TEGUCIGALPA, HONDURAS.- “Si no lo encuentra aquí, no lo encuentra en ningún lado” es el lema que hace eco entre el laberinto de curiosidades y objetos olvidados que se encuentran en el mercado de pulgas.
En ese lugar, los vendedores que intentan ganarse la vida bajo el inclemente sol o lluvias, se convierten en los técnicos que logran dar alivio al bolsillo de los capitalinos con los electrodomésticos de segunda mano.
Con miradas agudas y sonrisas cálidas, desempolvan reliquias electrónicas que alguna vez fueron el orgullo de un hogar, pero -con el paso del tiempo- que terminaron sobre improvisadas tarimas de madera en las aceras, mientras esperan a sus nuevos dueños.
Los cables enredados, licuadoras, motores, hornillas, estufas y otros electrodomésticos se convierten en el canje para generar sustento al comerciante y su familia.
Y es que cada vendedor es como un libro: llenos de historias y casi, como magos de lo obsoleto, logran transformar lo antiguo en “nuevo” para aquellos que buscan ahorrar dinero
Protagonistas
Brayan Maradiaga llegó hace trece años donde nace la avenida Cervantes, menos de dos metros se convirtieron en una fuente de esperanza.
Alentado por amigos incursionó en el negocio que cada año parece ir de mal a peor. “Ha bajado bastante, creo que hay mucha competencia en el pulguero y eso que aquí tenemos buenos precios”, expresó.
Sentado en un pequeño banco, Maradiaga detalló que los capitalinos pueden encontrar licuadoras entre los 500 a 600 lempiras, planchas de ropa desde 150 lempiras, hornillas nuevas o usadas también a un precio accesible, según sea “la corriente que el cliente ocupe: 110 o 220”.
Mientras realizaba reparaciones, Edwin Rosales vociferaba los productos que comenzó a vender hace cinco años. “Ahorita todo está bajo, el dinero no ajusta y sabemos que la canasta básica está en las nubes, por eso todos prefieren dar comida a sus hijos que comprarnos alguna cosa”, indicó.
Entre los productos que Rosales ofrece sobresalían las secadoras y planchadoras de cabello y licuadoras de reconocidas marcas.
“Tenemos estas planchas de pelo a 300 lempiras, en otros lados valen 1,800 nuevas por darle un ejemplo, lo que más nos vienen a buscar son repuestos para estufas”, anunció.
Con 25 años en el negocio Wilfredo Rodríguez ha visto ir y venir a muchos comerciantes, y mientras algunos desistieron, él hace la lucha aunque las ventas se “fueron al suelo” desde la pandemia.
Aun así, no se rinde y con esmero además de ofrecer sus productos, también brinda el servicio de reparación pues con mucho esfuerzo convirtió un par de metros de acera del puente Soberanía en un taller.