RESUMEN. Una mujer llama a la Policía para decir que en el pasillo que lleva a su apartamento en el cuarto
piso de un edificio exclusivo, hay manchas de sangre que salen de la puerta del apartamento que está frente al suyo. Dice que hay sangre en el llavín de la puerta y que no se escucha ruido en el interior.
Un equipo de la DNIC a cargo de Gonzalo Sánchez descubre a una muchacha que agoniza en la sala, con varias heridas de cuchillo en la espalda, y en el cuarto, el cadáver de un muchacho bañado en su propia sangre al que mataron de más de cuarenta cuchilladas.
Gonzalo Sánchez, considerado el mejor criminalista de Honduras, realiza un perfil psicológico del criminal a partir de la escena del crimen, interpretando cada detalle de acuerdo a la carga psicológica que el asesino imprimió en ellos.
La puerta que no fue forzada, la muchacha que fue atacada por la espalda, la saña con que mataron al muchacho, la rapidez del hecho, según la interpretación del
modus operandi del asesino, el arma homicida y el motivo pasional que proyecta la escena.
Un caso que los parientes de las víctimas impidieron que fuera del conocimiento público y que terminó resolviéndose tiempo después. Un caso en el que Gonzalo Sánchez demostró una vez más, no solo su gran capacidad como criminalista, sino también, que la DNIC sí puede ser una policía de investigación criminal científica, capaz de situarse entre las mejores instituciones de este tipo en el
mundo.
HUELLAS.
Gonzalo salió de la cocina, donde todo estaba en su sitio y donde ningún cuchillo había sido movido de su base, por lo que dedujo que el asesino había traído su propia arma, deducción reforzada por la
dinámica de la escena que mostraba que el criminal entró fácilmente al apartamento, y sin hacer ruido, y sin
pérdida de tiempo, atacó a la muchacha, la lanzó al suelo y mató al muchacho, quien era su principal objetivo.
“¿En qué momento se mancha los zapatos de sangre?”.
“La muchacha fue lanzada cerca de
la puerta, allí pueden verse varios charcos de sangre. Desde allí, hay rastros que indican que la muchacha se arrastró hacia la sala, buscando la puerta de salida, sin embargo, iba desangrándose, perdió fuerzas y quedó inconsciente sobre la alfombra, donde la encontramos. Un detalle importante es que el criminal salió tan rápido como entró, y quizás no se dio cuenta que caminó sobre la sangre de la muchacha. ¿Vieron las huellas de zapatos que salen del cuarto, cruzan la sala y se pierden en las gradas, después del pasillo? El asesino tenía prisa. No vino a robar, ni a matar a la muchacha; vino por él. Atacó a la muchacha porque estaba encima de su objetivo y no iba a dejar testigos. No la remató porque creyó que ya estaba muerta”.
“Hay algo que me intriga?
“¿Y es?”
“Si el asesino subió por el
ascensor, que lo trajo directamente desde el estacionamiento, ¿por qué
bajó las gradas?”
“Debemos tomar en cuenta que la mujer que llamó a la Policía dijo que las huellas le parecían de sangre fresca. Quizás ella venía en el ascensor y el asesino no quiso ser visto. Es una posibilidad. Otra sería que llamar al ascensor lo exponía a ser visto en ese piso, y prefirió darse prisa. El guardia dice que no vio entrar a nadie a pie al edificio, no por la
puerta principal donde hacía su turno; y tampoco
vio salir a nadie. Eso significa que usó el
ascensor uno o dos pisos abajo. Que los
muchachos de Inspecciones Oculares busquen rastros de sangre en el ascensor. Solo
para confirmar esta teoría. Lo que está claro es que conocía perfectamente el lugar, conocía el
apartamento, tenía llave para entrar y salir sin problemas, y tenía un motivo especial para cometer el crimen con semejante saña”.
“¿Es posible que el criminal sea una mujer?”
Gonzalo estaba de rodillas frente a las huellas de pasillo, donde estaban marcadas claramente las rayas de la plantilla de los zapatos, y esperó unos minutos antes de contestar:
“A menos que sea una mujer exageradamente alta, entonces estamos ante una asesina. Por el tamaño de
las huellas de estos zapatos, el dueño, o dueña, si ese fuera el caso, debe medir más de un metro ochenta, y debe pesar mucho. Además, la violencia con que hundió el cuchillo en la espalda de la muchacha, nos dice que es fuerte, de brazos robustos y de mano firme. Es más, luego de apuñalar a la muchacha cinco veces, acuchilló al muchacho unas cuarenta veces, como mínimo. Para eso se necesita determinación y odio, pero también mucha fuerza, porque la
violencia de las heridas es la misma, y para traspasar un pecho lleno de costillas con un cuchillo, y sin cansarse, hay que ser muy fuerte”.
“Entonces el asesino es un hombre?”.
“Estoy casi seguro”.
“¿Podría ser una mujer?”.
“Podría ser, pero, ¿qué mujer tiene esas características tan típicamente masculinas?”.
“Una…”.
“Pero no he visto una tan alta en nuestro medio… Además, el muchacho no pasa del metro setenta, y este tipo de parejas disparejas no son comunes”.
“¿Entonces?”.
“Veremos qué encontramos en las entrevistas a los parientes y a
los amigos de las víctimas. Necesitamos saber a qué se dedicaban con quiénes se veían, quiénes eran sus amigos, sus contactos telefónicos, los bares que visitaban sus maestros, el gimnasio al que iban, el mecánico que les veía el carro, todo lo que pueda servirnos”.
NADA. Dos meses después, el caso seguía como el primer día. Los amigos coincidían en que la
pareja no tenía enemigos, que no sabían que fueran novios y que no podrían decir quién pudo haberlos asesinado. La novia del muchacho estaba fuera del país desde hacía una semana antes y su intempestivo regreso y su dolor en el entierro la puso fuera de cualquier sospecha. Los padres se limitaron a sufrir y a mover sus influencias para que la Policía encontrara el asesino. Los padres de la muchacha herida dijeron que seguía convaleciente en una clínica del exterior y se negaron a decir más. Ella declaró que no supo quién los atacó y guardó silencio. Como no tenía novio conocido que pudiera sentirse despechado, la investigación siguió por otro rumbo, hasta que se encontró en un callejón sin salida. El caso terminó en el
Archivo, a pesar de la
presión de los padres del muchacho.
TIEMPO DESPUÉS. Gonzalo Sánchez estaba confundido. Sabía que no existía el crimen perfecto, que el perfil psicológico del criminal se ajustaba casi como un calcetín a la escena del crimen, y que el modus operandi mostraba que el
asesino sabía perfectamente lo que hacía y a quién debía asegurarse de quitarle la vida.
Que era un hombre alto y pesado lo demostraban las huellas anchas de los zapatos en el piso y la mano marcada con sangre en la almohada, que era fuerte, lo demostraban las heridas, casi iguales, con que atacó a la pareja, sin cansarse, y que era conocido del dueño del apartamento, lo suponía el hecho de que tenía una llave en su poder para entrar sin dificultades al apartamento. Pero, ¿qué relación tenía con la víctima? ¿Por qué su odio? ¿Por qué la ira con que acuchilló al muchacho? ¿Cuántas veces había estado en ese apartamento, ya que se suponía que lo conocía bien por la forma en que se condujo en su interior? ¿Era, acaso, un
amor despechado? ¿Tenía la víctima con su asesino una relación homosexual?.
En Criminalística se sabe que este tipo de asesinatos tienen marcado carácter de una pasión homosexual, que la violencia con que se ensañan contra su víctima los asesinos de este tipo va más allá de la simple crueldad bestial, ya que buscan la destrucción total del objeto de su odio, y que, por lo general,
un homosexual despechado que ha decidido asesinar a su pareja o ex pareja, usa un cuchillo o un objeto pesado que provoque el mayor daño posible, con el consecuente derramamiento exagerado de sangre. ¿Era este un crimen entre homosexuales? Casi podría decirse que sí, sin embargo, tampoco por esta vía pudo Gonzalo identificar a algún sospechoso. Ocho meses después, el caso seguía rebotando en su cabeza, y los padres del muchacho seguían presionando.
GLORIA. La Dirección Nacional de Investigación Criminal, DNIC, estaba en su mejor momento. El caso Vicenzzina Trimarchi había sido premiado como el caso científicamente mejor investigado por
la
Academia de Ciencias Forenses de Los Angeles, California, Estados Unidos, entre seiscientos casos criminales de todo el mundo; el caso Yadira Miguel había sido resuelto en tiempo récord y el caso Sigfrida Shantall llenó de prestigio a la institución y al equipo dirigido por Gonzalo Sánchez. Además, el FBI se mostraba satisfecho por el trabajo realizado
por
Gonzalo en el caso Una muerte en el paraíso, el suicidio de Tony Latona, que los mismos agentes del FBI consideraban un asesinato y en el que se sentían seguros de probar que la esposa era la criminal. Y, como si fuera la joya de la corona, el caso de la primera asesina en serie en la historia de
Honduras, se había resuelto con éxito y Alma Cleotilde Grande Pérez estaba en la cárcel, después de dejar una estela de sangre tras de sí. Era la época de gloria de la policía de investigación criminal, sin embargo, el caso de la pareja del apartamento se había estancado, no se tenía un sospechoso, y muchos, decepcionados, pensaban que por fin se encontraban frente al crimen perfecto.
UN AÑO. Había pasado un año y el expediente del caso se llenaba de polvo, casi olvidado entre la montaña de casos que a diario recibía la DNIC. Pero ese
día, algo iba a cambiar. Una llamada empezó todo de nuevo.
Decía el papá del muchacho que él y su esposa acababan de llegar al cementerio a visitar la tumba de su hijo y que se sorprendieron al encontrarla limpia y adornada con un ramo de flores frescas. Eso, por supuesto, no podría ser tan extraño, aunque fueran ellos los únicos deudos del muchacho,
pero lo que más llamó la atención de los señores era la nota que estaba escrita en tinta roja en una tarjeta de diseño y olorosa. Gonzalo dio un salto. Media hora después estaba en el cementerio.
LA TARJETA. Era una tarjeta fina, de cartulina rosada,
doblada por la mitad y en la que estaba escrito el siguiente mensaje, en tinta roja:
“Aunque te perdí,
yo no te dejo de amar,
y en mi pecho hay un altar
levantado para ti”.
Hasta este punto nada parecía sospechoso. El
mensaje seguía:
“Carlos, te amo y te amaré siempre. Me he dado cuenta que sin vos ya no soy yo”.
Aun así, nada había de sospechoso en aquellas palabras, y Gonzalo pensó en la novia.
“Siga leyendo, abogado” –le dijo el padre, con ira mal contenida.
El mensaje terminaba así:
“Perdóname lo que te hice, aunque no me arrepiento. Como te dije siempre: O mío o de los gusanos. Los gusanos ganaron”.
Gonzalo entrevistó personalmente a los enterradores, a los guardias del cementerio y a algunas personas que visitaban las tumbas de sus familiares. Nadie vio nada raro esa mañana.
Nadie vio si alguien se acercó a la tumba. Pero ahora tenía una nueva pista, quizás más valiosa.
ANÁLISIS. Denis Castro Bobadilla, doctor en medicina, abogado y especialista forense, con un prestigio que lo precede desde Honduras a Europa, Estados Unidos y América del Sur, dice que la Grafología, como ciencia auxiliar de la Criminalística, ha alcanzado en los últimos tiempos una enorme popularidad y efectividad en la solución de casos criminales. Estudia la escritura con el objetivo de descubrir rasgos de la personalidad de un individuo. Entre estos, están: Rasgos generales del carácter de la persona, equilibrio psicológico, naturaleza de sus emociones, tipo de inteligencia, aptitudes profesionales y laborales, rasgos fisiológicos y de la salud física.
La
nota en la tarjeta hablaba por sí misma acerca de su autor, y Gonzalo sonrió complacido.
“Nos llevará algún tiempo descifrar esta nota –le dijo a
los
padres- pero creo que este es el más grande error del asesino de su hijo”.
“Podemos traer un experto grafólogo del FBI si necesita ayuda –le dijo el
señor”.
“No creo que sea necesario –replicó Gonzalo–, pero está en su derecho. Bien puede hacerlo”.
RASGOS. Los padres se sentaron frente a Gonzalo, que empezó a hablar, despacio, recalcando cada palabra.
“Quien escribió la nota es una mujer, de entre treinta y treinta y cinco años; esta es una letra dibujada que muestra a una persona cuidadosa, detallista, culta y con grado universitario. Es una mujer solitaria, aunque está casada y tiene hijos. Tiene inclinación a la poesía y se expresa como si estuviera enseñando, por lo
que creo que es maestra…”.
En este punto, los señores se miraron, sorprendidos. Gonzalo lo notó.
“¿Hay algo que quieran decirme?
El hombre movió la cabeza hacia los lados. Gonzalo agregó:
“Creo que es una mujer alta, fuerte, pesada y negra…”.
El señor se puso de pie. Dio un grito y su piel se puso pálida.
“¡Miss Caroline!” –dijo, y miró a Gonzalo con ojos desorbitados. Gonzalo se detuvo:
“Hábleme de Miss Caroline”.
El hombre se tranquilizó, y dijo:
“Fue maestra de mi hijo por muchos años… Cuando él se graduó, siguieron viéndose, compartían libros, películas, música clásica, e iban juntos al gimnasio y a la piscina. Pero ella
viajó a Estados Unidos, a hacerse un aborto, según nos dijeron, y no sabemos si regresó a Honduras. Eso fue dos meses antes de que muriera mi hijo”.
“¿Han sabido de ella en todo este tiempo?”.
“No, y ahora que lo dice, me
extraña que no se haya comunicado con nosotros…”.
“¿Supo ella que había muerto el muchacho?”.
“No lo sé pero es posible. Se comunicaba con
varios ex alumnos…”.
“Bien. Escriba aquí el nombre completo, escuela donde trabajaba, dirección de su casa, si la conocía, y el nombre de algunos ex alumnos y amigos que ustedes conozcan”.
Gonzalo se puso de
pie, fue hacia la
puerta, llamó a dos detectives, y les dijo:
“Necesitamos el movimiento migratorio de esta persona, pero lo necesitamos para ayer”.
Luego, volviéndose a los padres, dijo:
“¿Hasta dónde creen ustedes que llegaron las relaciones entre ellos?”.
“Mi hijo solo tenía dieciocho años cuando murió; ella era una mujer de más de treinta…”.
La que había hablado era la señora.
“Pero es posible –dijo su marido–, ella fue quien nos sugirió que le pusiéramos un apartamento de soltero a Carlos, para que se desarrollara como los adolescentes de Estados Unidos. Es más, ella nos decía que mandáramos a Carlos a estudiar allá, pero él nunca quiso”.
“¿Conocían ustedes al esposo de Miss Caroline?”.
“No; nunca lo vimos. Decía que administraba un hotel en Roatán, un hotel solo para turistas americanos… Se llamaba Giulio, y decía que era de origen italiano”.
“Vamos a comprobar eso. ¿Algo más?”.
“Creo que vivía en un apartamento en la colonia El Prado. Allí le escribí la dirección”.
FINAL. Un día después, Gonzalo tenía en su mesa el reporte de sus compañeros.
Caroline Cooper, periodista de origen jamaiquino y con residencia en Harlem, Nueva York, viajó a Estados Unidos tres meses antes del crimen, regresando después de cinco años sin viajar. Un año después del asesinato, ingresó a Honduras por el aeropuerto Toncontín y, cosa extraña, embarcó al día siguiente para Miami, en un vuelo de la tarde. Hasta hoy, no se sabe nada de ella, pero el taxista del aeropuerto que la llevó al hotel, que la llevó al cementerio y de allí al aeropuerto, dice que lloraba después de dejar las flores en la tumba. Lo que no se explica Gonzalo Sánchez es por qué escribió el
mensaje en español. Es posible que, inconscientemente, tratara de dejar una pista a los investigadores del crimen. Su entrenador del gimnasio dice que él sabía
que estaba enamorada de su ex alumno, a pesar de la diferencia de edades, de su estatura y de su condición de mujer casada, según decía ella misma. El guardia del edificio la reconoció en una fotografía, y dos vecinas del apartamento, dijeron que la habían visto varias veces allí. Han pasado varios años y no se han vuelto a encontrar flores sobre la tumba fría.
+LEA: Sobre la tumba fría (I PARTE)
Don Ruiz
Uno de los mejores investigadores que ha tenido la Policía en toda su historia, es un hombre que pasa desapercibido para quienes no lo conocen, pero para quienes han tenido el privilegio de trabajar con él, saben que su cerebro, curtido en la experiencia, es una máquina de pensar y que su capacidad para analizar cualquier crimen, por intrincado o perfecto que parezca, supera a cualquier detective de las nuevas generaciones.
¿Cuántos casos han sido resueltos gracias a la sabiduría de don Ángel? Muchos, tantos como para llenar una enciclopedia, y su talento ha servido a gran cantidad de sus compañeros, incluidos algunos que hoy son generales, para mejorar en este oficio tan difícil, apasionante y peligroso.
Estas líneas son un humilde tributo a don Ruiz, fanático de esta Sección de diario EL HERALDO, policía de corazón y amigo leal que, en medio del anonimato, sigue marcando una huella positiva en esa noble institución que se llama Policía Nacional.
Sinceramente,
Carmilla Wyler