TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Hay instantes -dice el filósofo y educador costarricense León Pacheco-, en la vida de los hombres y los pueblos, en que sus fuerzas existenciales, sin agotarse, no operan.
En efecto, no se agotan porque la vida sigue su cauce y esta solo es interrumpida por la muerte, pero sí es cierto que hay momentos a lo largo de la existencia en que todo parece estancarse.
Quizá el arte hondureño atraviese hoy en día por uno de estos momentos. La vida artística nacional transcurre y comprobamos que continuamente se desarrollan exposiciones, pero la sensación que nos dejan al salir es que el arte hondureño no crece porque sus fuerzas vitales se encuentran estancadas. Y ya sabemos lo que ocurre cuando el agua se estanca: adquiere hediondez y se pudre. La Bienal del IHCI es un ejemplo.
Un modelo piramidal de bienal
La Bienal del IHCI dejó de ser funcional para el arte hondureño y esto se debe fundamentalmente al empecinamiento de sus organizadores que insisten en desarrollar un salón nacional de arte siguiendo un modelo ya agotado.
Este modelo, herencia del siglo XIX, se construye desde abajo hacia arriba como una pirámide cuya base es amplia y está ejemplificada por una convocatoria abierta.
Luego, en el centro de esta pirámide, hay una franja más delgada que es la que el jurado establece con su criterio de selección y en donde encontramos un conjunto limitado de obras que terminan siendo al fin al cabo el salón.
Por último, en la cúspide de esta pirámide, está el premio y las menciones de honor.
Esta estructura piramidal introduce un sistema de valor vertical que se convalida a partir de la obra ganadora que llega desde arriba hacia abajo. En ese sentido, el premio es la encarnación de la mirada del jurado hacia la base y de ahí hacia todo el campo de la pintura hondureña.
Así de delicadas son las implicaciones que conlleva la responsabilidad de consagrar.
Para esta edición el jurado internacional conformado por Ramón Ostolaza, Marta Mabel Pérez y Mauricio Linares, concedió el Premio único de pintura a Wilson Ferrufino, autor de la obra “Brilla por su ausencia”.
Con esta decisión no solamente convalidan que la obra en mención es la mejor del conjunto, nos están diciendo además que es representativa de la pintura hondureña. No estamos de acuerdo.
La pintura sigue siendo el medio con mayor presencia cualitativa y cuantitativa en el país; y si bien su historia es mínima y sus cosechas apenas si merecen la atención más allá de nuestras montañas y serranías, lo cierto es que a ella le debemos algunas de las elaboraciones más complejas y afortunadas.
En esta historia de trascendencia la pintura de Ferrufino no encaja por ser artísticamente pobre y porque nada comunica. No digo que sea mala: digo únicamente que es insignificante para la historia de la plástica nacional.
Los creadores
Pero la crisis de un salón no se explica únicamente por el modelo que adopta la institución que organiza, también se nutre de la capacidad y maestría de los creadores que concurren. En este aspecto la realidad de la Bienal resulta aflictiva.
Tan solo la obra de Ronald Sierra es fruto que agrada y alegra nuestro paladar. Nos decepciona Pedro Pablo, de buen dominio en el uso del pincel y a quien debemos reconocerle que es un joven creador que sabe lo que pinta, lo que piensa y lo que desea. Sin embargo, sus cuadros son soporíferos y su mensaje es plano.
También desilusiona Marcio Arteaga que pese a conocer muy bien los sonidos del óleo, continúa esmerado en ofrecernos recaditos sentimentales y bucólicos.
La obra de Estefano Martínez gratifica porque ha sido ejecutada con paciencia artesana, es una pintura limpia y sedosa, rica en matices y pobre en ideas.
En Andrés Mejía encontramos un creador educado en la academia, aunque es muy sedentario en el discurso. Por último, Darvin Rodríguez, cuyo maná sigue siendo el dibujo y la ironía su estrategia, pero su paisaje es gutural y no alcanza la cima que un día ostentó.
En cuanto a los demás, nuestro consejo es que, si realmente tienen interés por aprovechar su paso por este mundo y conquistar un sitio en el arte hondureño, deben salir de su desgano y liberar sus fuerzas creadoras.
Propuesta
De continuar esta deriva, la Bienal del IHCI acabará por convertirse en un concurso de juegos florales.
Para evitar el naufragio habrá que dejar atrás el viejo modelo de salón decimonónico con su convocatoria abierta y apostar por un modelo de bienal libre de populismos y mejor sustentado en una curaduría.
En resumen, hay que transformar el planteamiento general de salón y convertirlo en un ejercicio de investigación del quehacer artístico actual, en donde haya un equipo de curadores nacionales o foráneos que examine, viaje, visite talleres, se entreviste con los creadores, revise portafolios, identifique problemáticas comunes y seleccione obras con las cuales construir una narrativa a fin de hacer más enriquecedora su coexistencia en el espacio expositivo y aportar así una experiencia relevante a los espectadores. Del resto, de las consagraciones, que se encargue el jurado.