TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El 22 y el 23 de diciembre de 2018 dos noticias sacudieron la agenda de los medios de comunicación de Honduras:
Marcos Carías Zapata y Miguel Ángel Ruiz Matute, figuras invaluables de la historiografía y la plástica nacional, habían fallecido, uno casi inmediatamente después del otro.
Hoy, a un año del lamentable hecho y con la intención de rendirles homenaje, se ofrece un repaso por el legado de estos dos personajes que, desde sus respectivas miradas, se encargaron de hacer efervescer su amor por las disciplinas que les permitieron formar parte de la memoria permanente de su país, e incluso más allá.
En su texto, Lanza resaltó “‘ Los toreros’, ‘Lázaro a la luz’ y ‘Los contemplados’, fueron a mi juicio el conjunto de trabajos mejor logrados por Ruiz Matute; su serie de retratos también es espectacular. Considero que junto a Mario Castillo conformaron la maestría del retrato hondureño”.
En palabras de Lanza, “en la obra de Ruiz Matute, el color ya no fue más la pasta que animaba el dibujo, el color pasó a ser en muchas ocasiones el nervio de la obra. El color fue trazo, línea, textura, recurso psíquico, elemento compositivo, movimiento y ritmo; todas estas cualidades han conformado su estética, convirtiéndola en el centro de los fundamentos de la pintura hondureña; desafortunadamente, las nuevas generaciones no han asimilado este extraordinario legado que nos dejó el maestro”.
En el mismo escrito que desglosa su legado, Lanza refiere que el arte moderno se caracterizó por explorar nuevas referencialidades espaciales, que esa fue la lucha de Cezanne, de Monet, de Picasso y otros maestros de la modernidad. Para él, Ruiz Matute asimiló como pocos en Honduras esta herencia, es por ello que su pintura es un diálogo entre luz y espacio.
“Ruiz Matute nos enseña que el oficio de pintar no pasa por describir un tema, se trata, sobre todo, de dialogar con el mundo desde la estructura del color; para el maestro, el color es el principio y el fin de la pintura, quien tiene dominio del color sabrá comunicar sus ideas más intensas y sus sentimientos más profundos. Su pintura fue al encuentro de problemas existenciales que, sin pertenecer necesariamente al conflicto social, pertenecen a la angustia, a la soledad y a la incertidumbre de la humanidad actual”, indagó.
Las líneas del extenso artículo, además de esclarecer el trabajo del pintor de corte expresionista, ahondan en su técnica, sus temáticas y su particularidad. “Honduras tiene la honra de haber engendrado entre sus ciudadanos a uno de los hombres que supo sentir al país y al mundo en la luz de sus pinceles. Su última pincelada fue en el alma, allí dejó sentir su transparencia de luz, fue en el alma de la humanidad donde el pincel de Miguel Ángel Ruiz Matute alcanzó su gloria infinita”.
Miguel Ángel Ruiz Matute nació en la ciudad de San Pedro Sula, Honduras, el 1 de marzo de 1928. A finales de la década de 1950 llega a España, donde se integra a la Academia de San Fernando.
Después de su estadía en Francia, donde fue en búsqueda de una dimensión más universal de su obra, regresó a España. En los años sesenta retorna a Honduras y expone bajo el patrocinio de la Universidad Nacional. La exhibición realizada en febrero del 2016 en el salón del Banco Atlántida que, a su vez, registra su última visita al país, fue una de las retrospectivas más completas de su trabajo.
Ruiz Matute tiene el mérito de haber participado en las tres bienales hispanoamericanas de arte (1951, en Madrid, España; 1954 en La Habana, Cuba; y 1956 en Barcelona, España). En la bienal hispanoamericana celebrada en La Habana obtuvo el Premio Bilbao, y ese mismo año se le concedió el Premio Nacional de Arte Pablo Zelaya Sierra.
A días de la muerte de quien además fue su amigo, Bermúdez desglosó un texto que enternece y lo trae de vuelta la vida. “Poquísimos autores alcanzan la coherencia con que él supo manejar los presupuestos de su mundo imaginario. Incluso diría que el material narrativo de sus ficciones es acaso la más clara ilustración que brinda la literatura hondureña acerca de la aguda diferencia que trazara Coleridge entre imaginación y fantasía”.
“Para él la fantasía era una cualidad subalterna que propiciaba la creación de hechos nuevos. La imaginación, en cambio, es aquella virtud del intelecto que permite hilar vínculos nuevos entre hechos ya establecidos. La primera procrea los ‘monstruos de la razón’. La segunda preside el nacimiento de la poesía y de la fábula”, continuó.
En palabras de Bermúdez, quien acompañó la presentación de la primera obra póstuma del escritor, “Trío de tres” -publicada en noviembre de este año-, el lector nunca hallará en la obra literaria de Marcos Carías el torrente desbordado de una fantasía extravagante. Desde los relatos agrupados en “La ternura que esperaba” (1970) hasta ese ejercicio de estilo que es la novela “El ángel de la bola de oro” (2009) la imaginación más bien coloniza un evento ocurrido o una situación existencial determinada.
“Así, Marcos Carías teje y entreteje una trama de relaciones plausibles que conduce al lector del campo de lo aceptado y usual a lo insólito e insospechado. Crea, en el sentido genuino del término, sin tener que recurrir a engranajes que difuminen lo existente y desencarnen lo real”, esclarece el texto que titula “Marcos Carías: una voz mayor”, escrito el 26 de diciembre de ese mismo año.
Marcos Carías Zapata nació el 15 de noviembre de 1938 en la ciudad de Tegucigalpa. Fue un historiador, narrador, ensayista y académico, licenciado en Filosofía y en Historia de América por la Universidad de Madrid. Publicó en vida trece libros de historia, cuento, novela y ensayo, y decenas de artículos en diversas publicaciones científicas y literarias; por su invaluable obra recibió numerosos premios y reconocimientos.
Hoy, a un año del lamentable hecho y con la intención de rendirles homenaje, se ofrece un repaso por el legado de estos dos personajes que, desde sus respectivas miradas, se encargaron de hacer efervescer su amor por las disciplinas que les permitieron formar parte de la memoria permanente de su país, e incluso más allá.
En el arte
A días del deceso del pintor, Carlos Lanza, crítico de arte hondureño, escribió: “Murió el último maestro de la modernidad pictórica hondureña”. En su artículo “ Ruiz Matute: la última pincelada fue en el alma” -publicado en la edición de Siempre de la semana siguiente- el autor de El Gran Vidrio develó una mirada profunda sobre la obra de quien hacía pocos días había compartido sus últimos momentos en Londres, Inglaterra, donde radicada desde hacía ya varios años.En su texto, Lanza resaltó “‘ Los toreros’, ‘Lázaro a la luz’ y ‘Los contemplados’, fueron a mi juicio el conjunto de trabajos mejor logrados por Ruiz Matute; su serie de retratos también es espectacular. Considero que junto a Mario Castillo conformaron la maestría del retrato hondureño”.
En palabras de Lanza, “en la obra de Ruiz Matute, el color ya no fue más la pasta que animaba el dibujo, el color pasó a ser en muchas ocasiones el nervio de la obra. El color fue trazo, línea, textura, recurso psíquico, elemento compositivo, movimiento y ritmo; todas estas cualidades han conformado su estética, convirtiéndola en el centro de los fundamentos de la pintura hondureña; desafortunadamente, las nuevas generaciones no han asimilado este extraordinario legado que nos dejó el maestro”.
En el mismo escrito que desglosa su legado, Lanza refiere que el arte moderno se caracterizó por explorar nuevas referencialidades espaciales, que esa fue la lucha de Cezanne, de Monet, de Picasso y otros maestros de la modernidad. Para él, Ruiz Matute asimiló como pocos en Honduras esta herencia, es por ello que su pintura es un diálogo entre luz y espacio.
“Ruiz Matute nos enseña que el oficio de pintar no pasa por describir un tema, se trata, sobre todo, de dialogar con el mundo desde la estructura del color; para el maestro, el color es el principio y el fin de la pintura, quien tiene dominio del color sabrá comunicar sus ideas más intensas y sus sentimientos más profundos. Su pintura fue al encuentro de problemas existenciales que, sin pertenecer necesariamente al conflicto social, pertenecen a la angustia, a la soledad y a la incertidumbre de la humanidad actual”, indagó.
Las líneas del extenso artículo, además de esclarecer el trabajo del pintor de corte expresionista, ahondan en su técnica, sus temáticas y su particularidad. “Honduras tiene la honra de haber engendrado entre sus ciudadanos a uno de los hombres que supo sentir al país y al mundo en la luz de sus pinceles. Su última pincelada fue en el alma, allí dejó sentir su transparencia de luz, fue en el alma de la humanidad donde el pincel de Miguel Ángel Ruiz Matute alcanzó su gloria infinita”.
Miguel Ángel Ruiz Matute nació en la ciudad de San Pedro Sula, Honduras, el 1 de marzo de 1928. A finales de la década de 1950 llega a España, donde se integra a la Academia de San Fernando.
Después de su estadía en Francia, donde fue en búsqueda de una dimensión más universal de su obra, regresó a España. En los años sesenta retorna a Honduras y expone bajo el patrocinio de la Universidad Nacional. La exhibición realizada en febrero del 2016 en el salón del Banco Atlántida que, a su vez, registra su última visita al país, fue una de las retrospectivas más completas de su trabajo.
Ruiz Matute tiene el mérito de haber participado en las tres bienales hispanoamericanas de arte (1951, en Madrid, España; 1954 en La Habana, Cuba; y 1956 en Barcelona, España). En la bienal hispanoamericana celebrada en La Habana obtuvo el Premio Bilbao, y ese mismo año se le concedió el Premio Nacional de Arte Pablo Zelaya Sierra.
En la literatura
Y para hablar sobre la herencia que Marcos Carías Zapata dejó en Honduras, tras haberse consagrado como un historiador, narrador y escritor de renombre que, sin tener inclinación por los reconocimientos, fue digno y protagonista de muchos, citamos al crítico literario hondureño Hernán Antonio Bermúdez.A días de la muerte de quien además fue su amigo, Bermúdez desglosó un texto que enternece y lo trae de vuelta la vida. “Poquísimos autores alcanzan la coherencia con que él supo manejar los presupuestos de su mundo imaginario. Incluso diría que el material narrativo de sus ficciones es acaso la más clara ilustración que brinda la literatura hondureña acerca de la aguda diferencia que trazara Coleridge entre imaginación y fantasía”.
“Para él la fantasía era una cualidad subalterna que propiciaba la creación de hechos nuevos. La imaginación, en cambio, es aquella virtud del intelecto que permite hilar vínculos nuevos entre hechos ya establecidos. La primera procrea los ‘monstruos de la razón’. La segunda preside el nacimiento de la poesía y de la fábula”, continuó.
En palabras de Bermúdez, quien acompañó la presentación de la primera obra póstuma del escritor, “Trío de tres” -publicada en noviembre de este año-, el lector nunca hallará en la obra literaria de Marcos Carías el torrente desbordado de una fantasía extravagante. Desde los relatos agrupados en “La ternura que esperaba” (1970) hasta ese ejercicio de estilo que es la novela “El ángel de la bola de oro” (2009) la imaginación más bien coloniza un evento ocurrido o una situación existencial determinada.
“Así, Marcos Carías teje y entreteje una trama de relaciones plausibles que conduce al lector del campo de lo aceptado y usual a lo insólito e insospechado. Crea, en el sentido genuino del término, sin tener que recurrir a engranajes que difuminen lo existente y desencarnen lo real”, esclarece el texto que titula “Marcos Carías: una voz mayor”, escrito el 26 de diciembre de ese mismo año.
Marcos Carías Zapata nació el 15 de noviembre de 1938 en la ciudad de Tegucigalpa. Fue un historiador, narrador, ensayista y académico, licenciado en Filosofía y en Historia de América por la Universidad de Madrid. Publicó en vida trece libros de historia, cuento, novela y ensayo, y decenas de artículos en diversas publicaciones científicas y literarias; por su invaluable obra recibió numerosos premios y reconocimientos.