TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El ruido de un carro que se acercaba los hizo salir a la puerta, eran cinco niños con la carita sucia, descalzos y con el estómago casi vacío.
El vehículo se detuvo frente a ellos y una cámara los enfocó. Como lo harían un par de pequeñas ardillas, los pequeños corrieron a refugiarse al interior de la empobrecida vivienda.
Sobre el techo que los cobija existe un mundo de carencias, sobre todo de alimentos que pareciera imposible que les hicieran falta en pleno siglo XXI, más aún, cuando se asegura que se está erradicando la pobreza en estas zonas.
Su ropas estaban desgarradas, sucias, no visten zapatos, pero eso no les preocupa, la necesidad urgente es de comida.
Dice una refrán popular que los niños no mienten y en estas zonas tampoco hace falta que lo hagan, pues la pobreza se manifiesta en su máxima expresión.
¿Qué has cocinado hoy?, le preguntó el equipo de EL HERALDO a la pequeña de apenas 11 años, quien respondió sin titubear: “un huevito”.
¿Cuántos comieron con ese huevito?, se le preguntó. Tres: mi hermana, el señor y yo, narró la pequeñita al acercarse al fuego donde estaban las cacerolas completamente limpias y una tortilla quemada que les quedó.
El señor, era don Hernán García, quien estaba cuidando a los chiquitines, ya que la mamá y la abuela, que es con quien viven, no se encontraba.
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Para estos niños el huevo es lo mejor que pueden comer en una semana, ya que la dieta diaria es tortilla con sal, y si es que la abuela logra que le regalen algunos granos para cocerlos.
Los niños, jóvenes, adultos y ancianos sobreviven por la voluntad de Dios, quien es el único que se apiada de ellos, y milagrosamente les manda el pan nuestro de cada día.
En la cocina de la pequeña de 11 años no se ven alimentos, más que una olla con maíz y una bolsa de sal, para la cena, el desayuno y el almuerzo.
Hasta los frijoles son escasos, la libra cuesta 13 lempiras, aseguró la pequeña y ellos tienen que ir desde la aldea El Junquillo, donde viven, hasta la ciudad de Nacaome, Valle, y no tienen para pagar el pasaje del bus.
La menor, que junto a su hermana son huérfanas de padre, está en séptimo grado, pero en el centro básico donde estudia no existe la merienda escolar.
Al consultarle qué le pediría a las autoridades, sin pensarlo dos veces respondió: “que nos ayuden con la cosa de la comida”.
Esta parte de la población se siente abandonada, muchas veces hasta por la naturaleza, debido a que las cosechas se pierden, las vacas no producen leche y ni las gallinas ponen huevos.
En caites
En el caserío Los Araditos, Orocuina, Choluteca, todavía hay gente que camina en caites, no tienen agua potable y comen lo poco que puede conseguir.
Don Juan Corrales, de 104 años de edad, está enfermo de la vista, sus zapatos son un par de caites, hechos con plantilla de hule, alambre eléctrico y cabuya.
Al igual que los demás habitantes de la zona, sufre por falta de alimentos, pues las cosechas todos los años son malas y sus hijos hacen lo posible para lograr cultivar algo.
Frente a la casa de don Juan vive María á vila, quien es madre de cuatro hijos, de 16, 14, 10 y cinco años, a quienes tiene que buscar la forma de mantener cada día.
“El año pasado se perdió todo lo que sembró mi esposo y ahorita están volviendo a sembrar, porque hasta ahorita comenzó a llover”, contó la señora.
Mientras, Aída Isabel, su hija más pequeña, se aferraba a la cruz de madera clavada en el patio para rogar a Dios que no los desampare, la señora contó que hay días que no comen todos los tiempos.
“Cuando tenemos maíz, comemos tortillita con sal, o si mi esposo consigue trabajo, se gana 100 lempiras y compramos un poco de frijoles, café y azúcar y así vamos pasando”, narró la madre.
La lluvia que cayó la noche anterior es el regalo más preciado que recibió esta humilde familia, pues añoran con el maíz que se está sembrando pueda dar frutos.
A pesar de que todos los años se escucha que se van atender las necesidades de las familias afectadas en el corredor seco, no todos reciben apoyo.
En Los Araditos se quejaron que han visto pasar carros del gobierno con bolsas solidarias, pero eso lo manejan activistas políticos, que las distribuyen a sus más cercanos simpatizantes.
No obstante, aquí la atención que se necesita es más integral, de asistencia técnica y de orientación para poder cultivar y así garantizar el alimento diario de estos hondureños.
En el sector de Las Uvas, en Nacaome, Valle, don Pedro Villalobos está preocupado, pues hasta la semana pasada comenzó a sembrar y el silo donde guarda los granos ya está abajo de la mitad.
A medida se avanza en esta histórica ruta de pobreza se descubren más las carencias, como el caso de doña Etelvina Villalta, quien vive en El Portillo, Alubarén, Francisco Morazán.
Ella está a cargo de tres nietos, su esposo tiene problemas físicos y para sobrevivir hace petates, que se los pagan a 30 lempiras cada uno, es decir que gana 60 lempiras a la semana, ya que logra hacer dos.
El llamado de ayuda por alimentos es urgente en la zona, y de apoyo a los agricultores.