TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este artículo tiene el propósito de aclarar algunos cuestionamientos infundados que se han realizado a partir de la publicación del texto titulado: “¿Qué está pasando con la pintura hondureña?”, donde abordamos las exposiciones “Arte capital” y “Homenaje a Pablo Zelaya Sierra”.
Recibir desaprobaciones no es ningún problema, casi siempre nos ha tocado nadar contra la corriente, lo incorrecto es tratar de polemizar desde aseveraciones que no se han realizado o manipular el sentido de una expresión solo con el propósito de descalificar un argumento.
Polemizar así no ayuda, metodológicamente es falible porque carece de rigurosidad y de verdadero sentido crítico.
Se ha dicho, por ejemplo, que ese texto es destructivo, que cómo se le puede pedir a un joven que pinte igual que un gran artista como Pablo Zelaya Sierra, también se ha tergiversado lo que dijimos sobre el papel de la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA) y la Carrera de Arte de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán (UPNFM).
Alguien llegó a decir, en un plano ramplón, que quienes habíamos criticado esas exposiciones éramos pintores frustrados.
En fin, después de ver los cuestionamientos al artículo, concluyo que la tesis central de los mismos es la siguiente: “Carlos Lanza está interesado en destruir a los artistas emergentes exigiéndoles una calidad que no corresponde a su edad”. Nada más falso.
En el año 2008 fuimos contratados por el Museo del Hombre Hondureño para organizar el Primer Certamen de Pintura Emergente Pablo Zelaya Sierra, los resultados fueron diferentes.
La calidad en la práctica artística es relativa, pero también es esencial.
Decimos que la calidad es relativa porque se debe establecer de acuerdo a la madurez y experiencia del artista, pero el hecho de ser jóvenes en ningún momento les da licencia para hacer una obra mediocre y mucho menos los faculta para exhibirla.
En nuestro artículo jamás dijimos que a un joven creador se debe exigir la calidad de un gran maestro, más bien, argumentamos que el joven no era el principal responsable de la mala obra que estaba produciendo; en la cadena de responsabilidades señalamos que era la “institución arte” la que tenía mayor responsabilidad por legitimar en sus espacios obras sin el mínimo de exigencias técnicas.
Si un joven va a interpretar el lenguaje de Zelaya Sierra, de Gelasio Giménez, de Ezequiel Padilla, de Carlos Garay, del Greco, de Cézanne o Sorolla, debe mínimamente puntualizar aquellos principios básicos del color y de la forma que caracterizan el trabajo de estos maestros.
Los jóvenes que intentaron acercarse a Pablo Zelaya Sierra, salvo uno o dos, estuvieron muy lejos, demasiado lejos del lenguaje visual del maestro.
Mi punto es que si no estaban listos no debieron exponer. Debieron acompañarse de artistas experimentados que les ayudaran a develar los recursos pictóricos del maestro, fue necesaria una curaduría exigente que los llevara a estudiar con seriedad el gran manifiesto pictórico del maestro: “Apuntes a lápiz”, donde con meridiana claridad Zelaya Sierra expone su concepción estética.
De ser así, hubiésemos tenido una propuesta digna. ¡Es increíble! Alguien de los participantes dijo públicamente que había presentado su obra sin terminarla y ninguno de nuestros críticos dijo nada al respecto, ¿creen que callando estas cosas y dando palmaditas en la espalda a trabajos mal ejecutados van a ayudar a estos jóvenes?
Lo de “Arte capital” es aún más patético porque allí participaron artistas que ya días bregan en el oficio y su trabajo solo sirvió para constatar el enorme retroceso y estancamiento en que se encuentran. No fue fácil estar parado frente a tanta decadencia, y más aún cuando observamos la pobreza formal y cromática de artistas en quienes alguna vez ciframos esperanzas.
Aclaramos que no decimos estas cosas por frustración, ejercer la pintura nunca ha sido nuestro interés, la palabra y solo la palabra ha sido nuestra pasión personal, lo que aquí está dicho es con el firme propósito de generar reflexiones serias y contribuir a generar un profundo sentido de autocrítica, mientras el resentimiento y la ramplonería barata sigan siendo el eje de la discusión, no vamos a ningún lado.
La academia no hace artistas, pero incide en la formación
Nunca hemos afirmado que la academia hace artistas, la Carrera de Letras no hace poetas ni narradores, tampoco la Escuela Nacional de Bellas Artes hace artistas, da títulos de bachillerato en Artes Gráficas y Artes Plásticas; la Universidad Pedagógica Nacional forma licenciados en arte, pero no gradúa artistas; la Escuela de Música otorga el título de bachiller en Ciencias y Humanidades con Orientación en Música, pero tampoco hace artistas.
Queda bien establecido que ser artista es una condición especial de la creatividad, de la técnica y del espíritu.
Para Zelaya Sierra, ser artista significaba conocer las “leyes de la construcción” y vincularse a lo más elevado del espíritu. Ahora bien, si el 99% de quienes se dedican a hacer arte son egresados de la ENBA y muchos de ellos han sido graduados como licenciados en arte por la UPNFM, entonces nadie puede argumentar que estas dos academias no tienen ninguna responsabilidad en la calidad de la producción artística hondureña.
Es curioso, pero lo mejor de nuestra tradición pictórica se conformó alrededor de nuestra querida ENBA, precisamente cuando esta escuela era conocida como la gran rectora de la cultura nacional, pero también debemos decir que cuando la ENBA entró en franca decadencia, empezamos a ver la deplorable calidad de nuestra pintura.
La institución arte legitima o deslegitima
Estas instituciones existen, son una realidad, y aunque creamos que el buen arte se legitima solo, estas instituciones están allí para mostrar lo que el artista produce, ellas también son productoras de una cultura artística y es precisamente lo que les estamos reclamando, no desde ahora, sino desde hace 25 años, es decir, la falta de coherencia en sus políticas artístico-culturales.
Hoy muestran un gran proyecto y mañana exhiben un “churrón” de mal gusto. Se ha perdido la capacidad de filtrar.
Una de las grandes funciones de estas instituciones es salvaguardar y promover lo mejor de nuestra producción artística, pero realmente ¿están tomando con seriedad esta histórica responsabilidad?, no lo creemos y lo decimos con pesar.
Cuando un joven, sin el mínimo talento, es exhibido en sus salas, no solo lo están engañando, también están descontinuando lo mejor de nuestra tradición artística, sumiéndonos en una cultura de la mediocridad.