TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En El Salvador, todos le tenían miedo a la guardia nacional; menos la abuela María Elena. La siguiente historia sirve para retratar a aquella mujer que “anduvo sobre estas tierras con su dignidad indígena y su belleza de acero por más de cien años”.
La Guardia Nacional tenía licencia para asesinar, secuestrar y torturar. Impunemente. Sin rendirle cuentas a nadie. Una ligera sospecha, algún comentario o incluso una mirada, bastaban para terminar como una víctima más de la guerra civil salvadoreña (1979—1992).
Una tarde, no se sabe por qué motivo, la Guardia Nacional llegó a la casa donde vivían doña María Elena con sus siete nietos.
“Golpearon la puerta, comenzaron a gritar... Mi abuela se quitó el delantal, asomó su cabeza y con firmeza se encaró con aquellos matones”, relata el poeta Otoniel Guevara.
“¿No les han enseñado a ser más educados? ¡Aprende modales! ¿Por qué tienen que tocar de esa manera tan brusca, con tanta soberbia?”, dijo la abuela. Uno de los soldados preguntó por alguien. La abuela respondió sin perder la calma: “No vive aquí, así que se me van”.
“Al suave, mi abuela mandó a la Guardia Nacional a la mierda”... Oto sonríe.
La respuesta fue una onda expansiva en el ánimo de aquellos matones de uniforme oficial, similar a las que provocaban las bombas que caían como lágrimas silbantes desde los helicópteros donados por Estados Unidos.
Un poema sobre la abuela da vida al título del libro Sobre la tierra que Oto (de cariño), se presenta hoy, a las 6:30 de la tarde, en el Salón Cultural de Distrito Artemisa en el Bulevar Suyapa.
“Mi abuela era una indígena ´garciamarquesiana´ —cuenta Oto—. No aprendí a leer ni a escribir, pero usaba unas frases hermosas, profundas, místicas. Mi mamá era maestra y aunque se ofreció muchas veces para sacarla del analfabetismo, nunca aceptó”.
Algunas frases de la abuela están en Sobre la tierra. Como “Lindo solo es Dios”...
Una segunda oportunidad
Escrito entre 2013 y 2015 en Quezaltepeque, cuna... y cementerio de grandes poetas salvadoreños, entre ellos, Roque Dalton, cuyo cadáver se cree fue lanzado en una zona volcánica, después de ser asesinado por orden de sus propios camaradas del Ejército Revolucionario del Pueblo, la segunda edición de Sobre la tierra sirve para celebrar las cuatro décadas de Otoniel Guevara como poeta, promotor cultural y editor.
Nueve años pasaron desde su primera publicación. Los versos mantienen la belleza, la magia, la ternura con que fueron escritos. El que ya no es el mismo es Oto.
“Han sido como varias vidas, varias etapas: la etapa de la guerra, la etapa de la depresión de la post guerra, la etapa de asumir mi función como poeta, la etapa de la paz. Todo eso lo he tratado de depositar en mi escritura. Hay algo permanente, eso sí: el tema de la muerte”, relata el director Editorial La Chifurnia.
Sus ojos verdes son expresivos. Hablan. Y se llenan de tristeza color esmeralda.
Aunque sea un poema de amor —continúa—, todo está impregnado por esa carga de luto... son marcas que la guerra le deja a uno. Por ejemplo, los amigos más trascendentales para mi vida y mi poesía murieron en el conflicto. Cargué por muchos años con una orfandad. Hasta hoy, que encuentro a una mujer que me complementa y que me devuelve todo lo que los muertes pudieron haberme dado, es que me siento en una etapa de plenitud espiritual. Soy más reposado, más humilde.
La responsable de ayudarle a Oto a encontrar su plenitud es la maestra Karen Ayala.
El poeta confiesa que ha olvidado muchas de los hechos de la guerra. El sonido de las ráfagas, los alaridos, las maldiciones (“¡Ríndanse, hijos de puta!”), el temblor de la tierra provocado por la fuerza de los helicópteros, el llanto de las madres y de los niños, se han ido de la mano del tiempo...
“Yo quise olvidar... Fue cuando recién acaba de terminar la guerra. Ya no quería recordar la muerte, ni a la gente que no estaba, ni las cosas que viví... Milagrosamente lo olvidé. El asunto es que ahora parece que no me acuerdo ya no por una decisión propia, sino por algún deterioro mental, ja, ja, ja”.
Se ríe. Sentado frente al ventanal de Varietal, el café hecho platicamos, en medio del estruendo de los taladros, el martillero y los gritos de los obreros que trabajan en la segunda torre de Distrito Artemisa, el viento le mece los cabellos de profeta, de exguerrillero, de loco... y le susurra palabras tiernas a su alma de niño.
“Este libro es una segunda oportunidad... La oportunidad de volver como adulto al lugar de mi infancia; ver el río, el cañal, los árboles, los parientes, la muerte... ¡Todo”, reflexiona.
Nosotros —¡Qué afortunados somos!—, tenemos la oportunidad de elevarnos con la gracia de la palabra de Otoniel Guevara. Pero eso sí: siempre con los pies SOBRE LA TIERRA.