SAN PEDRO SULA, HONDURAS.- “A mi estimado Marco, que el sol nos siga acompañando”... Dice la dedicatoria del escritor León Leiva Gallardo, luego viene la fecha y la firma que refrenda.
Tengo en mis manos el libro “Profesor de humanidades”. Un libro, un testimonio desde la soledad, una prosa que a tramos se lee como un poema. La condición del Eros y el Anteros, su lucha a muerte. Lo que se rechaza con horror, pero se acepta como una condición inexorable.
Un libro, una estancia insólita donde de manera ubicua el estar ahí puede ser un estar allá, en el galpón, frente al espejo oscuro, en la litera del sueño donde habita la niebla.
A criterio de Harold Bloom el pensamiento filosófico de Schopenhauer es una influencia sustancial para los principales novelistas del siglo XIX e inicios del siglo XX. “Zola, Maupassant, Turguéniev y Tolstói acompañan a Thomas Hardy como grandes herederos de Schopenhauer en el siglo XIX, en una tradición que prosigue con Proust, Conrad y Thomas Mann y que culmina en algunos aspectos de Borges o de Beckett”. (Harold Bloom, “El canon de la novela”).
Aquellos motivos recurrentes en la literatura, que más que tópicos o lugares comunes de la retórica, son arquetipos en un sentido etimológico y filosófico, ( la vida, la muerte, la locura, el destino, el amor, etc.) se reincorporan en las obras literarias formando una diacronía y se re-semantizan de manera sincrónica según el contexto y la situación en sí.
Para el caso, en “La montaña mágica”, un sanatorio para tuberculosos en medio de los Alpes sirve de pretexto a Thomas Mann para reflexiones eruditas sobre la condición humana, los diálogos se dan entre personas cultas en un ambiente sosegado y reflexivo.
En “Crimen y castigo” la enfermedad de algunos de los personajes no es física sino mental, vemos cómo un contexto opresivo y marginal signa la mente de Raskólnikov y lo hace concebir la insana paradoja de justificar el mal en aras de un fin humanitario, hecho que a la postre lo lleva a cometer un crimen horrendo.
De manera semejante, pero teniendo como motivo central una especie de fata Sibylina, azar o destino funesto de los protagonistas, en el relato breve, “El pabellón número 6”, Antón Chejov expone la condición humana de los enfermos mentales en el entorno deplorable de un hospital rural.
De manera similar, desde la distopía creada por Amílcar, un profesor de humanidades, León Leiva Gallardo encuentra motivos para exponer y reflexionar sobre iguales asuntos.
En los contenidos, escritos en un cuaderno de memorias que no es otra cosa que la mente enfermiza del profesor, prevalece un largo y delirante monólogo de un enfermo mental que razona con acervo y de manera lúcida (típico en los sujetos paranoicos) sobre asuntos filosóficos de la vida y el arte.
Al leer la novela “Profesor de humanidades” recodamos también el relato breve “Diario de un loco” de Nikolái Gógol, ambos incluyen como síntomas comunes de los personajes episodios maniacos depresivos con pérdida de noción de la realidad.
Sin embargo, la locura de Poprishin es manifiesta a través de todo su diario: “Ahora lo tengo muy claro. Mientras que antes, no entiendo por qué, todo lo que sucedía ante mí parecía envuelto en una espesa niebla. Y todo esto sucede, creo yo, porque la gente piensa que el cerebro humano está en la cabeza. Y nada de eso: lo trae el viento procedente del mar Caspio”.
Mientras el relato de Gógol desborda en humorismo con un personaje que empeora cada vez más en sus delirios de grandeza (megalomanía), y ni las terapias, los bastonazos o los baños de agua fría pueden disuadirlo que no es Fernando VIII rey de España, Amílcar, el profesor de humanidades, en el relato de León Leiva, es acuciado por un delirio de persecución (paranoia) que lo lleva a la muerte.
“Todos los demás penitentes han desaparecido. Sólo veo insectos en el piso y en el cielo raso. Reptan en busca del calor y la sangre. La estancia finalmente ha quedado como estuvo desde un principio, pero ahora las paredes amarillentas despiden un asqueroso hedor a vómito.”
En la épica, y por extensión “genética” en la novela, se pueden inferir dos contextos: uno interno y otro externo. Para el caso, en la novela de Tomás Mann, por un lado tenemos la iniciación intelectual y erótica de un joven ingenuo (Hans Castorp), y por el otro, una Europa decadente a las puertas de la Primera Guerra Mundial.
Este elemento dual en la novela de León Leiva Gallardo, si se quiere, es un tanto abstracto, ya que el entorno (una correccional en una iglesia Evangélica) y lo que acaece a los protagonistas es el invento de la lúcida demencia del profesor de humanidades, y no hay certidumbres que conlleven la narración al terreno de lo predecible, excepto al final, cuando el protagonista se convierte en una especie de “narrador no fiable”, pero es justamente cuando todos los personajes de la novela van entrando en la niebla de la muerte.
Así, de estos dos planos, uno es el del protagonista y está conformado por asechanzas, miedos, desdoblamientos espirituales en el otro: Sara, Schopenhauer, Unamuno, Blu, el café de Bob, Antunez (ese anticristo que por su condición no es capaz de resucitar a Lázaro sino asistirlo en su humana muerte), y el otro plano, la vida misma donde cabemos todos como los personajes de la parábola: el rico Epulón y el pordiosero a quien los perros lamen sus llagas.
Schopenhauer afirma: “Hay un solo error innato: creer que estamos aquí para ser felices. Toda satisfacción –comúnmente conocida por felicidad- es, en el fondo y esencialmente, negativa, nunca positiva. La vida toda es un testimonio de que la felicidad humana está destinada al fracaso o a ser desenmascarada como una ilusión”.
De este pesimismo radical se nutre el personaje central de la novela de León Leiva Gallardo y nos devela una visión ontológica, no del ser absoluto e inmutable sino del ser como un devenir. Ese deambular por aquí y por allá con las adiciones de la carne y el alma. El sístole y el diástole del corazón en la huella del trashumante. ¿Acaso la vida no es ese afán que se construye en la huída y tiene como causa central la angustia? ¿Acaso la angustia no es el ansia, el anhelo, el afán de ser que lleva consigo el temor de no ser? Terrible paradoja aquella de amar la herida (la existencia) por temor a la nada (la muerte).
Esta paradoja Amilcar la resuelve huyendo de la jaula por la única puerta posible, según el verso de Bukowski, la niebla de la muerte.
Pero este final, no es apacible, reconciliado con un ideal, como el caso de Raskólnikov en “Crimen y castigo”, es más bien trepidante como el fin de otro de los personajes en la novela de Dostoievski:
“Svidrigáilov sacó el revólver y montó el gatillo. Aquiles frunció el ceño.
--¡Bah! ¿A qué viene esa broma? !Este no es sitio!
--¿Y por qué no es sitio?
--Pues porque no lo es.
--Bueno, hermanito; eso es igual. Este es un buen sitio; si te preguntan, dirás, ¡qué diantre!, que me fui a América. Apoyó el revólver en la sien derecha.
--¡Ah, eso no puede ser, este no es sitio! –gritó Aquiles, abriendo cada vez más los ojos”.
Svidrigáilov le dio al gatillo...
Miremos ahora un fragmento de “Profesor de humanidades”:
“Sólo sé que ahora sudo y tiemblo. La sangre me revuelca en arena hirviente, bajo el mar, sacudido por tumbos, yo, sumergido, apenas sacando la testa a superficie para sorber una bocanada de aire, mi cuerpo ardiendo. Luego me ubico, creo que me ubico y con el espejo de Blu en mis manos temblorosas enciendo mis ojos y veo que las chinches invaden mi cuerpo”.
León Leiva no es un bisoño en la narrativa esta es su tercera novela, anteriormente había publicado “Guadalajara de noche” y “La casa del cementerio” con editorial Tusquets.
En relato breve, y al cuidado de editorial MediaIsla, publicó “El pordiosero y el dios”. En poesía figuran, “Desarraigo”, “Tríptico” y “Breviario”. Este último forma parte de la Biblioteca Americana de la Galería Estampa de Madrid.
A criterio de Philipp Mainlander –filósofo alemán adepto de Shophenauer- la naturaleza humana propende a la expansión de lo individual, desde lo que la psicología denomina centro de la personalidad y Mainlander llama poéticamente núcleo desnudo de nuestro ser, a lo social.
De los estados (rasgos psicológicos) y los movimientos (desplazamientos de los estados del centro a la periferia) nacen las voces que al inicio son internas, pero se vuelven externas por la necesidad insaciable de la voluntad de vivir.
De este dinamismo que en lo macro podríamos llamar morfología de la cultura podemos inferir ya en lo literario el texto y el contexto, la obra literaria y la historia literaria, las distintas voces (genotipo) y el acento particular (fenotipo).
Este es el eterno reciclaje de la significación a la que Bajtin en su “Estética de la creación” denomina “Voces enmarcadas”. No hay nada nuevo excepto el acento particular de cada escritor. En este sentido León Leiva Gallardo logra una obra singular y plural, singular por razones obvias, plural porque al ser parte del genotipo generará en futuros escritores nuevas significaciones.
“Profesor de humanidades” es una novela de pensamiento más que de acción y, como toda buena literatura, no le es ajena ni la sutileza, ni el conocimiento.
Recomiendo su lectura, deseo larga vida a la narrativa de León Leiva Gallardo y, como es de esperar, hago votos para que el sol continúe acompañándole y que disuelva la niebla.