Siempre

Artículo de Octavio Carvajal: ¡Colapso!

Las especies marinas han salido del fondo de los mares al percibir la huida de pescadores, ahora furtivos por temor a pescar la plaga

11.04.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Sin duda alguna de que el coronavirus -a más de tres meses de explotar en Wuhan, China- nos postró, y, tiene -pensamos- condenadas a muerte a grandes y pequeñas naciones donde sus jefes han admitido, en medio de su otrora jactancia, que el mal asolará por doquier y que el capital mundial hará un quiebre nunca antes visto ni sentido.

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Asustados o no, el achaque, según eruditos, es peor que la Segunda Guerra Mundial. El virus -creado en mentes aviesas o una prueba divina- es más fuerte y letal que un arma nuclear. Es más aterrador que millones de misiles que matan inocentes y destruyen ciudades enteras por pugnas sucias de fratricidas. Hoy, moribundos, buscan salvar vidas porque peligran sus bolsas y el petróleo.

Ruina

No obstante, aquí o en la China, vemos la peste entre la incredulidad y el desafío. Irreverentes ante la aterradora toxina microscópica que arrasa sin mimos de ningún tipo y certifica, de una vez por todas, que los “humanos” somos pinches bravucones. Una plaga voraz, de repente apocalíptica, nos cercó y nos tiene al borde de la locura.

El coronavirus aplastó todo aparato bélico
tronado por codicias y egos. La ponzoña
tapó el bullicio y la orgía mundial. Paró la
incansable Nueva York. Frenó paseos de
caros navíos y los aviones están en tierra.

Octavio Carvajal



El coronavirus aplastó todo aparato bélico tronado por codicias y egos. La ponzoña tapó el bullicio y la orgía mundial. Paró la incansable Nueva York. Frenó paseos de caros navíos y los aviones están en tierra. Huele a muerte y pánico. Nadie habla ni se pelea por el fútbol.

Frente a miles de caídos, cero vivas a sus “ídolos” Cristiano Ronaldo y Leonel Messi. Nada ni nadie volverá a ser igual si repasamos la lección.

¡Inaudito! Pistas para patinaje de hielo sirven de morgues. Ahora patinan cadáveres de hombres y mujeres de todas las edades víctimas de la peste que poco a poco derrite el orgullo de altivos vistos totalmente frágiles, derribados y estériles ante la feroz y olímpica mortalidad. El coronavirus hunde y aflige las bóvedas de los multimillonarios.

Plata

No más pleitos, si aún tienen alma, por el oro negro que tocó fondo en su precio más bajo en los últimos veinte años. Adiós a mentes materiales. Sin respiro todo termina. Una pequeña partícula de saliva nos atormenta. No más astucias hablando de Cristo para robarnos más el pisto a lomos de la inopia y del hambre. “Vuélvanse a mí” rezan las escrituras.

Tal vez, los inicuos de toda capa dejan de estimular el odio entre razas y credos. Ojalá ciertas redes sociales no sirvan nunca más para enredar sesos débiles violando la palabra sacrosanta. Para los que se sueñan “iluminados” que curan todo en falsos púlpitos, salgan a las calles a parar la hecatombe. Luzcan, como milagrosos que dicen ser, el antídoto para matar la plaga destructora.

Juran unos sacrílegos que “son los últimos tiempos”. ¡No! Eso solo Dios los sabe. Es nomás otro de sus tirones de oreja para instruirnos que somos simples mortales fatuos. Tal vez meditan los perversos y altaneros esta era difícil que los luce como caricaturas.

El terrible mal desdibujó el trajín suntuoso de muchos flojos. Bajen las armas bélicas y armen los hospitales de médicos y de todo lo que sirve para oxigenar los pulmones hasta de aquellos que matan por amor al maldito dinero.