La capital amaneció ayer muy diferente. El cielo aún nublado, era solo el reflejo de lo que había en su suelo.
La tormenta eléctrica que se registró a altas horas de la noche del jueves y madrugada del viernes dejó a su gente un desalentador y triste panorama.
Cientos de personas que sintieron el azote de la madre naturaleza miraban con asombro los enseres de lo que un día fue su hogar irse entre la corriente de los ríos y quebradas que cruzan el Distrito Central.
El inesperado fenómeno no los dejó ni reaccionar y hoy muchas familias humildes no encuentran una luz de esperanza que les haga creer que mañana será mejor.
“Eso era todo lo que yo tenía. Eran poquitas cosas, pero lo justo para ser una persona feliz y agradecida con Dios. Ya no me queda nada, nada”, comentó entre sollozos doña Cecilia Ávila, vecina del sector El Callejón del barrio Morazán.
Su drama lo vivieron muchas familias, pues al igual que ella, viven en sitios altamente vulnerables a los desastres naturales.
Don Carlos Medina se negaba a creer que las puertas que elaboró con tanta pasión y dedicación, y que le dejarían una considerable ganancia para pagar sus deudas pendientes, se las haya arrebatado una pequeña corriente que en horas se embraveció.
“A ese chorrito siempre lo he respetado porque sé de lo que es capaz de hacer si se enoja”, comentó el hombre, en referencia a la quebrada La Orejona que con el aguacero se desbordó y se llevó todo a su paso.
La mayoría de capitalinos amaneció con la nostalgia de ver su ciudad convertida en un tiradero.
Muchos, a pesar de que no perdieron nada, sentían tristeza y solidaridad por sus compatriotas que viven una dura prueba económica, más cuando existe una vorágine de desempleo, inseguridad, irrespeto a la vida y una ola de extorsión.
Tanto personas naturales como pequeños empresarios del barrio Morazán y Guadalupe perdieron sus productos y hasta sus herramientas para comenzar de nuevo.