Con linternas en la cabeza, los niños de la villa rural de Chidza, en el centro de Zimbabue, corretean en las noches por las calles buscando ratones, que luego asan y venden a conductores en las carreteras que van hacia el vecino país de Sudáfrica.
Considerados un manjar, los roedores silvestres son cazados en los campos de maíz donde crecen rechonchos de tanto comer granos, hojas y frutas.
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Los menores usan trampas clásicas, cajas rectangulares de madera con carnada y un resorte que ponen estratégicamente en pequeños senderos que los ratones usan para buscar comida.
A veces los roedores caen solo minutos después de que las trampas son puestas. El sonido seco del apresador alerta a los menores que algo mordió la trampa y ellos se apuran en recoger su presa.
En una buena noche, los niños dicen que pueden conseguir entre 50 y 100 ratones. Sin embargo, la caza tiene riesgos, porque las serpientes también salen a cazar ratones por las noches.
Al final de su jornada, los menores tendrán a los roedores amontonados en platos. Los ratones luego son asados al carbón, se les pone sal y se dejan secar antes de ser vendidos. En los costados de las carreteras, los menores atraen a los viajeros sosteniendo pinchos con roedores. Venden 10 ratones por un dólar y dicen que el negocio los tiene ocupados.
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