TEGUCIGALPA, HONDURAS.-
DISPAROS. El estallido de los disparos se escuchó con fuerza poco después de la medianoche. La mayoría de vecinos dormían, pero, los que estaban despiertos, no le dieron importancia. Era cosa común que, en las noches, y hasta a mediodía en punto, se escucharan disparos en la colonia. Tres o cinco más no hacían ninguna diferencia.
Eran los primeros balazos del día siguiente; o los últimos disparos del día anterior. Así era desde que se tenía memoria. Grupos fuertemente armados dominaban la colonia por sectores, y a fuerza de miedo y amenazas mantenían su poder en cada calle, en cada callejón, en cada lugar... Y era tanto el terror que infundían que ni la Policía se atrevía a entrar a la colonia, y menos en la noche.
Es más, cuando por esas cosas extrañas de la vida una patrulla llegaba, hacían sonar las sirenas, encendían las balizas y pitaban varias veces, para que los muchachos se dieran cuenta de que llegaba la valiente autoridad, la invicta Policía Nacional, y no hicieran nada contra ellos. Pero, esa madrugada, todo estaba solo, las calles vacías, algunos perros ladraban y se escuchaba el canto de algún gallo sobre un árbol.
Más allá, en el cielo azul, la luna estaba en su cenit, lanzando su luz blanquecina sobre las calles permanentemente oscuras. Y en aquella esquina, apenas iluminada por el reflejo de un foco que brillaba en un poste cercano, estaban dos hombres, platicando mientras bebían cerveza.
“Estaban alegres -dijo un anciano, que dormía cerca de donde los hombres estaban sentados-, y hacían bulla. Yo les grité dos veces que me dejaran dormir, pero ellos, en vez de irse de allí, solo bajaron la voz, y me dijeron que disculpara... Uno de ellos era Nicho. Le reconocí la voz...
Era un buen muchacho, que no se metía con nadie... Allí tenía a su mujercita, que se la había traído de allá, por Curarén, o por Reitoca... no sé bien, una muchacha sencilla, joven y bonita, muy bonita... Tenía buen pegue el Nicho...
Pero, mire usted, señor policía, como lo dejaron... Eran más de las doce de la noche cuando los mataron”. Los disparos se oyeron con fuerza... El estallido ahogó los gritos de los muchachos. Uno, dos tres... Cinco balazos... Después se escucharon voces.
“Ya están muertos -dijo uno de los asesinos-. Vámonos antes de que aparezca la jurumba...”
“La jura no entra aquí, man... Nos tienen miedo...” “Los chepos no, men; pero, los policías militares sí...
Esos sí tienen güevos... Mejor, vámonos... Ya están muertos”. “Nicho como que todavía se mueve... Mirá...”
Se hizo un rato de silencio. Luego, se escucharon unos quejidos... Seguido de esto, se oyó una voz, dolorosa y entrecortada: “Pucha, man, ¿qué mal te hice para que me quités la vida? Si somos aleros...”.
“¿Viste que este perro no se ha muerto?” Tres estallidos más estremecieron la madrugada, fría y solitaria, y no se escuchó nada más.
“Ahora sí -dijo, después de unos segundos uno de los asesinos; vámonos de aquí”. “El otro perro está muerto”.
“Ese ya se palmó... Dos balas en el morro y está frito... Ese perro del Nicho era el que no se quería morir...”
El anciano
Es un hombre delgado, alto, de espalda encorvada y lleno de canas; lleva siempre un sombrero de junco, y viste pobremente. Hay tristeza en sus ojos, pero habla con seguridad cuando le cuenta todo a la Policía.
“¿Reconoció la voz de Nicho?” -le preguntó uno de los agentes.
“Sí, señor; ya le dije”.
“¿Y reconoció la voz de alguno de los asesinos?”
“No, señor... No... Nunca lo había oído... A ninguno de los dos... Pero es la voz de un hombre joven, ronca y fuerte... como con don de mando. Se lo digo yo que fui militar por más de treinta y cinco años”.
“¿Podría ser un policía?”
“O un militar...”
“¿La reconocería si lo vuelve a escuchar?”
“Como si reconociera la mismita voz mía, señor”. En la escena del crimen, una mujer joven lloraba desesperadamente. Era la esposa de Nicho. Una mujer bonita, de unos dieciocho años. Con ella estaban su suegra y dos de sus cuñadas. Dos hombres estaban con ellas, mostrando el mismo pesar.
El cuerpo de Nicho estaba en la esquina de la casa, a un metro de la ventana del cuarto del anciano, y estaba tirado boca abajo, cubierto con un plástico blanco, y en medio de un lago de sangre seca. Cerca de él estaba su amigo. Luis. Boca arriba, a dos pasos de él.
“¿Su hijo tenía enemigos, señora?” - le preguntó el agente a la madre, que tenía el rostro bañado en llanto.
“No, señor. Mi hijo no se metía con nadie”.
“¿Y usted sabe si alguien quería hacerle daño a su marido?” El agente fue lo más amable que pudo. La esposa de Nicho levantó su rostro deformado por el dolor.
“No, señor -dijo-; no. Mi marido era un buen hombre... Nunca se metía con nadie... Ni siquiera los muchachos de aquí tenían que ver con él, porque él era muy respetuoso...”
“¿Cuándo fue la última vez que lo vio?” “Ayer en la tarde, después de que le di de cenar... Venía cansado del trabajo, y dijo que había hecho horas extras en la construcción para no ir el sábado... porque quería ir a ver la tumba del papá... porque le iba a poner una cerámica que le regaló el ingeniero...”.
“¿A qué hora salió de su casa? ¿Lo recuerda?” “Después de que terminaran las noticias de HCH... Se quedó de ver con Luis... Dijo que se iban a tomar unas cervezas... Él era así, pero nunca tuvo pleitos con alguien...”.
+Selección de Grandes Crímenes: La última noche (Segunda parte)
Policía
Estaba claro de que alguien quería ver muerto a Nicho, y bien muerto. Y era claro, por las declaraciones del testigo, que Nicho y su asesino se conocían.
“Tal vez eran amigos -dijo un agente- ; por la forma en que Nicho le habló... Si es que el viejito escuchó bien”.
“Escuchó bien, te lo aseguro... Y, sí, creo que eran amigos; o conocidos, al menos”. “Nicho le dijo: ‘Pucha, man, ¿qué mal te hice para que me quités la vida? Si somos aleros...’”
“Eso significa que se conocían de hace tiempo...” “Entonces, los motivos del asesino no son por una venganza...”
“Tal vez no... Porque eran aleros... Eso le dijo Nicho”.
“Tampoco es que Nicho le debía algo a su asesino...”.
“Y menos estaban aliados en algo ilegal, porque Nicho era trabajador, y muy de su casa...”. “El único vicio que tenía era la cerveza...”. “Y está claro que los asesinos no iban por Luis...
A quien querían matar era a Nicho... Según lo que dijo el testigo” “Luis y Nicho trabajaban en la misma obra...
Eso lo confirmó una hermana de Luis, que vivía con él aquí mismo”. “Y Luis tenía siete meses de haberse venido de su aldea...
No tiene antecedentes...”. “Eso nos dice que querían matar a Nicho; pero no iban a dejar testigos”.
“Así es; pero ¿por qué? ¿Por qué quitarle la vida a un hombre que no se metía con nadie, y que jamás tuvo un problema con alguien, a pesar de que vivía en esta colonia caliente?”
“¿Esa es una buena pregunta?”. “Está claro que el asesino de Nicho planificó su muerte desde hace mucho tiempo, y que conocía sus movimientos...
Tal vez lo siguió, lo vigiló de cerca y aprovechó la soledad de esa calle para matarlo...”
“Todo eso está claro, pero ¿por qué?” “¿En qué beneficia al asesino la muerte de Nicho?”. “¿Qué ganaba quitándole la vida?”
“¿Qué mal le hizo Nicho?”
“Pues, en apariencia, ningún mal, porque Nicho le dijo, cuando lo reconoció: ’Pucha, man, ¿qué mal te hice para que me quités la vida? Si somos aleros...”’
“Esto nos dice que el asesino es alguien muy cercano a Nicho...” “Joven y de voz ronca”. “Y está cerca de nosotros...”
“Si Nicho no le había hecho ningún daño a su asesino, los motivos de este hombre pueden estar relacionados con la envidia, con el deseo de algo que tenía Nicho y que él no podía tener mientras Nicho viviera”.
“Me parece lógico”. “La esposa de Nicho es joven, hermosa, sencilla y bonita”. “Es posible...
Una posibilidad es una posibilidad, y si no tenemos otra línea de investigación, descartemos esta”.
Tania
La muchacha se limpió las lágrimas. “No, señor -les dijo a los agentes-, ningún amigo de Nicho me ha enamorado”.
“¿Hay alguno de los hombres más cercanos a su esposo que tenga la voz ronca?” “¿Ronca?” “Sí”. “Pues, Dimas... Habla bien ronco...”
“¿Y es un buen amigo de su esposo?”
“Sí... Jugaban pelota juntos, y a veces hacían carneadas...” “¿Y este hombre nunca la enamoró? ¿Se fijó alguna vez que la miraba mucho?”. “Eso sí, señor...
Es que como los amigos de Nicho son bien cariñosos y juguetones...” “Bien... Y, dígame, ¿está aquí Dimas? ¿Está aquí, entre nosotros?” “Sí, señor...”
“No voltee la cabeza, ni señale a nadie... Solo dígame quien es... como anda vestido”. “Es el alto que está con mi suegra y mis cuñadas...
El que anda de camisa roja...”. Los policías se comunicaron con señas. Dimas no se dio cuenta cuando lo rodearon. Dos agentes sacaron sus armas. Uno de ellos le dijo que levantara las manos.
En ese momento, un muchacho que estaba a unos diez metros de la escena del crimen, empezó a correr.
Dos policías le dijeron que se detuviera. De nada sirvió seguirlo. Desapareció entre los callejones. Dimas no pudo hacer nada.
Los policías le quitaron un revólver calibre .38. “Así es que mataste a tu amigo para quedarte con su mujer” -le dijo el agente. Dimas se estremeció.
“¿Cómo supo que fui yo?”
“Vos y tu compañero, el que salió corriendo de aquí”. “A ese man no lo van a pescar...” “Vos nos vas a decir quién es...” “Yo no soy sapo, perro; lo hecho, hecho está...
Me gustaba la chavala para mí solito, pero se me torció la suerte... Ni modo”. “Era la mujer de tu amigo”.
“Así son las cosas, perro. El amor es raro...”
NOTA FINAL. Dimas espera juicio. Su cómplice no ha sido capturado, a pesar de que la Policía sabe quién es. Tiene orden de captura.