehabilitado en el Proyecto Victoria.
Y es que este domingo 19 de marzo, Día del Padre, no podíamos pasar por alto la historia de un papá ejemplar y para ello visitamos el local donde radica don Mario.
Nos recibió alegre, mientras los jóvenes se acercaban para saludarlo y darle abrazos. En las miradas y gestos de ellos se reflejaba cariño, agradecimiento y, sobre todo, respeto por quién, seguramente, ha sido lo más parecido a la figura paterna que hayan tenido.
Recuerdos
A don Mario le preguntamos cómo había sido su infancia, para conocer la raíz de la bondad que tiene. Sentado en una silla mecedora y con un gesto de tristeza respondió: “Vengo de un hogar desintegrado, mi padre era alcohólico y cuando tenía dos años de edad se divorciaron.
Me crie la mayor parte del tiempo con mi abuelita, ella se preocupó de mí, por lo que siempre será una persona especial en mi vida”.
Y es que luego de un tiempo, su madre Alicia se casó y su padrastro, quien debió ser una figura paterna para él, se convirtió en su calvario.
Él decidió retirarlo de la escuela para obligarlo a trabajar en la calle, donde lo maltrataban. “Mi infancia fue un tanto conflictiva. A la edad de 13 años pensé en fugarme de la casa y hasta suicidarme, pero esa noche tuve un sueño, sentí que Dios me hablaba y me decía “Mario, ven en pos de mí”, fue desde ese momento que pensé en servir a Dios.
Empecé realizando varios estudios para prepararme, pero mientras estaba en uno de ellos sufrí una gran pérdida, murió mi abuela, lo que me dejó sumergido en una gran depresión”.
Su proyecto
Lo sucedido durante su infancia sirvió de motivación, ademas de otras experiencias, para la creación del Proyecto Victoria en el año 1977.
“Oramos al señor y compramos el terreno donde actualmente está el proyecto en el cual alrededor de 28 mil jóvenes se han rehabilitado, logrando convertirlos en ingenieros, empresarios y algunos hasta han puesto sus negocios; de hecho, los líderes que están en el proyecto también se educaron aquí”.
Trato con los jóvenes
En cuanto a la relación que don Mario tiene con los jóvenes, basta observar cómo los trata para intuir que es un verdadero padre para ellos.
“Estoy con los muchachos todo el tiempo, aquí vivo con ellos y salgo poco, son adolescentes que vienen con un rastro terrible de vida negativa y lo que más me preocupa es la cantidad de jóvenes que vienen de hogares disfuncionales, el 97 por ciento que se rehabilitan en el proyecto vienen de hogares desintegrados, hijos de madres solteras o abandonados por los padres”.
Los jóvenes
Ante la interrogante de qué significan los jóvenes por los que él trabaja cada día, don Mario se muestra pensativo, respira hondo y luego responde: “Para mí son la esperanza de Honduras y cuando los veo a ellos me veo yo cuando era niño, yo era un pequeño de la calle que vivía en un barrio marginado muy pobre, dormía en un catre, especie de cama.
Mi vida fue muy triste y me agrada hacer por otros lo que yo hubiese querido que otros hicieran por mí y esta es mi filosofía: haz con otros lo que tú quieres que otros hagan contigo”.
Además, el misionero nos contó cuál ha sido la historia que más le ha impactado: “Tengo muchas historias buenas de gente que está feliz con su familia, pero hay una en particular que es para mí una inspiración”.
La historia de Allan López, un joven que cuando ingresó al proyecto era muy rebelde, pero luego se transformó y logró convertirse en un profesional.
“Se convirtió en líder de rehabilitación, pero luego decidió dejar el proyecto para trabajar con los niños de la calle, me presentó la renuncia y se fue a recoger niños debajo de los puentes para llevárselos a su casa, después logramos conseguir un terreno y creó un local para estos niños, 14 en total, pero un día estando yo en España tuvo la idea de traerlos al hogar donde él se había rehabilitado”.
“Los trajo y estando acá los llevó a una poza, los niños querían bañar, él se metió primero, pero se ahogó. Esta vida me impactó porque era un muchacho que amaba ayudar a los desprotegidos, para mí Allan es una inspiración, por eso el comedor de Proyecto Victoria tiene su nombre”, contó Fumero.
“También puedo decir que cuando me encuentro con personas que me abrazan y me dicen ‘yo me rehabilité en el Proyecto’, me satisface enormemente”.
Mientras nos contaba cómo es la relación con su familia, don Mario no dejaba de sonreír: “Tengo una familia maravillosa, una mujer maravillosa que me ha apoyado. Tenemos tres hijos, Elizabeth, Carlos y Alexander, uno está en Noruega, otro en España y la otra en Estados Unidos. Mi esposa radica en España, pero nos visitamos constantemente, pues yo tengo un compromiso con mis muchachos”.