TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este domingo queremos recordar al gran maestro Mario Castillo, quien falleció el 14 de abril del año 2012 a los 77 años. Nació en 1932 en San Pedro Sula, es el último de siete hermanos. Su madre Ángela Cárcamo fue una de sus grandes musas porque en la primera muestra realizada en 1951, elaboró dos pinturas donde ella es su modelo.
Recordaba don Mario Castillo que cuando cursaba cuarto grado en la Escuela Lempira comenzó a realizar sus primeros ejercicios plásticos con técnica mixta, mezclaba lápiz y acuarela, no estaba muy seguro de lo que hacía y por lo mismo escondía sus trabajos de la mirada de su profesor Santos Juárez Fiallos, hasta que un día fue descubierto por el mentor quien le pidió seguir adelante debido a su temprano talento en el manejo del color.
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Realizó estudios de educación media en el Instituto Central de Varones donde pintó un mural llamado “La muerte de Valle”. Tras la realización de ese mural, su profesor de francés Jean Batiste Delagis se impresiona con la calidad técnica del mural y lo anima para que en 1951 realice su primera exposición en una de las aulas del Central. Delagis tenía excelentes relaciones con el presidente Juan Manuel Gálvez, quien gestionó una beca para que Castillo estudiara en la academia de Roma, Italia, en 1952.
El maestro Castillo pertenece a esa generación de artistas que, dotados de una sólida formación académica, conformaron el universo moderno de nuestra pintura. Al trabajo encomiable y sistemático de Castillo habrá que agregar los nombres de Benigno Gómez, Moisés Becerra, Miguel Ángel Ruiz Matute, Gelasio Giménez, Arturo López Rodezno, Álvaro Canales, Arturo Luna, Arturo Machado, Dante Lazzaroni, Teresita Fortín, Ricardo Aguilar y Maximiliano Euceda; sin dejar de mencionar, claro está, la labor paradigmática de artistas como Zelaya Sierra, Montes de Oca y Zúñiga Figueroa, en las primeras tres décadas del siglo XX.
La modernidad pictórica del maestro
Una de las herencias más grandes de estos artistas ha sido su apego al oficio, el esmero por el gesto técnico; la experimentación audaz con diversos materiales y la ruptura con la forma tradicional; aún los trazos más gestuales e improvisados, forman parte de la absoluta responsabilidad con la que estos artistas concibieron sus propuestas artísticas.
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Lo anterior es muy importante si consideramos que una de las críticas más constantes que se hace a los jóvenes artistas, es la falta de oficio en sus propuestas.
El artista Delmer Mejía sostiene que “Mario Castillo, junto a otros artistas como Benigno Gómez y Dante Lazzaroni, continuaron la obra inconclusa de los precursores del arte moderno hondureño: Pablo Zelaya Sierra y Ricardo Aguilar”.
Se dice inconclusa por causa de la muerte prematura de Zelaya Sierra en 1933, a los 37 años y la de Aguilar en 1951 a los 36 años. Castillo fue uno de los grandes continuadores del arte moderno hondureño, su trabajo recorrió el expresionismo crítico, por cierto, poco trabajado y poco conocido; el cubismo aplicado al paisaje urbano tegucigalpense y a la escena local; el impresionismo tan claro en su serie “Las lavanderas”, hasta cerrar con un expresionismo sustentado en el movimiento de la luz.
Su práctica expresionista no fue una expresión cargada ni angustiosa, fue más bien la búsqueda del trazo contingente, rápido y contrastado; son recursos que le permitieron moldear y enfatizar la forma buscada. Su expresión se regodeó en lo lírico, escogió ese camino y fue coherente; la técnica le permitió dimensionar la naturaleza de la materia pictórica o reforzar su estrategia de visibilidad.
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Generalmente nuestro expresionismo ha sido doloroso, muy dado a la denuncia y eso no es criticable, siempre y cuando no devenga en panfleto, pero Castillo optó por una fuerza pictórica orientada a exponer el color, la luz, el trazo fuerte, la mancha y las texturas (a veces muy intensas). Todo lo anterior fueron estrategias centradas en saturar los espacios de luz, fue un acto consciente; “para mí el color es todo” dijo en la última entrevista que me dio en el año 2010. Esto nos indica que fue influido por toda una corriente modernista que encontró en el color el valor supremo de la pintura.
Formado en la escuela italiana de los años cincuenta, no hay duda que encontró allí ese interés por la luz que ha sido histórico en la estética de ese país, práctica que podemos seguir desde el renacimiento hasta las vanguardias italianas.
Su legado
Lo que más caracterizó a Mario Castillo es la composición estructural de su obra a partir de la figura humana; su trabajo discurre por los caminos de una plasticidad natural. Sin embargo, este realismo figurativo casi siempre es elevado a un estado de sublimidad y trascendencia que hace de la composición uno de sus mejores soportes artísticos. En Honduras existe una acentuada tradición sustentada en la figura humana, esto se convierte en un problema cuando ella es utilizada como puro referente ilustrativo, cuando se convierte en una especie de pedagogía para explicar una idea, pero en el caso de Castillo, la figura humana es un elemento formal que organiza la estructura de la obra y equilibra las zonas por donde el color adoptará sus movimientos; más que figurar, Castillo compone, organiza, dispone, toda su figuración es una sensibilidad estrictamente plástica.
En la producción de Mario Castillo, el elemento central de su arte representativo es la luz, ella es el principio que mueve toda su obra y, aunque su discurso visual se orientó hacia el paisaje, los problemas comunes y existenciales del hombre y los temas religiosos traducidos en su estética de los “ángeles”, puedo afirmar que todo ese discurso estuvo supeditado a la fuerza organizadora del color.
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El color marrón por su capacidad de contrastar es fundamental en la organización espacial de su obra. Su pintura es un universo de tonalidades, es profunda y leve a la vez, va de zonas sinuosas a trasparencias rigurosas, bien definidas, tiene que ser así porque precisamente esas transparencias son los espacios por donde Castillo hace transitar la luz; su obra “El sueño de Job” es un magistral ejemplo de ello; su obra “Menina” tan irónica y condensada, es, a mi juicio, una de las piezas vitales del arte moderno hondureño.
Mario Castillo debe ser estudiado en las academias de arte, sus fundamentos plásticos pasaron la prueba de la historia, por eso le llamamos con todo respeto Maestro de la pintura hondureña.