TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El sonido del gas a presión al destapar la lengüeta o chapita de una lata de cerveza apenas se escuchó, el aumento en los decibeles por el ruido del sistema turbo de un auto modificado listo para correr absorbió el espacio, robó la atención e incrementó la adrenalina de decenas de personas ansiosas por ser parte de una carrera clandestina o pique.
Tres, dos, uno; la contienda comenzó, acelerador a fondo, curiosos con celulares a los extremos de la calle, velocidad a tope en zonas públicas creadas para el tránsito de particulares en sus vehículos, pero secuestradas en las noches por amantes de la velocidad que desbordan excitación en sus veloces autos.
La Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus presenció las carreras clandestinas o piques que se realizan espontáneamente en diferentes puntos de la capital para evidenciar el comportamiento de los protagonistas y la permisividad de las autoridades.
El rechazo de los conductores particulares contrasta con la emoción de los seguidores de este deporte que vive bajo la sombra de la noche, acusado de ser responsable de terribles accidentes e imprudencias que han terminado con la vida de varias personas inocentes.
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Ambiente “tuning”
Apenas las 8:00 de la noche en el bulevar Suyapa, específicamente frente a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), un jueves cualquiera para la mayoría de capitalinos, pero con un ingrediente extra para los que por algún motivo pasan por la zona.
Hay decenas de motos agrupadas con jovencitos departiendo; aceleran, frenan, aceleran en una inquietante danza de avanzar y parar que les sirve de preámbulo para iniciar el show.
Sin previo aviso comienzan a salir de una bocacalle para realizar “stunt” —término utilizado para las acrobacias en motos— en la vía pública, en medio del alto flujo vehicular y peatonal.
Los jóvenes se lucen inclinando sus motos hacia atrás para conducir sobre una sola rueda —caballito— en medio de los automóviles de particulares, saltan las medianas, circulan en contravía, queman llantas, derrapan, aceleran a velocidades altas, mientras son alentados por sus compañeros de locura o curiosos que los graban incitándolos a realizar maniobras cada vez más irresponsables.
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Ninguno anda protección más allá de su casco, tampoco les interesa el cruce de los peatones, mucho menos la presencia de policías en una patrulla que llegaron para disuadirlos pero no se atreven a detener el espectáculo, arrimando uno de ellos su cuerpo en el borde del carro pick-up que manejan para convertirse en “mirandas”.
El espectáculo es digno de profesionales del “stunt” con la irresponsabilidad de realizar el deporte en un espacio no apto, sin medidas preventivas, bajo el consumo, en muchos casos, de alcohol, poniendo en riesgo a terceros que no les importa esa moda y que lo que menos desean es cruzarse con un “acróbata”.
Pendientes de los jóvenes de las motos están las personas que conforman los diversos grupos de autos modificados o “tuning”.
Comparten el mismo espacio y la misma adrenalina por la velocidad con la diferencia de que realizan sus maniobras y excesos al volante de veloces autos.
Pasan la mayor parte del tiempo parados alrededor de sus exóticos vehículos, contemplando las modificaciones que van desde una llamativa cola de pato, rines, estéreo hasta el “intake” —sistema corto de tubería—, sistema turbo, tuberías o computadoras a los que les han inyectado altas sumas de dinero.
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Son grupos de diferentes clases sociales, la mayor parte —según evidenció la Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus— pasan el tiempo tomando cantidades excesivas de alcohol y fumando.
El ruido de los motores en la zona es ensordecedor, aunque la afluencia de personas es alta.
Al igual que los “acróbatas” de las motos, un instinto en los “tuning” o corredores de cuarto de milla de autos modificados los eleva para comenzar a realizar carreras clandestinas sin ningún tipo de protección o responsabilidad con terceros.
Aceleran a fondo, desde el paso a desnivel que está frente al Polideportivo de la UNAH y corren por unos 500 metros hasta llegar al retorno que está casi al frente a la Basílica de Suyapa.
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Dan la vuelta y regresan con más velocidad debido a que el retorno los regresa por el mismo camino, pero en pendiente.
Repiten las acciones una y otra vez con el aliento de fanáticos parados a la orilla de la calle que graban las actividades con sus celulares para subirlas a sus redes sociales y ganarse “likes”.
A medida pasa el tiempo, el efecto del alcohol es notorio, el desorden de carros saliendo desenfrenados es evidente, todos buscan correr, sentir la adrenalina aunque sea rumbo a sus casas, sin la conciencia de que en el trayecto por las deterioradas calles de Tegucigalpa cruzan peatones y circulan vehículos que no tienen nada que ver con las actividades “tuning”.
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Pasado el horario establecido para el toque de queda, los vehículos comienzan a abandonar la zona en excesiva velocidad.
A su juicio, se ven obligados a realizar las carreras o piques en estas áreas por no obtener un espacio para practicar el deporte.
En el otro extremo de la capital, a inmediaciones de la represa Los Laureles y en las narices de la Secretaría de Seguridad, conductores de autos modificados han encontrado su sede para realizar los denominados cuarto de milla.
El tramo es uno de los pocos en Tegucigalpa que está en un estado aceptable que permite correr a alta velocidad.
La poca iluminación en la carretera disipa los carros que se ubican en los extremos.
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Los jóvenes que frecuentan el lugar coinciden en que el poco flujo de carros particulares les permite correr sin atentar contra la integridad física de particulares, además del nulo paso de peatones. Aún con todas las excusas válidas, el espacio no es el adecuado y los piques con o sin ingesta de alcohol están prohibidos.
La Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus visitó la zona pasadas las 11:30 PM, cuando aún estaban presentes algunos jóvenes en motocicletas y unos cinco o seis vehículos.
En medio de la cobertura llegó una patrulla de la Policía Nacional, los oficiales se acercaron a conversar con los jóvenes y posteriormente los despacharon para sus casas.
Las carreras clandestinas se realizan en cualquier punto de la capital a cualquier hora y las reuniones de los participantes para abusar del alcohol —no todos— se convierten en promotores de accidentes posteriores que ponen en riesgo la vida de los participantes y personas inocentes.
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