“La gente tiende a verme como amargado pero los que me conocen saben que soy un tipo que se pasa cagando de la risa de todo”. Hoy, ayer, siempre, Giovanni Rodríguez se quita el antifaz de la discreción y ensarta una nueva batería de sílabas para diseccionar el cadáver de una sociedad rota y llena de hernias. “Obviamente soy temperamental y como no soy acomodado, no puedo estar a gusto con todo lo que veo. Por eso soy muy crítico. Es que nadie en su sano juicio puede vivir feliz en un país frustrante como Honduras, que te quiere cortar las alas”.
A propósito de eso, ¿cómo sobrevive un escritor en un país como Honduras?
- Nunca he pensado que voy a vivir de la literatura en este país en donde lo más fácil es morirse ahuevado. Yo escribo en el tiempo que tengo disponible luego de trabajar, ahora soy profesor en la universidad de 2:00 de la tarde a 8:00 de la noche y no puedo pretender vivir de escribir libros y venderlos, eso es una locura.
Enseñás a las nuevas generaciones, entonces.
Sí. Pero sinceramente mi familia y la literatura son todo para mí y si pudiera prescindir de mi trabajo lo haría perfectamente porque ya no me motiva, sobre todo al ver la actitud de los estudiantes, que ya no se interesan por aprender sino solo por pasar o engañar.
Del otro lado del teléfono hay una lengua que se mueve tan rápidamente como sus ideas. La comunicación vía llamada de Facebook se corta de tanto en tanto hasta que el tren de la memoria deja su último vagón en la segunda cuadra del barrio El Centro de San Luis, Santa Bárbara, ahí donde Giovanni, “El Chino”, juega a las escondidillas con la banda del pueblo, ahí donde los sueños cambian de rumbo, donde la vida se detiene para observar la llegada de la noche y de repente los ojos se abren lentamente en la gran ciudad...
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La primera vez que salí fue a Tegucigalpa, allá por el 94. Tenía 13 años y resulta que jugaba tenis de mesa y cuando estaba en la Selección infantil la Federación me ofreció una beca para estudiar en el Hibueras. Me fui a vivir a El Manchén, en la casa de las hermanas Medina Bueso.
O sea que te entrenaba el papá de las Medina Bueso.
Ellas estaban en Barcelona y volvieron como a mediados de ese año. Incluso con Jhalim fuimos subcampeones centroamericanos en dobles mixto, pero luego no seguí por lo que toda la gente deja las cosas buenas en Honduras: falta de apoyo. Mis padres no tenían capacidad para mantenerme en la capital y en la Federación no pudieron renovar el apoyo que me daban por falta de presupuesto.
Bueno, mirá cómo vamos encontrando perlas en tu vida. ¿En qué momento despertó esa chispa por la lectura, por la escritura?
Desde que estaba en la escuela me destaqué porque leía muy bien, leía corrido. Con el libro de Nacho aprendí a leer en los primeros tres meses del primer grado y de hecho me aburrí el resto de ese primer año porque estaban enseñando cosas que ya sabía. Me aficioné a leer los textos que aparecían en los libros escolares de antes, textos que ahora son una porquería. Ahí leí fragmentos de autores clásicos como Mark Twain, Robert Louis Stevenson... me encantaba cómo sonaba la musiquita de la literatura.
Y llegás a una adolescencia a puro libro...
El problema en los pueblos es que no encontrás mucha gente que lee. Pero justamente fue mi entrenador de tenis de mesa, el profesor Renán Rendón, que un día me vio curioseando en su pequeña biblioteca y me ofreció prestarme lo que quisiera, así que poco a poco me fui echando todos los libros... ja, ja, ja. Al final sí hubo una conexión entre el deporte y la literatura.
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Me imagino que eran todos cienes en español...
Fijate que no era mi clase favorita, a mí me gustaba mucho Estudios Sociales por los mapas, la geografía, la historia. En realidad la gramática siempre me aburrió, eso de los verbos y las oraciones. Yo aprendí a escribir bien y a hablar en público porque leía literatura no porque me enseñaban gramática.
Y con ese verbo fluido supongo que te llovían las chavas en el colegio.
Cualquiera diría que las palabras me salían fácilmente frente a las chavas pero no. Yo era cagadísimo con las cipotas, en aquellos tiempos en donde había que declarársele a una chava, ese fue un paso que nunca di. Ya como a los 15 sí empecé a desarrollar mejores aptitudes en ese sentido... ja, ja.
Ja, ja, ja... ¿Te acordás bien de tu primera novia?
Cuando mi mujer me pregunta eso mismo no me cree que nunca tuve novias. Mucho tuvo que ver también el dinero, porque cuando entré a la universidad vivía al día, solo con el dinero para el bus y a veces ni para eso por lo que me iba a pie... imaginate qué iba a tener para llevar al cine a una chava.
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¿Y a tu mujer (Hansy Estrada) cómo la conociste?
Yo escribí un texto de bienvenida en la presentación del libro de un amigo y ella estaba ahí presente entre el público... hubo un cruce de miradas y una conexión a través de los libros, por lo que establecimos una complicidad desde ese momento.
¿Y a qué edad se empezó a ver la pista de aterrizaje en tu cabeza, Giovanni?
Es una tradición familiar de calvos: mi abuelo Moncho, mi papá Moncho y los dos hermanos que me siguen igual son calvos; como a los 25 decidí cortarme más bajito para no andar fingiendo que tenía pelo y ahí perdí las esperanzas de peinarme. Igual, siento que es uno de los rasgos más notables de mi belleza... ja, ja, ja.
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Cuando te sustraés en el mundo de la escritura, ¿a qué mundo llegás?
Es que cuando escribo ficción lo hago en base a las experiencias que he vivido. Tengo dos novelas escritas en base a mi experiencia como periodista cubriendo policiales y ver muertos todos los días fue algo que me marcó muy fuerte.
Por otro lado también es necesario abstraerse de esa realidad para sumergirse en una actividad creativa, artística, no solo podés estar chupándole la sangre a la realidad, hay que apelar a la imaginación y para eso es necesario desconectar de todo. Por ejemplo ya no escucho la radio, sobre todo en los tiempos del “juanorlandismo” aborrecí la radio y la televisión porque no quiero que me estén viendo siempre la cara de pendejo con ese discurso oficial.
Al protagonista de “Los días y los muertos” le gustaban las prostitutas. En la vida real, ¿nada que ver con Giovanni Rodríguez?
Pues algún conocimiento hubo de eso... ja, ja, ja... de hecho viví en el centro de San Pedro Sula varios años y ahí mirás putas en cada esquina. Aunque no querrás, vos conocés ese mundo. Además en Honduras no vas a pretender que nadie desconozca cómo funciona esa actividad.
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