Tegucigalpa, Honduras
Si bien a Nora Argentina Munguía Ponce una enfermedad le arrebató el derecho de contemplar el mundo cuando tenía dos años, no le arrancó la perseverancia, la alegría y el deseo de triunfar.
Gracias a esa tenacidad propia de las mujeres de corazón noble y voluntad de hierro, logró avanzar con firmeza por ese camino sombrío y lleno de obstáculos que le presentó la vida.
Se graduó como periodista allá por 1994 y por su creatividad, su excelente redacción y su voz privilegiada, desde hace 15 años forma parte del staff de periodistas de Radio Nacional de Honduras, donde no solo lee noticias y dirige informativos, sino que también produce nuevos programas.
Esta olanchana, que no quiso revelar su edad -porque su espíritu está hecho para ser joven eternamente-, se siente realizada como mujer, como profesional y como persona. Así se lo cuenta a
EL HERALDO.
¿Qué es lo que más ama de la vida?
Mi hija, mi familia y por supuesto mi profesión, el periodismo, que es lo que escogí para abrirme paso en la sociedad y que se me diera el lugar que hoy tengo. No ha sido nada fácil, he atravesado vicisitudes en los diferentes ámbitos. Si es difícil para las persona “que tienen sus facultades”, no digamos para las que tienen alguna discapacidad o carecemos del sentido de la vista. Pero lo más importante es tener ese deseo de salir adelante, esa perseverancia y el apoyo familiar.
¿Qué recuerda de San Francisco de la Paz?
El calor familiar, a mis padres, a mis hermanos. Yo perdí la vista a los dos años y medio de edad como consecuencia del sarampión. Esto fue bastante impactante para mis padres, quienes se preocuparon mucho para que yo tuviera una educación y rehabilitación adecuada, que en el futuro me permitiese no ser carga para mi familia y menos para la sociedad. Así que me vine para Tegucigalpa a la escuela y cuando regresaba a mi casa era una enorme satisfacción saber que jugaría con mis hermanitos. Yo jugaba landa, corría chimiricuarta, en algunas ocasiones tomada de la mano. Ese ambiente bonito, ese olor a la naturaleza todavía lo recuerdo. Mire que también iba al río a bañar, acompañaba a mi mamá y mis hermanos, incluso ayudaba en algunos quehaceres de la casa. Son cosas inolvidables.
¿Y sus padres?
Mi madre María Amparo Ponce ya falleció, mi padre Félix Munguía aún vive. Yo recuerdo de ellos ese inmenso amor, esa protección que me dieron. Creo que como generalmente sucede en un hogar donde se tiene una persona con discapacidad, se le sobreproteje y uno se vuelve como el consentido de la familia, aunque mi mamá era una mujer enérgica y algunas veces me trató sin contemplaciones, para que yo no sintiera diferencia.
¿Y la vida en la escuela cómo pasó?
Desde los cuatro años estuve en la Escuela para Ciegos Pilar Salinas. Para mí fue triste dejar a mis hermanos, a mis padres, para venirme a la capital, donde el mundo era diferente y debía compartir con personas de mi mismo infortunio, sin embargo aprendí a jugar con ellas, juntos recibimos los conocimientos pedagógicos y de cómo enfrentar la vida y la adversidad.
¿Cómo se metió en esto del periodismo?
Yo no había descubierto que me gustaba el periodismo, sino hasta cuando quise ser maestra al terminar mi plan básico en el Instituto Sagrado Corazón. Como no se me dio la oportunidad en las normales del país por el hecho de carecer del sentido de la visión --lo que me causó mucho dolor--, eso me impulsó el seguir adelante. En aquel momento dije: no me voy a quedar de brazos cruzados, tengo que ir por un bachillerato, luego surgió la idea de estudiar periodismo.
¿Y cómo fueron esos primeros días como universitaria?
Mi primer día de clases, los diferentes medios comenzaron a hacer noticia de mí, era la primera mujer ciega que estudiaba periodismo en este país. Se escribieron muchos cables internacionales y eso me motivó a seguir con mis aspiraciones.
¿Qué clase le generó mayor dificultad?
Hay algunas materias que dependen de qué maestro las imparte, por ejemplo Introducción al Periodismo, quien me la dio fue el licenciado Reynaldo Amador. Había momentos en que decía me retiro, es que representaba un sacrificio porque yo estudiaba y trabajaba, daba clases en la Escuela para Ciegos, o sea que siempre ejercí la docencia. Uno de los maestros de quien recibí mucho apoyo es del licenciado Juan Ramón Durán, a quien le agradezco, porque cuando tenía mis altibajos, él me motivaba y me decía que tenía que demostrarle al mundo que sí podía.
¿Qué área del periodismo le gusta más?
La radio y la televisión. Hice mis pininos en la radio como libretista. La Escuela de Periodismo no nos prepara para eso, ahí a uno le enseñan a elaborar noticias, reportajes, crónicas, pero tuve la suerte de aprender con Salvador Lara. También formé parte del cuadro artístico de Radio Nacional de Honduras en muchas actuaciones, en varias radionovelas, leyendas y cuentos que Salvador adaptaba. Además de las producciones para diferentes programas, introducciones, cuñas radiales, elaboré una revista escrita que se llama “Sin límites”, que recoge testimonios de personas con discapacidad.
¿Cómo se define?
Pienso que he sido y sigo siendo una mujer perseverante, fuerte porque luchar contra la adversidad no es fácil. Las barreras las encontramos a cada paso, en cada momento de nuestras vidas y pienso que vencerlas es parte de la realización del ser humano.
¿Se siente realizada?
Sí, me siento realizada como mujer, como profesional y como persona. Como mujer porque todas soñamos con tener una familia y gracias a Dios lo he logrado, me casé con Carlos Alberto Guerra, con quien tenemos un hogar estable, feliz, hemos procreado una hija --Lizzie Claudeth Guerra Munguía-- que ya tiene 18 años y está en la universidad cursando la carrera de ingeniería química.
¿Cómo describe este mundo?
Un mundo con circunstancias y situaciones bastante difíciles, con mucha injusticia, a veces quisiera no despertar para no darme cuenta de cosas que suceden y que quisiera cambiar y no puedo.
¿Cuál ha sido su momento más grato?
Cuando tuve a mi hija. Me sentí completamente llena. En ese instante por primera vez sentí la necesidad de ver porque quería no solamente palparla, sino contemplarla, no quería que alguien me describiera su rostro, sino ser yo precisamente. Fue uno de los momentos más hermosos, pero también hay momentos difíciles, cuando carecemos de un sentido tan preciado queremos tenerlo, sin embargo a través de la rehabilitación podemos entender muchas cosas.
¿Qué le gustaría ver de este mundo?
Me gustaría contemplar la naturaleza, esos bellos paisajes, los campos, ver correr el agua y muchas cosas hermosas. Como personas ciegas nos imaginamos algunas cosas que de repente no son como nosotros creemos.
¿Como cuáles?
Algo que me imagino son los colores. No tengo claro como son porque nunca los he visto y es difícil para uno entenderlos a través de una explicación. A mí me gusta mucho lo negro y lo rojo, aunque lo rojo no sé cómo explicarlo. Lo negro me lo imagino como una noche sin luz, porque una vez pude apreciar la claridad. El blanco me lo imagino como cuando estoy tocando un algodón, pero no sé en realidad si así es, como un algodón, suave, muy puro. Bueno, lo rojo que me fascina tanto no sé como es, no sé porqué me gusta. Pero sé que es una buena combinación lo rojo y lo negro. No sé si es que son colores fuertes que resaltan...
Usted como que es medio revolucionaria.
No, de ninguna manera, ja, ja, ja… es que me gusta el negro y lo rojo.
¿Cómo cree que es el arcoíris?
Como la mitad de un arco con colores diversos. Ahorita que hablamos de eso, ¿sabe que me gustaría contemplar?... Si en este momento viera, me gustaría contemplar el universo.
¿Cómo hace para combinar tan bien los colores de su vestimenta?
Sola, me maquillo y todo. De pequeña aprendí a combinar colores. Cuando voy a la tienda puedo escoger lo que me gusta, pero obvio que en cuestión de colores tengo que prescindir de otra persona, de mi hija que ahora está grande. No puedo estar preguntando todos los días qué me voy a poner, yo escojo mi ropa dentro del ropero, porque cada prenda tiene su propia textura, entonces puedo identificar que una camisa es blanca y que es diferente a otra blanca.
¿Cuál es su mayor temor?
Quedarme sola. Como no veo, siempre me hago acompañar de una persona, de mi lazarillo, aquí en el trabajo mi colega y compañera Karla Espino es como mis ojos. También tengo el apoyo de mis demás compañeras y compañeros. Pero para desplazarme fuera de la oficina tengo a mi familia. Si este apoyo me llegara a faltar, eso me reduciría indudablemente a la impotencia.
¿En su casa qué hace?
Ahí los quehaceres son normales, es cierto que tengo una persona de servicio, pero no llego solo a dar órdenes. Generalmente los domingos retomamos las actividades normales del hogar, nos distribuimos las labores con mi hija, si una barre otra trapea; si yo lavo la loza ella la seca, soy una ama de casa.
¿Una anécdota?
Una vez en San Francisco, California, nos tocó visitar un laberinto completamente oscuro acompañado de otra persona vidente. Aquí el que guiaba era el no vidente, quien con el tacto y palpando sabía lo que tenía que hacer para poder salir del laberinto. Obvio que la persona que miraba experimentó la oscuridad que nos toca sufrir a los y las que no vemos. En la oscuridad ellas buscaban nuestro auxilio, nerviosas se agarraban de nosotros, otras se desmayaban, lo más divertido es habernos dado cuenta que como personas ciegas pudimos ayudar a los videntes a llegar al final.