TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Nos acercamos al 203 aniversario de la independencia, acompañados de las acostumbradas celebraciones y desfiles para conmemorar este hito como nación. Sin embargo, aquí cabe preguntarse: ¿tenemos realmente una identidad nacional sólida? ¿Somos verdaderamente... independientes?
Aunque se establece nuestra independencia el 15 de septiembre de 1821, esa fecha no representó nuestro nacimiento inmediato como una nación soberana.
Desde el principio, la evolución política y social nos había transformado de ser una región precolombina sin fronteras definidas a una colonia bajo el dominio del reino de Castilla, España (Imperio Español).
Tres siglos más tarde, logramos formar parte de un bloque regional y nos liberamos de dicho control ibérico. Sin embargo, aún no éramos el país que hoy conocemos como Honduras, pues atravesamos varias fases de unión con otras naciones vecinas, incluido México.
Con el tiempo, paulatinamente, fuimos estableciendo fronteras y eventualmente adoptamos el nombre de la nación de cinco estrellas, Honduras.
A pesar de todo este rocoso camino hasta llegar a constituirnos como nación, nuestro país parece carecer de una robusta identidad nacional. Se conoce como identidad nacional al “sentido de pertenencia a un pasado, presente y futuro compartidos por una colectividad asentada en un territorio definido, con una historia y una o unas culturas que la caracterizan y singularizan de otros pueblos y naciones.
Se refiere a las luchas, logros, aspiraciones propias de tal comunidad a lo largo del tiempo, que la identifican y distinguen de otras comunidades”, reseña el historiador Mario Argueta.
El colonialismo español dio al traste con milenios de cultura y civilización indígena, la cual fue “conquistada, sometida, despojada de sus tierras y recursos y forzada a renunciar a sus valores y creencias para quedar sometida a invasores extranjeros”, añade Argueta.
“Ese proceso continuó, tras la independencia política del Imperio Español, con el arribo de empresas multinacionales que, con la anuencia de nuestros gobiernos, recibieron concesiones de tierras y derechos fiscales que les permitieron apoderarse de los principales recursos naturales, colocando al Estado y al pueblo hondureño en situación de dependencia económica y política. El vacío dejado tras el retiro de España fue llenado gradualmente por Gran Bretaña en el siglo XIX y por los Estados Unidos a partir de 1898 hasta nuestros días”, recapitula.
¿Cuota pendiente?
Entonces, ¿carecemos de identidad nacional? Para el investigador hondureño, “aún conservamos elementos colectivos de identidad nacional, pero esta se va diluyendo y debilitando rápidamente en la medida que se consolida la dependencia, el neocolonialismo económico y la expropiación cultural”.
De acuerdo con el también escritor, entre los principales detractores de nuestra identidad están “aquellos(as) compatriotas que se avergüenzan de haber nacido en Honduras, que adoptan actitudes negativas ante aquello que nos identifica como hondureños(as), que rehúsan conocer nuestra historia y cultura, atentos a lo foráneo mucho más que a Honduras y lo hondureño, aquellos(as) prestos a hipotecar aún más nuestra moribunda autodeterminación y soberanía”.
Como antídoto a esta realidad, Argueta sugiere que, como nación y a nivel individual, debemos “investigar y compartir todo aquello que nos singulariza en lo histórico y cultural como hondureños, respetando los valores y creencias de nuestros compatriotas indígenas y afrodescendientes, sin intentar imponerles la cultura mestiza ni dejando permear culturas con fuerte influencia como la norteamericana, caribeña o mexicana, rescatando las lenguas aborígenes que ya se extinguieron (como la lenca) o están en vías de desaparecer, restituyendo a los pueblos ancestrales la tenencia de sus tierras y recursos naturales (bosques, aguas y minerales) crecientemente expropiados por terratenientes locales y empresas extranjeras con el apoyo de nuestros gobiernos”.
Las generaciones actuales están sometidas a ideologías foráneas a través de las redes sociales y el consumo de multimedia que exaltan los valores de otros países y su cultura, pero que demeritan lo nuestro.
Así solo se crea un complejo de inferioridad ante lo propio, lo nacional. El historiador concluye con la observación de que “vivimos un proceso acelerado de desnacionalización”.