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Los próceres de Honduras y su entorno

Tal como se vaticinó, la posteridad les hizo justicia. Valle, Herrera, Morazán y Cabañas no solo compartieron la misma época, también coincidían en sus ideales.

08.09.2012

Ilustres, eruditos, revolucionarios, progresistas, humanos, pero ante todo patriotas; así eran nuestros próceres.

Hombres que pusieron sus conocimientos al servicio de la patria, que lucharon por reformar el arcaico sistema, que soñaron con la unión de Centroamérica, que pelearon por la independencia.

Algunos compartieron esa visión unionista y reformista, otros heredaron el legado y enarbolaron la bandera de la libertad.
José Cecilio del Valle (1777-1834), Dionisio de Herrera (1781-1850), Francisco Morazán Quesada (1792-1842) y José Trinidad Cabañas (1805-1871) compartían la misma visión, aunque, en algunos casos, los procedimientos para alcanzar sus ideales fueron diferentes.

Valle, el ilustre cholutecano, ha sido tildado a lo largo de la historia como conservador, posición que contradicen el vallista Matías Funes Valladares, el historiador morazanista Miguel Cálix y el escritor Julio Escoto, este último autor de las obras “El general Morazán vuelve a marchar desde su tumba” y de “José Cecilio del Valle: una ética contemporánea”.

Escoto opina que a Valle lo llamaría más bien un “político hartamente pragmático”. Sabía -y más entre aquella sociedad analfabeta, ignorante y casi visceral- que era riesgoso y peligroso convocarla a la revolución abierta si carecía de educación para comprender siquiera sus básicos principios. El grito de libertad podía volverse alarido de muerte, como luego efectivamente ocurrió con el salvaje Carrera, a quien la iglesia alabó y casi eleva a santo.

“¿Cómo hablarle de positivismo filosófico, romanticismo literario o liberalismo político a un pueblo que ni siquiera podía leer? ¿Cómo advertirle, precaverle, que hay que tener precaución con los caudillos pues pueden viciarse, como el héroe libertario Napoleón haciéndose un imperialista expansionista, o Bolívar deseando la dictadura, si ese pueblo tenía 300 años de estar hundido en pensamiento mágico y superstición?”, se cuestiona Escoto, quien agrega que Valle quería —digámoslo en términos de esta época— crear escuelas para hacer la revolución, educar primero en la formación política para que luego la gente ejerciera en forma correcta la política. “En ese sentido no es que fuera conservador sino que no era radical, ojo, una diferenciación muy sutil pero apropiada”.

Hay que tomar en cuenta que el sabio Valle era 15 años mayor que Morazán. Según Cálix (quien asegura que para estudiar a Valle tendría que volver a nacer), el sabio, al ser mayor, era más moderado, al ser un hombre de más edad quería llevar las cosas en paz; Valle sostenía que había que enseñarle a leer primero a los labriegos, a los mercaderes, a todo el mundo, para enseñarles a darse cuenta de cuáles eran sus derechos.

Mientras que Morazán era más impulsivo, quería los cambios en el momento, sin andar con procedimientos, pero “mantenían buenas relaciones y tenían las mismas creencias políticas, sobre todo en la educación, que es el pilar fundamental”.

Los dos eran revolucionarios, asegura Cálix; Valle quería hacer un cambio evolutivo y Morazán revolucionario, pero no había ninguna discrepancia “y la prueba es que cuando Morazán era el presidente federal, nombró a Valle como representante nuestro en Europa, pero el sabio no aceptó porque estaba resentido con el sistema, que no le permitió ser mandatario”.

Lucha de poder. Morazán y Valle se enfrentaron por la presidencia. La primera vez ganó Morazán (1830), luego Valle venció (1834), pero, ¿esas luchas eran solo en las urnas o ambos héroes tenían desavenencias?

Para contestar esta interrogante, Cálix se remonta al nacimiento de estos próceres.
“Valle vivió 44 años en la época de la colonia española y 12 durante el período independiente. Morazán, por su parte, vivió 29 años en la colonia y 21 en la época de la Independencia.

Valle era muy ilustre, pero Morazán fue genial. En 1824 Morazán viajó a Guatemala por asuntos de comercio; integró una comisión nombrada por la Asamblea Nacional Constituyente para asesorarla en relación a la organización de los respectivos Estados. Allí conoció a José Cecilio del Valle, quien le entregó una moneda, muestra de una fabricada por una máquina del cuño, que la Asamblea Constituyente del Estado de Honduras recomendó se adquiriera en Inglaterra.

Valle compitió por la presidencia con Manuel José Arce, y en una hábil maniobra del Congreso, éste designó en el cargo a Arce. Esto hizo que Morazán escribiera en sus memorias, en 1841, que: ‘La elección de Presidente de la República, hecha por el Congreso, en el ciudadano Manuel José Arce, contrariando el voto de los pueblos que dieron sus votos al ciudadano José del Valle fue, en mi concepto, el origen de las desgracias de aquella época’”, cuenta Cálix.

Aunque fueron contendientes dos veces por la Presidencia de la República (en la primera ocasión el prestigio de Morazán se impuso al gran ilustre), en la segunda ocasión (en la que Valle ganó) el destino no dejó que se tuviera al sabio Valle al frente de la presidencia, la muerte se atravesó en su camino aquel aciago 2 de noviembre sin darle tiempo de tomar posesión, por lo que se llamaron a nuevas elecciones y el pueblo volvió a elegir a Morazán el 1 de febrero de 1835.

Según Julio Escoto, es difícil decir qué habría pasado si Valle no hubiese muerto antes de tomar posesión. “Pero considerando su carácter de hombre de pensamiento y no de acción inmediata, pudo ocurrir que a la tercera confrontación con el Congreso Federal o con las fuerzas fácticas renunciara a la presidencia. Valle no era Allende, que faja su carabina y se aposta en una ventana de La Moneda a defender su revolución; es más bien Chivás pegándose un tiro ante todos por decepción. Debió sufrir mucho intelectualmente ante aquella Centroamérica todavía salvaje, ignorante y reacia a cambiar. En una nación de total paz, Valle hubiera sido un gobernante mucho más ilustrado y justo que Morazán, quizás. Pero en la Centroamérica de esa hora —agria, agitada, confusa y relampagueante—, es probable que tras la renuncia de Valle se hubiera vuelto a llamar a Morazán para salvarla”.

Coincidencia entre próceres. Según explica Cálix, Morazán y Valle tuvieron la misma obsesión: coincidieron en la idea de construir un canal interoceánico por el río San Juan, que sirve de línea divisoria a Nicaragua y Costa Rica. Coincidían también en que debía abolirse la esclavitud y que todos los ciudadanos fueran iguales ante la ley. También ambos creían profundamente en la educación del pueblo.
Sin embargo, Escoto opina que estos próceres tenían profundas diferencias políticas y filosóficas.

“Lo único que unificaba a ambos era el deseo de evitar que Centroamérica regresara a la esclavitud colonial o imperial. Valle era intensamente legislativo, creía en el poder de la ciencia política y del consenso, de la negociación y los acuerdos; Morazán pensaba que a veces una nación se salva por el empuje de un hombre o un grupo de hombres visionarios e incluso iluminados en un instante determinado o coyuntural de la historia.

Por eso se lanza a tantos proyectos revolucionarios en su corta vida de apenas cincuenta años, igual como seguiría haciéndolo tras 1842 José Trinidad Cabañas, hasta 1862, con su primo Gerardo Barrios desde El Salvador: esto es, peleando por reconquistar e instalar al gobierno modernista federal a fin de enterrar para siempre el pensamiento retardatario conservador.

Es sólo imaginación, pero uno no mira a Valle recorriendo a caballo toda Centroamérica por diez años a fin de lograr la paz y conseguir la unidad. Menos se le imagina dirigiendo batallas. Y es allí donde la conducta de Morazán es la más apropiada para esa circunstancia temporal y social, la del héroe a montura y en batalla, a diferencia del héroe pensante del estudio o gabinete científico.

El istmo, quizás, no estaba listo o preparado todavía para la ciencia; las conquistas tenían que hacerse todavía a punta de sable y allí es donde aparece en su mejor lucidez Morazán”, compara Escoto.

Consultado sobre cuál considera que era la mejor vía (en aquella época) para cimentar una era democrática e independentista, el pensamiento liberal o el conservador, Escoto responde que no hay duda alguna que era el credo liberal, pues abogaba por mejorar y superar al ser humano, mientras que el conservadurismo —como hoy— busca aprovecharse de él, explotarlo y expoliarlo.

“El conservadurismo administró por 300 años Centroamérica y nunca ideó un sistema escolar popular, es decir universal; el liberalismo y particularmente Morazán —hombre chispa, hombre motor— lo hicieron al nomás tomar el poder. Los conservadores educaban en la sumisión, la camandulería idolátrica, la visión supersticiosa de la vida, el terror (y no el amor) a Dios; aquellos liberales de entonces (no los pícaros de hoy) buscan liberar de esas cadenas. La justicia conservadora se basaba en el principio de la categoría divina del rey y el Papa; el liberalismo desafiaba a esos poderes. Los españoles y americanos conservadores se aliaban con los imperios y miniimperios (España, Francia, Inglaterra, Bélgica), el liberalismo político era profundamente antiimperial.

Mientras que la doctrina conservadora ponía el peso del desarrollo del universo en la voluntad de la majestad sacra, el liberalismo filosófico lo depositaba en el hombre. Obvio que el liberalismo se plagó de errores y vicios, al final era concepción humana, pero su distancia con respecto a la visión rígida, estatista y vertical de los conservadores es abismal”.

Es probable, continúa Escoto, que si los conservadores hubieran ganado el poder total de la República, Centroamérica no existiera pues, como en efecto ocurrió en un instante, la hubieran entregado al imperio más próximo, en este caso al de Iturbide, entera o por pedacitos. Las consignas de derecha son siempre destructivas de la dignidad, véase si no Hitler.

Valle no fue panamericanista. Dice el analista y vallista Matías Funes Valladares, autor de la obra “Valle: su tiempo y el nuestro”, que cuando él le preguntaba a sus alumnos sobre quién fue el sabio Valle, la mayoría solo sabía que “fue el redactor del Acta de Independencia”.
Pero Valle fue muchísimo más que eso, fue un intelectual como pocos que se “codeaba” con grandes personalidades a nivel mundial y se ganó el apelativo de sabio a puro pulso.

Mucho se ha dicho de “El amigo de la patria”, pero entre esas aseveraciones destaca no solo que Valle era conservador, también se le atribuye que es precursor del panamericanismo. Afirmar esto es como una “dura bofetada”, dice Funes Valladares, quien en su libro argumenta que “esta no es más que la política imperial que tiene su génesis en el ‘América para los americanos’, de James Monroe”.

A Valle hay que rescatarlo no como el panamericanista que no fue, sino como el latinoamericanista que hoy necesitamos para hacer un frente común contra aquellos que hacen escarnio de nuestra soberanía, agrega el analista y filósofo.

“Según Valle, está condenado a la derrota aquel que cometa el acto bárbaro de quemar los libros y las imprentas, de cerrar los centros de cultura o de tratar de sofocar el impetuoso avance de las ciencias, pues la mano más poderosa no tiene imperio sobre el pensamiento”, cita Funes en su libro, en donde también destaca que Valle, así como defendía la circulación de capitales, era firme partidario de la circulación de ideas.

Ideales compartidos. A estos próceres de inmarcesible trayectoria se les une don Dionisio de Herrera, quien, según Cálix, es el ideólogo de Morazán.

“Herrera y Valle (primos hermanos) se propusieron contribuir a la independencia de las provincias del Reino de Guatemala; e igual que Morazán, propiciaban la educación de los labriegos, mercaderes y demás ciudadanos para que conocieran y aprendieran a defender sus derechos”.

“Es Herrera el hombre que le enseñó filosofía a Morazán, fue también quien le enseñó a amar la patria y lo convirtió en su ministro. Entonces, las ideas que más tarde venían de Morazán no pueden ser distintas a las de Herrera y Valle. A mí me parece que esos tres personajes, y más tarde Cabañas, son personas de la misma visión”.

La barba de Cabañas. José Trinidad Cabañas Fiallos (en Honduras) y Gerardo Barrios (en El Salvador), ambos herederos del ideal de Morazán, son otros que lucharon hasta la muerte por la Unión de Centroamérica; y Cabañas hasta juró no cortarse la barba hasta que triunfara tal ideal, refirió Cálix.

“Cabañas es también traicionado por otro hondureño, por el general Juan López, asesorado por los ingleses y por Rafael Carrera, entonces, ¿cómo es posible que los hondureños digamos discursos hipócritas el 15 de septiembre cuando debiéramos identificarnos con el pensamiento de estos hombres?

¿Cómo no va a ser grande Cabañas si nos dice que él quisiera tener inmensas riquezas para dárselas al gobierno para que pueda atender las necesidades? Uno va descubriendo a estos personajes para demostrar su grandeza. Cabañas dijo que no desconocía la situación económica en que estaba el fisco, y se preguntó que cómo iba a aumentar los apuros del erario público aceptando una pensión vitalicia; 20 años hubiera disfrutado esa pensión Cabañas.

Además, el decreto del congreso hablaba que su viuda o sus hijos disfrutaran del 50%, así que no solo él no gozó la pensión, sino que también su familia quedó sin recibirla, ¡qué enseñanza que no tiene parangón! Y qué hacen nuestros diputados y políticos ahora, se recetan pensiones vitalicias.

Esos valores, esos principios debiéramos destacarlos. Me parece que nos falta bastante para poner a estos héroes en el sitial que les corresponde. Nos falta mucho por conocer el pensamiento de todos nuestros próceres, y de colocarnos a la cabeza de ellos”, reflexionó el historiador.

Esa era prolífica de próceres representa una parte indeleble de la historia centroamericana, sus ideales y gestas libertarias nos acompañarán hasta el linde de la historia.