TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Mientras que en sus mentes eran el top del fútbol mundial -en tanto la pelota corría de un lado a otro-, un estruendo inesperado cambió la vida de unos niños cuyo único deseo era ser un Messi o Cristiano Ronaldo para ayudar a su equipo a ganar la copa, pero su sueño se vio interrumpido por el desastre que provocó la reactivación de una falla geológica en la colonia Guillén.
El eco que resonó en sus inocentes oídos fue el de la calle abriéndose, lo que les provocó miedo y ese temor que sintieron era real, tan real que perdieron lo único seguro que tenían: su hogar.
Los pequeños juntos a sus familias hoy están viviendo una cruda realidad porque al perder su casa deben albergarse con otros en pequeños espacios para pasar las aguas.
Sin embargo, esta complicada situación no los desanima, pero sí llena sus caras de una profunda frustración.
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“Estaba jugando pelota con mis amigos y sentí que el piso tembló, nos asustamos porque un poste casi nos cae encima”, relató a EL HERALDO Brayan Amador, un pequeño de 10 años que denotaba tristeza en su rostro.
Mencionó que si un deseo se le pudiera cumplir, sería “tener una casa y que sea para mi mamá”, mientras hablaba, el menor respiraba hondo para retener las ganas de llorar.
Amador vivía en una casa de adobe, material que no soportó el movimiento de la tierra y por ende, rápidamente se convirtió en restos de la gran tragedia que golpeó a más de 112 familias.
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Ansiosa espera
De su lado, Francis Maradiaga, una joven de 24 años y con ocho meses de gestación, pasa sus noches en vela motivada por la preocupación de que su primogénito nazca en una de las aulas del centro educativo Agustín Alonzo, lugar donde lleva una semana albergada y sin un tan solo implemento para recibir a su retoño. “Quisiera estar en la casa, ya en octubre me toca (dar a luz)”, dijo la joven mientras acariciaba su voluptuoso vientre y su mirada se perdía en los movimientos que su mano hacía.
Si bien los más de 400 albergados tienen un colchón donde descansar, una frazada con qué arroparse y tres tiempos de comida, la falta de privacidad es evidente.
“Afortunadamente aquí nos conocemos todos y eso nos ayuda a no tener problemas, pero queremos estar en nuestras casas”, dijo Maritza Herrera, una madre de 60 años de edad encargada de cuidar a sus nietos.
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Una improvisada cortina de plástico funciona como “puerta” mientras los vulnerables capitalinos damnificados se dan un baño.
“Tengo que madrugar para bañarme, porque a esa hora casi todos están dormidos. Es complicado”, lamentó una de las afectadas.A ello se suma la falta de colchonetas, ejemplo de ello es en centro educativo Agustín Alonzo, donde hay un total de 170 personas, pero no son suficientes para que los albergados tengan un reparador descanso. La misma situación pasan las personas que fueron reubicadas en el Instituto San Pablo, donde solo hay tres colchonetas por aula para cubrir a más de 50 damnificados.
Al drama se suma el inquebrantable amor que María López, una adulta mayor que puso como condición moverse a un albergue siempre y cuando le permitieran tener a siete perros: seis de ellos la han acompañado por varios años de su vida y uno más recién lo adoptó luego que vio que otra familia lo abandonó.
“Si no me aceptan con mis perros, no me voy”, fue la condición que la abuela dio a las autoridades municipales antes de abandonar su vivienda en la denominada zona cero de la Guillén.
Angelina Zúniga y Gloria López, hermanas de doña María, comparten un aula junto a los siete perritos que si bien ya son considerados como miembros de la familia, el espacio no está diseñado para la convivencia entre humanos y animales domésticos.
Las tres personas longevas anhelan mudarse a una casa cuyas condiciones sean adecuadas para criar a todas sus mascotas y tener una vejez tranquila. Piden apoyo a los capitalinos para que les donen alimento para los cachorros.
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¿Podrán regresar?
Aunque la decisión de abandonar sus viviendas fue difícil, los damnificados entienden que su estadía en los albergues es temporal y el sueño de tener una nueva casa en una zona que no represente un riesgo para sus vidas solo permanece como una posibilidad, mas no como una promesa escrita en piedra.
Ante ese escenario, los afectados mantienen la ilusión de qu
+e en algún momento podrán regresar a su colonia natal, especialmente aquellos cuya residencia no colapsó y solo fueron desalojados como medida preventiva, aunque los expertos sobre el tema piensan que sería un error dejarlos regresar.
EL HERALDO conversó con José Arce, experto en geología de la Universidad Politécnica de Ingeniería (UPI) y según sus valoraciones, “es muy improbable que se pueda volver a habitar esa parte del terreno”, haciendo referencia a la zona cero y otras aledañas. “Siempre que hay un deslizamiento, en la parte baja empiezan a subir las aguas superficiales y como parte del movimiento de la tierra habrá indicios de fallas y grietas”, agregó Arce.
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Asimismo, estimó que a estas alturas no considera que ya se haya determinado hasta dónde se va a desplazar el daño, tomando en cuenta que estamos en temporada lluviosa.
Ante la duda, siempre que hay una falla se debe estar muy pendiente de los alrededores y monitorear las zonas, incluso, aquellas que aparentan no tener riesgos porque los movimientos no son parejos, continuó explicando el experto.
“Por las lluvias el suelo seguirá saturándose y, por ende, el riesgo siempre estará presente”, agregó.
Finalmente calificó de oportuno el plan de acción que han estado ejecutando las autoridades locales.
Hasta ahora han actuado con mucha profesionalidad, pero aún queda mucho trabajo por hacer. Hay que esperar que se termine de mover todo lo inestable, luegso hacer estudios complementarios para ver qué zonas han quedado aseguradas, es muy difícil que un terreno colapsado en un plazo corto pueda volver a ser seguro”, concluyó.
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