TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Mientras
Jennifer Aplícano esperaba impacientemente poder cruzar el bulevar Suyapa de la capital de Honduras, un carro frenó para darle la pasada; ella caminó y no se percató que justo apareció una motocicleta. Lo que vino fue muy confuso.
El susto fue tan grande que por unos minutos tuvo una convulsión presente-ausente, en la cual no hay un desmayo pero la persona pierde el conocimiento.
Cuando volvió en sí, rápidamente buscó al doctor con quien había recibido la clase y entre lágrimas comenzó a contarle lo ocurrido. Jennifer estaba en un proceso de incertidumbre, no sabía qué había ocurrido en esos minutos de ausencia, pero lo que le dijo en ese momento el doctor la dejó pensativa.
“Jennifer, usted convulsionó mientras estaba en el suelo”, le comentó el médico, según los recurdos de la joven. En ese momento ella estuvo en una fase de negación, era imposible que algo así hubiera pasado. Los días siguieron y Aplícano continúo con su vida.
Mientras estaba en una de sus clases de taller de inglés, la presión y el estrés la atormentaban, iba a un examen y no podía controlar sus nervios. Una sudoración comenzó a recorrer su cuerpo y cuando decidió levantarse para ir al baño, sucedió de nuevo: perdió el conocimiento.
“Cuando desperté me encontré con mi amiga llorando porque ella tiene un hijo que padece de epilepsia. Conocía a la perfección los síntomas”, señaló.
“¡Jennifer, convulsionaste!”, le decía varias veces su amiga mientras ella trataba de digerir lo que había sucedido. La joven empezó a recordar lo que le dijo el doctor y la sensación de duda se apoderó de su mente.
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“Fue súper difícil, entré en varios procesos, primero era la negación yo decía: 'fue el estrés, el desvelo, yo no puedo tener epilepsia, yo no puedo padecerla, a mi edad ya tengo una vida cursada. No puede ser que haya convulsionado por una fiebre o estrés'”, mencionó.Su vida ya no iba a ser la misma: por un tiempo se apagó la Jennifer alegre, extrovertida, con una sonrisa que ponía de buen humor a cualquiera y con un corazón tan grande dispuesto a ayudar a las personas. Tantos sueños y metas por cumplir fueron sustituidos por temores y por desilusiones.
“No quería aceptar que esa enfermedad fuera parte de mi vida. Me daba miedo que la gente me tuviera lástima, me aterrorizaba estar sola y a la vez no quería estar con nadie”, recordó.
La negación fue la primera etapa de este recorrido. Con ella también vino la depresión, su libertad ya no era la misma, esa sonrisa que siempre mantenía ante cualquier situación se había borrado, los fármacos empezaron a dirigir su estado emocional, pasaba días y noches llorando. Era una carga enorme y sentía que ya no podía más.
“Tuve dos intentos de suicidio que gracias al propósito que Dios tiene para mí no funcionaron, a raíz de eso, vi muy de cerca el sufrimiento de mi familia, así que prácticamente me obligué a aceptar la epilepsia como parte de mi vida”, relató.
En ese mismo año, Jennifer cursaba una clase de teatro en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). Eso era lo que necesitaba para poder canalizar su enfermedad y aprender a aceptarla. Su presentación se destacaba y es por ello que se le presenta la propuesta de formar parte del grupo teatral universitario “Lucem Aspicio”.
“Me descubrí a mí misma, una maravilla del teatro es que nos vuelve más humanos, más sensibles. Aprendí a despojarme un poco de mis cargas y a aceptar que todos llevamos cicatrices diferentes”, reflexionó.
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A pesar de haber encontrado fortaleza en el teatro, ella aún tenía dudas porque tenía que mantenerse bien durante una hora, no quería que su condición le jugara una mala pasada.Ante estos pensamientos, siempre escuchó palabras que le decían: “En el teatro no va a ser usted, Aplícano es quien convulsiona, pero aquí usted es otra”. Ese tipo de terapia le ayudó a seguir adelante.
“Mis pasos se los debo a las personas que me han ayudado, entre ellos a Edgar Valeriano, que es mi director y siempre me ha dicho que siga adelante, que esto va a pasar. Imagínese todo lo que ha superado a través del teatro, sin él no va ser lo mismo, por personas así sigo haciendo teatro”, recordó.
Jennifer logró desarrollar una enorme fortaleza, logró superar cada prueba que se le presentó opacando por completo su enfermedad.
“Creo mucho en el poder que cada uno decide tener y como suelo decir siempre: nosotros somos los creadores de nuestra fuerza y también cultivamos nuestros miedos pero podemos decidir si regarlos o no”, aseguró.
Actualmente, cursa la carrera de periodismo y se mantiene activa en el Grupo Teatral Bambú. También se desempeña como voluntaria en Tropa Nuevo Aliento de Vida en apoyo directamente a los niños internos en el Hospital Escuela en el área de oncología.
Pero fue con Gotitas de Amor y Arrows of Hop donde se aventuró a visitar las zonas bananeras de Puerto Cortés, al norte de Honduras, afectadas por las inundaciones de los dos huracanes Eta y Iota.
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El viaje duró seis horas y su estancia fue de dos días y una noche. Mientras trabajaban y escuchaban los relatos de las personas, ella trató de mantenerse en calma pero hubo uno que le cambió por completo el semblante, cada palabra que escuchaba le erizaba la piel y aunque trataba de contener las lágrimas, las historias terminaron por demolerla.
“Recuerdo a una señora que estaba desesperada por sacar a su madre y no podía, corría de un lado a otro sin saber qué hacer porque la inundación fue muy rápida”
En la comunidad solamente contaban con un cayuco, así que esa señora tuvo que sacar a su madre por el techo de su casa con una gran dificultad y con un constante temor de que algo podía salir mal. Los pies los tenía duro y helados, la madre vio a su hija a los ojos y le suplicó que por favor la sacara porque no se quería morir.
“Siempre tengo algo que decir pero después de ese relato, un silencio se apoderó de mí y no sabía que otra cosa hacer más que llorar. Todos compartimos ese miedo de perder a una madre y fue inevitable no imaginar los hechos al escuchar esa narración”, exclamó.
La epilepsia pudo acabar la vida de Jennifer en una tragedia, pero transformó toda su experiencia para reescribir el guion: le quiere mostrar al mundo y a toda persona que pasa por el mismo problema que todavía hay esperanza, que aunque vengamos al mundo a columpiarnos en adversidades todavía podemos reírnos de nosotros mismos y pintar de colores un montón de lágrimas.