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Kevin o el calvario de un inocente

13.12.2014

Este relato narra un caso real. Se han cambiado algunos nombres.

MARíA

Como todas las mañanas, María se levantó temprano. El desayuno, el esposo, los niños, la escuela, el trabajo y las colas de carros en los bulevares. Su papel de esposa, madre, ama de casa y fiscal del Ministerio Público le imponían un ritmo acelerado que la hacía levantarse temprano para cumplir con tantas responsabilidades.

Era la rutina de todos los días, sin embargo, el martes 11 de noviembre de 2014 sería diferente, sería un día trágico; horrorosamente trágico... Ese día asesinaron a su esposo Edwin Geovanny, frente a ella y a sus dos hijos...

CASO

Caminaban por una calle de la aldea El Chimbo, en Tegucigalpa, cuando dos hombres jóvenes avanzaron hacia ellos, como salidos de la nada. La calle cerca de la casa de María estaba cerrada por reparaciones y tenían que caminar algún trecho para llegar al estacionamiento donde dejaban el carro. Eran las seis de la mañana.

Los niños iban a la escuela, ella al Ministerio Público y Edwin a trabajar. Pero aquellos dos hombres los detendrían en la calle de tierra. Uno de ellos se abalanzó contra Edwin y lo atacó con un cuchillo pequeño, de cacha amarilla y hoja delgada, filosa y puntiaguda, el otro le disparó a quemarropa. De nada sirvieron los gritos de auxilio... Los asesinos confirmaron que Edwin estuviera muerto y se alejaron corriendo de la escena.

Los agentes de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) no tardaron en llegar a la escena del crimen. Aquel era un crimen de alto impacto ya que la víctima era exfiscal del Ministerio Público y su esposa María una fiscal en funciones.

Entonces, debía investigarlo la Fuerza de Seguridad Institucional (Fusina), con el apoyo del Ministerio Público y algunos de los mejores detectives de homicidios que la Fiscalía le quitó a la DNIC, como Walter Doblado, por ejemplo. Pero los resultados de las investigaciones han indignado a Honduras ya que estas han puesto en la cárcel a un hombre inocente: Kevin Solórzano.

COMANDOS

El sábado 15 de noviembre, encapuchados de Fusina invadieron El Chimbo, se subieron a los techos de las casas, llenaron las calles y se acercaron al solar donde Kevin jugaba con sus perros.

“¡Hey! Vos, salí que queremos hablar con vos”.

Kevin no dijo nada. Tuvo miedo porque los encapuchados andaban de civil, armados hasta los dientes y sin placas de identificación. Creyendo que eran delincuentes, Kevin quiso entrar a la casa.

“¡Cuidadito te metés porque vas a tener problemas!” –le dijo el hombre que le había hablado la primera vez.

Kevin salió.

“Tu identidad”.

Kevin la entregó.

Varios encapuchados la vieron y uno de ellos le tomó una fotografía, luego se la entregó a Kevin. Los encapuchados se retiraron, sin embargo, varios carros desconocidos, con vidrios polarizados y sin placas, seguían cruzando por la calle frente a la casa de Kevin.

CAPTURA

Eran las cinco y media de la tarde del miércoles 19 de noviembre, Kevin hacía tareas en el comedor y la mamá acababa de llegar del trabajo cuando varios hombres se asomaron a la puerta y la apuntaron con pistolas.

“¿Con quién está?” –le preguntaron.

“Con mis dos hijas. Ustedes, ¿quiénes son?”

¿Quién más está en la casa?”

La señora tardó en contestar. El miedo la paralizó.

“¿Qué con quien más está en la casa?”

“Con mi hijo Kevin, también”.

“¡Ah! Sí… es a ese Kevin al que buscamos…”

En ese momento, la mujer empezó a gritar pidiendo que llamaran a la Policía. En eso, Melissa, una de las hijas, llegó a la sala, pero se detuvo de pronto. Varias pistolas la apuntaban a la cabeza. Entonces, Kevin se levantó de la mesa del comedor para ver qué pasaba.

“¡Hey, Kevin, a vos te andamos buscando!”

“¿Y a él por qué? ¿Qué es lo que pasa?”

La madre dejó las lágrimas y el terror para proteger a su hijo.

“Mirá –dijo el hombre, sin bajar la pistola–, si no salís vamos a entrar a la casa y te vamos a sacar”.

Kevin, para evitar que les hicieran daño a su madre y a sus hermanas, salió. Entonces los hombres lo rodearon y lo detuvieron.

“¿Por qué lo detienen?”

“Tenemos orden de captura, señora”.

“Enséñenla… ¿Dónde está a orden de captura?”

Pero los hombres no enseñaron ninguna orden.

“Vamos a llevar a Kevin para interrogarlo y después se lo vamos a traer”.

“¡Ah, no! Eso no. Yo no dejo que se lleven a mi hijo solo. Yo me voy con ustedes”.

“Ya lo vamos a traer, señora. Solo lo vamos a interrogar”.

“¿Interrogar de qué si Kevin no ha hecho nada malo?”

“Mire, señora, no haga más difícil esto… Mejor fírmenos este papel…”

“¡Yo no les firmo nada…! ¿Por qué voy a firmarles ese papel? Mi hijo no ha hecho nada… Mejor enséñenme la orden de captura…

¿Dónde está esa orden?”

Nadie le mostró la orden. Subieron a Kevin a la paila de un carro y la madre se subió con él. Jamás dejaría que se lo llevaran sin saber ella para dónde. Eso hace una madre desesperada para proteger a sus hijos. Por eso dicen bien que no puede haber en la Tierra una imagen más clara de Dios…

Llovía y las lágrimas de la madre se fundían con las lágrimas que caían del cielo.

RETRATO

Kevin estaba preso. Lo acusaban del asesinato del exfiscal Edwin Eguigure. Decían que se parecía a un retrato hablado que los retratistas de la DNIC realizaron de acuerdo a las declaraciones de testigos del crimen, y, después de que los hombres de Fusina le tomaron fotografías a la identidad de Kevin, se convirtió en uno de los principales sospechosos. Al día siguiente, a Kevin lo presentaron ante los medios de comunicación y lo llevaron ante el juez. En esa primera audiencia, hicieron el reconocimiento de los sospechosos.

A Kevin lo pusieron entre varios hombres completamente diferentes a él. Y la ley dice que para un reconocimiento, las personas deben tener características físicas parecidas. Kevin era el más alto de los hombres. Había gordos, chaparros, trigueños, y poco faltó para que pusieran un león, un águila, un mono y hasta un esqueleto. Y con esto empezó el calvario de Kevin, el de su madre y de sus hermanas. Los testigos protegidos se contradijeron.

Habían dicho que los asesinos eran jóvenes y los describieron sin barba, con gorra y con pelo corto. Y Kevin tiene el pelo largo, una barba de poco más de un mes, y nadie mencionó esos detalles. Pero, “la testigo protegida” dijo que Kevin era el de gorra, contradiciéndose una vez más.

DEFENSA

Segura la defensa que la justicia estaba cometiendo un error, se presentó ante el juez asignado a la Policía Militar. Presentó el video de seguridad de la Universidad Ceutec, donde Kevin estudia Ingeniería en Gestión Logística. Kevin llegó a la universidad, frente al hospital San Felipe, a las 6:50 de la mañana. Un amigo que vive en Cantarranas lo llamó a las 5:40 de la mañana para decirle que no se fuera en bus, que él pasaría por él.

“Pero es que voy con mi mamá” –le contestó Kevin.

“No importa”.

La mamá de Kevin trabaja en el hospital San Felipe. Siempre salían juntos. Ese día, 11 de noviembre, salieron a las 6:05 de la mañana. Esperaron al amigo en la parada de bus de El Chimbo.

La defensa de Kevin llamó al amigo a declarar, presentó el vaciado telefónico para comprobar las llamadas, llamó a varios testigos que vieron a Kevin con su madre en la estación del bus, caminando en la calle, entrando a la universidad, compartiendo con compañeros… Y rebatió el retrato hablado de la fiscalía en que se muestra a un hombre de gorra que “no se parece a Kevin”, que no tiene barba y que no tiene pelo largo.

Y una barba como la de Kevin no crece de la noche a la mañana… ¿Cómo no notar este detalle tan fácil de notar? Sin embargo, el juez, el señor juez, el sapientísimo y excelsamente sabio y justo señor juez, no tomó en cuenta los testimonios ni las pruebas científicas, como es el video de la cámara de seguridad de Ceutec, y hundió a Kevin hasta el cuello en la letrina de la injusticia en que muchos jueces han convertido a la justicia hondureña.

Pero, por si esto fuera poco, un testigo presencial quiso presentar su testimonio ante Fusina y ante el juez, y se rieron de él.

“Yo estaba en la calle –dice el testigo–, y vi cuando atacaron al señor… Por miedo, me escondí detrás de un carro… Estaba cerca, bien cerca de los asesinos y los vi bien. Ninguno de ellos era Kevin. Cuando le conté esto a mi familia, mi hijo me dijo que debía declarar, que no era justo que me callara por miedo, que qué pasaría si era él, mi propio hijo, el que estuviera en aquel problema. ¿Qué haría yo? Entonces fui a Fusina, pero se rieron de mí. Quise hablar con los fiscales y con los jueces, y se rieron de mí. Quiero decir lo que vi…”

Igual que él, hay varios testigos que vieron el momento del crimen, y están dispuestos a hablar si tan solo el juez quisiera escucharlos. Y todos coinciden en sus testimonios. Ninguno de los asesinos es Kevin Solórzano.

El fiscal Óscar Chinchilla dijo que tienen suficientes elementos para acusar a Kevin. Pero esos elementos son el retrato hablado, que en nada se parece a Kevin y sobre el que hay muchas contradicciones de los “testigos protegidos”. Un detective de la DNIC dice que “no está tan seguro de que Kevin sea el asesino, pero que no puede decir nada porque lo pueden correr del trabajo”.

Y un fiscal del Ministerio Público dice “que está lleno de vergüenza ante la forma en que se está haciendo justicia en el caso de Kevin y en el de muchos más en Honduras, hombres y mujeres que están en la cárcel acusados por crímenes que no cometieron…” Y lamenta que haya más orgullo, amor propio y hasta vergüenza en reconocer que se están cometiendo errores en el Ministerio Público.

“Esta es una institución noble –dice el fiscal–, fue creada para hacer justicia, y considero que se han desviado los propósitos, tal vez no por maldad, sino por exceso de celo y de orgullo propio”.

KEVIN

Mientras tanto, Kevin está en la cárcel. Los compañeros de Kevin lo tratan bien, creen en su inocencia, como cree toda Honduras, menos el juez, y esperan que se haga justicia.

Un juez, carmilla-adicto, dice que “los jueces en Honduras tienen demasiado poder. Si un juez dice que fulano o mengano es culpable, pues es culpable, y se puede morir en la cárcel, aunque el culpable de un crimen atroz sea un recién nacido. El recién nacido va a la cárcel porque el juez lo dice, y asunto acabado. El criterio del juez pesa más que la misma ley, y eso es una aberración jurídica que destruye el Estado de Derecho en el que supuestamente vivimos”.

Sea como sea, errar es de humanos y rectificar es de sabios. Están a tiempo de liberar a Kevin. El peso de la prueba demuestra su inocencia, a menos que, como dijo don Rodrigo Wong Arévalo, muy sabiamente, “estemos ante un caso de bilocación”, ese fenómeno parapsicológico en el que una persona puede estar en dos lugares al mismo tiempo, como cuando San Martín de Porres llegó a África a asistir a varios hombres que habían sido secuestrados para ser vendidos como esclavos en América, sin embargo, San Martín no se había movido de Perú, de donde no salió en toda su vida.

Cuando un esclavo lo reconoció en una cantera, en Perú, le dijo que él lo había visto en África, y el santo, sonriendo, se puso un índice frente a los labios y le pidió que le guardara el secreto. ¿Esto es lo que pasó con Kevin? ¿Estaba en dos lugares al mismo tiempo? O, como dijo don Rodrigo: ¿Tiene Kevin un hermano gemelo?

Lo peor que le puede pasar a una sociedad es que sus operadores de justicia se conviertan en verdugos de sus ciudadanos. Es hora de que el Consejo de la Judicatura haga algo para depurar la Corte Suprema de Justicia; es hora de que Teodoro Bonilla responda a los intereses de la población y limpie de jueces ignorantes, maliciosos, desinformados, incapaces, vendidos o presionados… Por Honduras, por los inocentes como Kevin Solórzano, como Edwin Guifarro, como José Edgardo Sierra, como Walter Joel Alonso de la Rocha, el exdirector del centro para menores Renacer…

¡Cosas veremos, Sancho amigo, que harán hablar las piedras!

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