Al llegar al hospital, sus abuelos y su madre estaban junto a ella esperando detalles sobre los resultados de una biopsia que recientemente le habían hecho. La doctora entró al consultorio caminando a paso firme, se sentó en una silla y comenzó a decir palabras que Nicole oía pero no escuchaba, palabras que quedarían en su mente por varios meses.
“Cuando te operé, jamás imaginé el resultado de la biopsia”, le dijo, mientras sacaba un folder con los análisis. Nicol había sido operada en septiembre, un mes antes de los resultados de la biopsia debido a un ganglio en la pierna.
“Tenés linfoma de Hodgkin, es un tipo de cáncer…”, comenzó a decir la doctora con voz pausada y detallada.
La doctora le explicaba a Nicol que linfoma de Hodgkin es un cáncer que se origina en los glóbulos blancos, llamados linfocitos, que son parte del sistema inmunitario del cuerpo. El primer signo del cáncer es un ganglio linfático de gran tamaño, pero nada de eso hacía que ella reaccionara, se había perdido después de escuchar la palabra cáncer.
Era un instante de miedo y angustia, solo había algo en su cabeza, “me voy a morir, me voy a morir” se repetía una y otra vez. No entendía por qué le pasaba, se preguntaba si había cometido algo para merecer eso. No dijo ninguna palabra. Las ideas fluían por su cabeza, mientras las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas blancas.
Al salir del consultorio, sus abuelos Faustino y Marina, la esperaban en el carro. En el trayecto rumbo a su casa no hubo aire desalentador y con voz firme le dieron palabras de esperanza, de amor y ternura. Palabras que, pese a lo que sentía, le tocaron el corazón.
“Me dijeron estás enferma, pero nosotros nos vamos a encargarnos de todo y vos te vas a curar”, contó Nicole.
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Era una lucha por sobrevivir, Nicole lo tenía presente y comenzó a asimilarlo, pero era difícil recordar que su enfermedad le pintaba un panorama gris y lloraba al pensar cuáles serían los escenarios. Necesitaba fuerzas para sobrellevarlo.
Empezó a cambiar su alimentación, los antojos quedaron fuera del menú y la adaptación a una dieta rigurosa fue el pilar de su batalla. No podía correr ningún riesgo, pues sus defensas podían bajar con cualquier bacteria o gripe y esto podía costarle la vida.
“Mi mama es lo máximo pero en ese momento fue todavía más, me cuidaba, me cocinaba, aprendió a hacer pizza de la que yo pudiera comer y hasta tamales. Eran unas restricciones alimenticias increíbles porque no me podía enfermar. Yo vivía en una burbuja”, mencionó.
De su dieta sacó toda la comida chatarra, las comidas con demasiados condimentos y otras que le causaran reacciones a su proceso de sanación.
Fue tortuoso. Su día iniciaba a las 6:00 de la mañana camino al hospital. Recuerda que la sala era muy fría, en ella se veía dos sillas: en una se sentaba Nicole por seis horas para recibir su tratamiento y la otra era para su madre o su abuela, ambas se turnaban para estar pendientes y brindarle todo el apoyo y amor, que en ese momento tanto lo necesitaba.“Me ponían una dosis bien alta, eran cuatro quimioterapias”, relató.
La rutina era exhausta, en su pecho todavía se observa una vía central en donde le colocaban el catéter para no dañar las venas de sus manos. Tomaba sus antialérgicos, se recostaba en su silla y empezaba todo. La mayor parte del tiempo ella permanecía dormida, una reacción del procedimiento al que se sometía. Por suerte a su lado siempre estaba su madre.
Su abuela tomaba el turno de la tarde, momento en que más sufría por el medicamento farmorubicin; la joven recuerda que venía en la bolsa roja y cuando el líquido comenzaba a entrar en su cuerpo sentía que se quemaba por completo, sentía un dolor en su cabeza tan inexplicable, no lo soportaba.
“Mi abuelita siempre se ponía atrás de mi silla y empezaba a sobarme la cabeza como hacerme masaje porque sabía que me estaba muriendo de dolor. Esa era la parte más fea de las quimio” destacó.
El farmorubicin sirve para evitar una metástasis en el cerebro, es decir, la propagación de células cancerosas desde su lugar de origen al cerebro. Los efectos secundarios del tratamiento la debilitaban al punto que ni siquiera podía levantarse de su cama por cinco días.
Ella era bastante joven, apenas tenía 25 había años y su vida ya había dado un enorme giro. Cuando el cáncer la atacó ya iba a terminar su carrera universitaria como arquitecta y pensó que su mayor preocupación iba a ser su desempeño en la práctica profesional.
A pesar de todo, tenía muy claro que no se iba a dejar vencer, su vida tenía que seguir, empezó a asistir a la universidad con sus gorritos puestos y necesitaba exteriorizar sus emociones. Alexandra, su mejor amiga, jugó un papel importante en su vida, siempre le dio ánimos y sostuvo su mano hasta el final.
“El apoyo de ella era algo impresionante. Nunca he conocido una mujer tan fuerte porque su mamá también fue diagnosticada con cáncer de mama y ahora su mejor amiga. Fue una experiencia bien triste porque la mamá de Alexandra perdió su batalla” recordó la hondureña.
Canalizando sus emociones
Nicole nunca estuvo sola y esto ayudó a que tuviera otra perspectiva de su vida. Las personas cercanas la describen como una persona muy optimista que siempre luchó contra toda adversidad, empezó a exteriorizar sus emociones a través de un blog. Ella quería mostrarle al mundo su batalla, la gente comenzó a ver el listón violeta a través de página.“Alexandra me dijo que yo debería escribir un blog y contarle a la gente que se siente tener cáncer y así fue como lo asimilé, comencé a escribir cuando me sentía triste, feliz o que se sentía una quimio. Ese fue mi válvula de escape, fue la forma en que lidié con el cáncer” recalcó.
Después de su primera quimioterapia y al llegar a su casa, pasó sus dedos por su cabellera larga y rubia como manía habitual y al ver fijamente sus manos, vio mechones de él. Estaba quedando calva, pero antes de que su enfermedad se lo arrebatara, ella decidió ir un paso adelante sin importarle cómo se vería.
“Llegué al salón y la muchacha me lo rapó frente a varias señoras. No dejé que (el cáncer) me robara mi esencia, al contrario, me cambió para bien. Me dio mi blog y mi trabajo”, detalló.
Luego de perder todo su cabello, ella necesitaba un modo alterno de mostrarse en público pero las pelucas nunca fueron una opción para ella y comenzó a utilizar un maquillaje marcado. Ella salía de su casa con atuendos elegantes y de colores llamativos, sus almendrados ojos se resaltaban por sus sombras brillantes y sus accesorios opacaban por completo su enfermedad.
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Pero el exterior no era lo único en lo que empezó a trabajar, sus emociones seguían ahí y necesitaba expresarse. Con el inicio de su blog “La vida en violeta”, comenzó a describir cómo era vivir con la enfermedad, lo que sentía cada vez que iba al médico, consejos de superación y de cómo lograba mantenerse firme tanto física como emocionalmente.
Actualmente se desenvuelve como voluntaria en la Fundación Hondureña para el Niño con Cáncer, siendo apoyo de quien más lo necesita. Su historia sirve de esperanza y siempre va a recordar ese 5 de mayo del 2016, fecha en la que pudo vencer a Hodgkins, la enfermedad que quiso quitarle su sonrisa, pero más bien le devolvió la vida.
Fueron ocho meses viviendo en una especie de burbuja, no fue fácil y tuvo un tratamiento costoso, pero la solidaridad de sus seres queridos y su enorme corazón lograron costear cada terapia de Nicole. Vendieron rifas, camisas e hicieron eventos de beneficencia, demostrando que pese a todo el bienestar de ella sobrepasaba cada obstáculo.Aunque fue un proceso difícil, luchó contra la muerte, contra los estigmas de la sociedad y contra la misma ciencia, pues le dijeron que traer una nueva vida al mundo sería casi imposible. Nueve meses después de recibir la noticia de que había vencido al cáncer, sus entrañas estaban listas para procrear y trajeron a este mundo a su hija, Violeta.
“La niña que no iba a poder tener, aquí está, mi milagro. Mi gordita tiene cuatro años, ella es el fruto de toda esta lucha”, contó, haciendo saber a esas personas que luchan contra el cáncer que no hay nada imposible y que la vida está llena de milagros.