TEGUCIGALPA, HONDURAS.-'Para Emmanuel, mi hijo estudiante de arquitectura, tú que hace planes y planos sin descanso, en medio de la disrupción…'
Hoy rediseñé una receta de ensalada que me encanta. Conservo algunos de los trucos que permiten lograr mezclas fascinantes, he descartado otros y aprendo nuevos al cocinar de forma liberadora.
Mezclar verduras crudas con verduras salteadas es uno de los caminos vibrantes en la preparación de algunas ensaladas. Mido el éxito de una ensalada en varios niveles. Recaudo adjetivos y los recuerdo para aumentar mi interés en el cambio, la experimentación y la sorpresa. El máximo nivel de logro, a mi parecer, es cuando alguien a quien no le gustaban las verduras las consume con entusiasmo y llega incluso a repetir. El adjetivo que más me gusta es “mágica”.
Hoy tomé un chile dulce y lo dividí en dos partes: una la corté en “julianas”, finas tiritas que salteé en aceite de oliva y la otra en “brunoise”, cuadritos diminutos que puse en el recipiente donde hice la mezcla. Logré, con un solo ingrediente, el chile dulce, obtener dos sabores y dos efectos visuales.
Mientras que cocinaba recordé que casi todos los planes que teníamos antes de esta disrupción generada por el covid-19 ya no sirven.
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Descarté en ese momento las primeras capas de una cebolla roja. Las capas externas de la cebolla me recuerdan las veladuras, que son capas finas de pintura con las que los artistas creamos misterio y realidad en la pintura. Los pintores clásicos conformaban la profundidad y los contornos con múltiples veladuras… transparentes y calculadas. Muchos de los planes que teníamos antes del covid-19 deberán ser replanteados, reservados para más adelante o incluso descompuestos en partes para que tengan utilidad en el proceso de transformación que vivimos, pero que también sirvan para cuando pase la tormenta, pues quizá las nuevas disrupciones lleguen en secuencia.
Este ejercicio analítico de revisión, actualización y creación de nuevas propuestas es la deconstrucción que requiere el momento que vivimos. Partí en dos la cebolla roja y piqué una mitad tan diminuta como pude... la otra mitad la corté en medialunas. Mezclé la cebolla picadita con el chile en el recipiente para la mezcla. Caramelicé las medialunas en un pequeño sartén, usando azúcar morena y mantequilla. Cuando la cebolla caramelizada estaba a temperatura ambiente, la agregué a la mezcla principal. Sentí ese olor indescifrable que se estaba conformando. Sí, las ensaladas tienen carácter propio, y a la vez, cuentan una historia, si están hechas con mística.
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Insalata: ben condita e mal salata
Ensalada; bien condimentada y mal salada. Aprendí esta frase en la Liguria italiana. Jamás la olvido. Vuelve a mis recuerdos cada día, en cada preparación vegetal. Muchos condimentos y poca sal.
Piqué apio muy fino. Las hojas tiernas las puse en la mezcla... doré los tallos en cortes transversales en aceite con ajo y muy poca sal marina. Escuché a un cocinero asiático decir que él condimentaba con apio frito, y desde entonces lo hago.
Bajé algunos frascos con especias. Los puse en línea en el pollo de la cocina. Los acomodé, en una acción infantil. Aún siento orgullo al poner los frascos en perfecto orden.
Con sentimiento de solidaridad recordé que, para la mayoría de las personas, los planes cambiaron de la noche a la mañana hace aproximadamente cinco meses. Viajes cancelados, bodas aplazadas, formas de trabajo y de vida. Todo comenzó a cambiar, ya no por elección propia sino determinado por los efectos de la pandemia.
Las decisiones gubernamentales que limitan la movilidad, en busca de interrumpir el contagio, constriñen hoy hasta la más profunda necesidad de compartir con otras personas. Somos gregarios, y esto es doloroso.
Vino a mi mente el edificio de la Fundación Louis Vuitton de París, diseñado por el arquitecto Frank Gehry. Si quieres un buen restaurante, busca un buen museo. El espacio de la fundación no debía ser inferior al arte que alojara.
Abrí la nevera y le di rienda suelta a mi imaginación. Busqué más verduras y saqué un filete de pollo que estaba marinando en una mezcla de salsas de soya y barbacoa. Sentí el aroma creciente de la ensalada y aceleré el pollo llevándolo a la plancha, buscando un componente urgente. El aroma a barbacoa despertó mi apetito ancestral.
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El término deconstructivismo en la arquitectura fue acuñado por el filósofo francés Jacques Derrida, en 1980. Dima Stouhi nos dice que el deconstructivismo “no es, de hecho, un nuevo estilo arquitectónico, ni es un movimiento de vanguardia contra la arquitectura o la sociedad. No sigue reglas ni adquiere una estética específica, ni es una rebelión contra un dilema social. Es la liberación de infinitas posibilidades de jugar con formas y volúmenes”.
Inspirados en este término, hoy podemos ver nuestras estrategias y planes organizacionales, y abrir las opciones de hacer algo maravilloso que no parte de la destrucción, sino que de forma analítica permite recomponer y adaptar. Ayala, en su texto “La deconstrucción como movimiento de transformación” (2013) plantea que la deconstrucción analítica como método viene del filosofar de Martin Heidegger, en el libro “Ser y tiempo” (1986). Según el autor, la deconstrucción influyó a otras disciplinas, la filosofía, literatura y la arquitectura.
Tomé cuatro tomates muy maduros, les hice cortes en la parte superior y los puse por unos minutos en agua hirviendo para pelarlos, pensé: ¿Ha llegado el momento de revisar distintos conceptos relacionados con deconstrucción para fortalecer la gestión estratégica organizacional y los planes de vida de las personas?
Aún no sabemos cómo será la nueva realidad post covid-19, entonces ¿cómo hacer el proceso de deconstrucción sin que este nos genere mayor inestabilidad? El proceso de ajuste y adecuación de planes debe hacerse en medio de la incertidumbre que vivimos.
El punto de partida debe ser, hoy más que nunca, el propósito. Cuando hablamos de una organización de última generación, recurrimos a la recomendación de J. Ribero, J. Retrepo, C. Herrán y M. Espinosa en relación con la búsqueda del equilibrio, aún en la disrupción.
Ferran Adrià nos habla desde la cocina acerca del futuro, al predecir este momento histórico que vivimos hoy, y la necesidad de crear nuevas realidades, tomando lo mejor del pasado. Para él la deconstrucción en sus preparaciones “consiste en utilizar (y respetar) armonías ya conocidas, transformando las texturas de los ingredientes, así como su forma y temperatura... manteniendo cada ingrediente o incluso incrementando la intensidad de su sabor”.
Esta reveladora explicación nos abre un gran camino de reflexión. ¿Cuáles son las armonías conocidas que debemos conservar durante la disrupción y que nos darán fuerza en la nueva realidad? ¿Qué debemos transformar y ajustar?
Ayer preparé un queso de garbanzo. Piqué el queso en cuadrados medianos, y los puse sobre la ensalada.
“La tarea deconstructiva, por definición, no tiene fin”, Rosa Montes, 2008.
He hurgado en mi mente y en distintos textos, buscando claves que me ayuden a terminar esta mirada deconstructiva de la planeación, a la vez que termino la ensalada. Si vemos la acción deconstructiva de planes, como una respuesta a la disrupción, podemos plantear un precepto: hagamos planes que no tienen fin, sino que pueden ser -a partir del proceso analítico-, ajustados en la disrupción. Si logramos hacerlo, quizá estemos desarrollando la capacidad de hacer Gestión Deconstructiva de Planes y Estrategias. Serví la mezcla de verduras, adornada con cuartos de tomate crudos, pollo color bronce y perejil picado. La bañé en un caldo unificador, hecho de vinagre balsámico, jugo de naranja y miel de abejas.