TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Ya eran las 2:00 de la tarde y la lluvia comenzó a bañar la capital. Las gotas caían pesadas, sin piedad golpeaban el frágil cuerpo de un niño cubierto con una vieja chumpa que poco lo protegía, más bien lo exponía a enfermarse.
La emergencia por el Covid-19, los constantes toques de queda, más la pobreza y la falta de atención a los más vulnerables, todo obliga a que el pequeño salga a la calle y extienda su mano para pedir dinero y lograr conseguir dinero para comer junto a sus hermanitos.
El cuerpo le temblaba y trataba de protegerse con sus brazos, pero cada vez que venía un carro no le quedaba otra opción que exponerse no solo a un resfriado, sino a contraer el peligroso virus, que sería letal por tener las defensas bajas ante la falta de alimento.
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Al pie de un poste estaba su hermanita de ocho años, una niña muy inteligente, quien en medio de su inocencia aseguró al equipo de periodistas de EL HERALDO que “nosotros nunca habíamos pedido en la calle, bueno, solo las pascuas en Navidad”.
Lo más doloroso es que los pequeños extrañan asistir a clases, “ya no quiero andar en la calle pidiendo, quiero volver a la escuela, a escribir, a hacer tareas y estar con la profesora María”.
La pequeña le pidió el lápiz y la libreta al reportero, la comenzó a leer, luego escribió su nombre en letra de carta, con una claridad admirable y luego los números hasta 100, porque hasta allí se los había enseñado la “profe”, dijo con su voz de inocencia.
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Desde las 7:00 de la mañana hasta las 7:00 de la noche estos pequeños salen junto a su madre a pedir, soportan el sol y por ratos buscan la sombra al pie de los postes de energía eléctrica, cuando llueve se bañan obligatoriamente y si tienen sueño o cansancio se acurrucan entre ellos mismos y tienen una siesta en plena calle.
Solo es de salir un momento a recorrer la ciudad para darse cuenta cómo muchos niños obligados por el hambre, y al ver la desesperanza en el rostro de sus padres desempleados, salen a buscar el pan de cada día.
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Penoso
El recuento de casos de Covid-19 de EL HERALDO muestra que hasta la fecha más de 300 niños y jóvenes con edades de entre 0 y 19 años se han contagiado de la enfermedad y tres han muerto, es decir que el riesgo allí está.
La mayoría nunca había salido a pedir, es más, les da pena estar en la calle extendiendo la mano para que alguien se apiade de ellos, pero la realidad es que si no lo hacen no podrán sobrevivir.
Sofía (nombre ficticio por razones obvias), de 15 años, contó a EL HERALDO que está en noveno grado y antes que comenzara la pandemia ella iba al centro educativo y ayudaba en su casa, pero no salía a pedir, ni se le cruzaba por la mente.
“Ahora con esto solo nos queda pedir, en mi casa no hay comida, mi mamá y mi hermano no tienen trabajo, a mí me da pena, pero qué puedo hacer, si no nos morimos de hambre”, dijo mientras se tapaba el rostro, en el anillo periférico.
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Basta ver las condiciones en que muchas madres, obligadas por la necesidad, andan exponiendo a sus hijos y el alma se le parte a cualquier ser humano.
Algunos se ven bañaditos por completo por la lluvia, pero también deben soportar el inclemente sol y regresan a casa hasta que consiguen para la comida de ese día.
“¿Cuándo van a traer confites?, quiero confites pero no tenemos dinero para comprar, ¿es verdad que van a pasar regalando?...”, insistió un pequeñito mientras en su rostro se dibujaba una enorme sonrisa cuando alguien para calmarlo le dijo que les iban a pasar regalando.
Otro pequeño se le acercó al reportero y le pidió que le dibujara un carro, luego un bus, después de dibujárselos pedía que los pintara, mientras una brisa borraba los dibujos, el periodista le dijo que no había colores, entonces el niño dobló la hoja de papel y la guardó en su bolsillo para luego sentarse al borde de la calle a esperar que alguien le diera otro lempira.
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Desprotegidos
De un enorme furgón cayeron cinco lempiras, los ojos le brillaron a Rubén (nombre ficticio) y de inmediato se lanzó a levantarlos, gracias a Dios no había tráfico y el conductor se detuvo, pues las llantas traseras del pesado carro venían en su dirección.
Tal si fueran angelitos en caravana, decenas de niños y niñas de todas las edades se colocan a la orilla de la mediana del bulevar Fuerzas Armadas (FF AA) y extendiendo la mano piden a los conductores de los carros.
“Muchas gracias, que Dios le bendiga y le multiplique”, le dijo con reverencia el pequeño Rubén a un conductor de un carro, mostrando los buenos modales aprendidos en casa.
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El muchacho no usa mascarilla, no tiene cómo protegerse y por su propia cuenta sale a pedir para tener algo de comer y dejar dinero para hacer las tareas que le mandan desde la escuela al celular de su mamá. El papá de este niño tenía como labor diaria sacar arena a la orilla río Guacerique, pero debido a la crisis por la pandemia de Covid-19 nadie llega a comprar el material de construcción y él, para ayudar, ha optado por salir a la calle a pedir.
En la colonia La Alameda de Tegucigalpa muchas madres esconden a sus hijos entre los árboles, “la ves pasada vinieron los de la Dinaf (Dirección de la Niñez Adolescencia y Familia) y subieron a un niño al carro para llevárselo”. Luego lo bajaron y les advirtieron que si volvían a ver a los menores se los quitarían, pero no les ofrecieron una opción para poder alimentarlos mientras pasa la crisis.
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