Doña Dora es oriunda de la aldea Jutiapa, en el Valle de Jamastrán, El Paraíso, en el oriente de Honduras, y desde pequeña supo que su vida era dar amor a los demás, por lo que decidió entrar a un convento.
'Estuve 14 años en un convento, donde yo, pues, aprendí a ver la vida diferente', relató a EL HERALDO doña Dora. 'Yo quería hacer algo por la gente más humilde'.
Después de haber pasado esa larga temporada de estudios en Costa Rica, regresó a Honduras, donde encontró a su ahora esposo.
'Siento que el Señor me ha llevado a la palma de su mano, porque siempre me ha conducido por buenos caminos', aseguró mientras se dibujaba una sonrisa en su rostro.
Ya con un nuevo camino en su futuro, doña Dora se unió al proyecto de la casa hogar Bencaleth, una organización sin fines de lucro que cuida 'niños y niñas en estado de orfandad que padecen de múltiples discapacidades' y que fue concebida por su esposo Rafael Domínguez.
Bencaleth recibe menores con problemas de distrofia muscular, parálisis cerebral, secuelas de meningitis, microcefalia, ceguera, entre otros.
Han pasado 29 años desde que comenzó ese proyecto de vida en el que regalan amor y compresión a los más de 20 niños y jóvenes que viven en el hogar.
'En el hogar siempre le decimos al personal: primero son los niños, segundo los niños y tercero los niños', refiriéndose a sus otros hijos por quienes hace hasta lo imposible.
Ellos le roban el corazón cada día. 'Irene, una de las pequeñas del hogar, siempre pide que yo le de comida y dejo de hacer mis cosas para darle de comer', relató.
Doña Dora es de las pocas mujeres que dejan de lado todo y entregan su amor de madre, no solo a sus hijos, sino a quienes más lo necesitan.
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