Ahora, junto a Ruth, su mujer, su hija Abigaíl, de seis meses de edad, y al menos una centena de haitianos, espera un autobús que, tras 12 horas de viaje, los llevará hasta la frontera con Guatemala por el departamento de Ocotepeque para continuar con su travesía.
Ya ha cruzado siete naciones desde su punto de partida, en donde vivió los últimos cinco años, pero su objetivo no se cumplirá si no llega a Estados Unidos, en donde espera reencontrarse con su papá luego de 15 años y comenzar a trabajar para mejorar la calidad de vida de su familia.
La pobreza, la falta de oportunidades y los conflictos sociales obligaron a Jimy, cuando tenía 21 años, a salir de Haití para vivir en Chile en virtud de que ese país sudamericano no le exigió visa para entrar.
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EL HERALDO Plus visitó las estaciones de autobuses de Comayagüela en la capital hondureña, donde cientos de haitianos han llegado para continuar con su ruta hacia Estados Unidos.
Aunque la calle es capitalina, la percepción es que se está en Haití al ver a decenas de caribeños diseminados en grupos.
En familia, en grupos de conocidos y hasta dispersos se encuentran los haitianos en las dos cuadras cercanas a Transportes Congolón, escenas que se han repetido en el último mes.
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De Haití y otros países
La mayoría proviene de Chile y Brasil, países que no les piden visa para ingresar.La falta de opciones para viajar a Estados Unidos ha llevado a miles de haitianos a buscar refugio en otros países en los últimos años, principalmente a los que pueden acceder sin visa en América Latina.
Haití ha pasado en los últimos 20 años por conflictos que le han impedido superar su extendida pobreza.
Dos devastadores sismos, varios huracanes, inestabilidad política y económica, violencia en las calles y hasta el reciente asesinato del presidente Jovenel Moïse han dificultado cualquier proyecto de desarrollo, tanto nacional como extranjero.
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De hecho, la Organización de la Naciones Unidad (ONU) considera que cuatro millones de habitantes, de los 11.5 millones, sufren inseguridad alimentaria y, además, cerca de dos millones de personas se han visto forzadas a emigrar.
El factor que termina por explotar el problema es el desconfinamiento; el cerrojo en las fronteras se abre para los migrantes. De enero a abril de 2021, Honduras registraba el paso irregular de unos 5,000 extranjeros, de los cuales el 45% eran haitianos.
Si vemos la crisis a largo plazo, desde enero de 2015 al primer cuatrimestre de 2021 por Honduras han pasado alrededor de 29,000 migrantres originarios de Haití.
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¿Opciones?
Los haitianos no saben qué puede pasar, pero tienen claro que no desean volver a Haití.Por ejemplo, Jimy -que no llega ni a los 30 años, pero, como en el pasaporte, los sellos en su piel delatan que ha sido alguien jugado- es consciente de que, en caso de ser deportado a Haití, volverá a Chile para ejecutar su plan B.
Días antes de emprender su viaje, habló con el jefe de la construcción en la que trabaja para que lo recontratara si llegase a volver.
Aunque sabe que las probabilidades de ser deportados son mayores que lograr el “sueño americano”, se aferra a la necesidad de correr el riesgo para cambiar el estilo de vida de su familia.
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“Mi hija necesita estar a salvo, tener una buena educación”, argumentó a EL HERALDO Plus mientras comía una baleada.
“Vivir en miseria en Haití me hace pensar en nunca regresar, no está en mis planes”, añadió.
Durante 60 meses Jimy ahorró los 7,000 dólares que ocupaba para llegar a Estados Unidos gracias a que percibía 250 dólares mensuales, “un salario que jamás hubiera logrado en mi país”.
Ahora, luego de haber cruzado Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica y Nicaragua, solo cuenta con 2,000 dólares, lo suficiente, según él, para sobrevivir en Guatemala y México, antes de llegar a la gran nación norteña.
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Hasta su escala en Honduras fueron 23 días a merced de su suerte, resistiendo precios elevados en hospedaje y comida por su condición de emigrantes, impedimento de comunicación con las demás personas por el idioma y hasta racismo.
“Mientras estuve en Colombia me vendieron un boleto de autobús que servía hasta una semana después de haberlo comprado solo porque querían hacerme gastar más dinero”, lamentó.
“Me han dicho negro y hasta no quisieron venderme un plato de plátanos en Panamá porque era haitiano”, agregó.
Consciente del peligro al que está expuesto en cada país de su travesía, Jimy se muestra optimista, aunque su vestimenta se vea desgastada, así como su pelo, en trenzas, ocupe una limpieza.
“Todo sea por llegar a Estados Unidos”, argumentó.
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Para Jeanpierre, un hombre de 37 años y de 1.92 metros de estatura, la ruta, cansada, costosa y que pone en riesgo su vida solo es el camino a la victoria.
“Lo disfruto. Voy camino al objetivo que he tenido en los últimos ocho años”, puntualizó.
Jeanpierre emprendió el viaje con su esposa Sharik desde Brasil, que los alojó por ocho años porque en Haití “ya no se podía vivir”.
“Uno se siente miserable al no poder estar en Haití, pero uno tiene que ser frío y buscar lo mejor”, reconoció Jeanpierre en francés, pero Jimy, quien entiende y habla español, lo tradujo.
“Estamos desesperados por llegar”, añadió mientras Jimy afirmaba con sus gestos lo que él decía.
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Son cientos de haitianos los que han llegado a Honduras diariamente en el último mes para continuar con su destino. No se sabe si podrían estar infectados de covid-19, tampoco se les ofrece protección mientras están en el país.
Lo que sí es evidente es que están necesitados de implementos básicos: comida y agua, de lo que muchos tienen que privarse porque su dinero es limitado.
En el Instituto Nacional de Migración (INM) aseguran que es normal que los haitianos entren por centenas al país.
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