TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Dentro de unas décadas, el nazareno se habrá convertido en un postjesucristo, y mientras la vieja religión naufraga, el ser ancestral que la habita se habrá instalado en otra casa de la fe”, Eduardo Almiñana.
Hace unos días mostré la pieza “Yuxtaposición”, del artista salvadoreño Óscar Pérez, a una buena amiga que profesa la fe católica. Se trata de una imagen en la que “El hombre araña” (Spider-Man) aparece yuxtapuesto al Cristo crucificado. La reacción fue de espanto, los reproches y reclamos vinieron sin dar espacio a una explicación; la escuché con paciencia, desde su perspectiva, su reacción era entendible. Lo que mi amiga ignoraba es que los grandes guardianes de su fe aseguran desde diario Vaticano (L’Osservatore Romano) que superhéroes como Hulk, Superman, “El Hombre Araña” y “El Capitán América” son cristianos.
“¿Puede bastar un rosario entre las manos para definir como católica a una persona?”, se pregunta el vespertino de la Santa Sede, que recurriendo a un portal de Internet estadounidense sobre cómic en el que se señala la religión de todos los superhéroes, resalta que Bruce Banner, “el increíble Hulk”, el hombre verde, está casado por la iglesia. Señala, además, que en la película de Superman se confirma la fe cristiana -metodista, para más exactitud- del periodista Clark Kent. L’Osservatore Romano agrega que la prensa estadounidense llega incluso a hablar de la “dimensión cristológica del personaje”. El diario del Vaticano también destaca que “El Hombre Araña” es un convencido protestante (evangélico, diríamos en Honduras).
Puntualizo la opinión del Vaticano sobre la religiosidad de los superhéroes para dejar claro que la serie de Óscar Pérez, llamada “Seres, dioses y espacios” (2016-2019), nada tiene que ver con un asunto de sacrilegio; la obra, en dado caso, puede ser transgresora en tanto que irrumpe dentro una tradición articulada bajo una simbología de códigos culturales rígidos que no admite disenso.
Hibridación cultural y proyecto artístico
¿Qué hay detrás de esa asociación entre los superhéroes y las imágenes religiosas del catolicismo (Cristo y la Virgen)? En principio estamos frente a una notable ironía: la religión de la fe frente a la religión de la inmediatez posmoderna que genera la globalización económica; los trascendente frente a lo superfluo.
En la obra de Pérez, estas perspectivas de lo trascendente y lo secular se disuelven en una realidad híbrida, el objeto religioso se ha tornado en mercancía fetichizada con el mismo valor icónico que el objeto cómic que circula en las tiendas. Ambos, bajo el influjo de las relaciones de producción capitalista, son objetos alienados. Del mestizaje cultural hemos pasado al pastiche globalizado; de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús a la de una hamburguesa de Burger King. Un crucifijo se vende en la misma estantería donde patrocinan “Robocop”. Spider-Man se mueve a una velocidad que lo vuelve omnipresente, suplantando la idea de la omnipresencia divina. Si Cristo es el caballero de la luz, Batman es el caballero de la noche, todos son íconos del poder, todos son superhéroes.
Moles e iglesias se disputan a sus fieles. Estamos frente a una estética de la suplantación, donde la religión del dinero es la máscara de una nueva idolatría. Vivimos en una sociedad desamparada por la razón, somos los herederos de la gran duda, la razón no alcanzó la plenitud que le encargó la historia. Si Dios es duda, el hombre es el revés del polvo.
Las hibridaciones no vienen solas, pueden ser progresivas pero a su vez degradantes; no se trata simplemente de espacios románticos de convivencia cultural. Por lo general, las relaciones de poder capitalista viajan en su “Caballo de Troya”, adentro vienen sus héroes globalizados, sus estrategias de control y de poder, sus productos ideológicos, que a nombre de la convivencia y tolerancia, imponen la visión del mundo imperialista; frente a esto, solo la ironía construida sobre la desalienación del arte puede desenmascarar esos banales procesos de hibridación.
La noción de hibridación es progresiva si articula lo moderno y lo tradicional sobre una base donde lo popular y la llamada cultura de élite puedan dialogar con respeto, donde los mitos de hoy puedan reconocerse en los mitos de ayer y viceversa, donde lo tecnológico reconozca las vibraciones mágicas de lo artesanal. Lo anterior quizá sea una utopía, pero la esencia del arte es palpitar en los sueños de lo imposible. No es casual que en la obra de Pérez, “el increíble Hulk” sosiegue su fuerza frente a la fragilidad de la “Virgen de los Milagros” (se sabe que este superhéroe solo se calma frente a la presencia de una mujer), dos mitologías dialogando bajo coordenadas transhistóricas. Aquí, como en toda su obra, no prevalece la irreligiosidad, sino su visión crítica, irónica de los procesos de hibridación cultural.
No estamos frente a un artista iconoclasta cuestionador de la fe, después de la obra de Mapplethorpe, Andrés Serrano, Chris Ofili y el mismo León Ferrari, esa postura sería un lugar común. Lo que en realidad busca es desenmascarar los mitos culturales que se escamotean bajo los ritos de una nueva religión: la religión de la industria del espectáculo, creadora de nuevos dioses.
Insisto, lo que emerge de este proyecto artístico no son las confrontaciones de los valores religiosos, sino la dolorosa inversión de roles que genera la poderosa industria cultural posmoderna; estamos ante un artista que apuesta por la reculturización de la imagen a partir de su propia deconstrucción significativa, o mejor dicho, a partir de la deconstrucción de todo el imaginario de poder que les ha proporcionado la historia. Cristo no es Thor, ni la Virgen María es la “Mujer Maravilla”, la idea del superhéroe la llevamos por dentro como el veneno de una nueva religión importada desde la sociedad del espectáculo.
Imagen y contexto
Pienso que estas piezas, en el plano formal, aún guardan relación con las leyes internas de la escultura, su tridimensionalidad se resuelve en sí misma, esto en alguna medida limita su potencial irónico.
Si estas piezas se exhibieran o documentaran dentro de capillas o iglesias entonces su proceso de hibridación se movería en el terreno de una nueva espacialidad, de un nuevo encuentro con lo visual y, por ende, con lo cultural; estaríamos frente a una especie de “liturgialización” irónica de la imagen posmoderna. Pero esta vez, dialogando más allá del objeto, es decir, resignificando el espacio, dotando a las imágenes de una nueva potencialidad comunicativa.