Tiembla el pulso. El corazón se divierte con la razón. Alguien pide una pastilla para los nervios y en el 90+5 ya no importan las formas ni cómo sale el portuñol de esa enrojecida garganta catracha...
Atrás quedó el 2 a 2 en el Nacional de Kingston. La última imagen que se recuerda del partido es la de Noel Valladares haciendo tiempo... haciendo tiempo para que Mark Geiger haga todo lo diplomáticamente correcto para el nuevo mundialista. El último pito. Muchos brazos al aire.
Caras ruborizadas. Abrazos hay como arenas en el mar. Del mar caribeño nos trajimos el tercer boleto y a partir de ahora a este equipo se le dirá bem-vindo ao Brasil (bienvenido a Brasil)...
Seguimos sin ganar, pero qué importa...
Dos relámpagos iluminaron el cielo oscuro de Kingston en los primeros 120 segundos: Carlo Costly tijereteó una jugada de sacrificio de Brayan Beckeles al minuto 1 y Jorge Claros terminó de meter la pelota en su propia meta al 2, tras una melé que incluyó varios hombres y pocas cabezas claras.
Dos gritos y dos emociones que empezaban a armar el rompecabezas de un partido que terminaría por rebalsar el corazón de una hinchada hondureña entregada por completo a la Bicolor. Anoche en el Nacional había más hondureños que nunca y lo que pasó al 31 fue algo así como tocar el cielo con las manos.
Maynor Figueroa afiló la mirilla, se arropó con la fe de ocho millones de hondureños y descargó un misil aéreo imposible para el bueno de Duwayne Kerr; Rodolph Austin lo empató con justicia al 58 desde los 11 metros, aunque el penal marcado por Geiger dejó algunas dudas (mano de Luis Garrido, que se cubría el rostro).
En adelante fue un partido de muy buenos amigos. Darren Mattocks y Deshorn Brown se saludaban con sus colegas emeleseros Víctor
Bernárdez y Boniek García; Carlo Costly estrechaba la mano del mundialista entrenador alemán Winfried Schäfer cerca de la banda y la H se ponía una cara de felicidad que no le cabía...
Guante blanco...
Desbordaba pasión, como todo su pueblo invadiendo las calles de la nación futbolera; embriagaba las estadísticas, quemaba todo el papel picado que podía; la Bicolor agarraba el puntito, lo besaba, lo acariciaba y lo subía al vuelo chárter de regreso a casa como el botín de guerra más importante del mundo.
Se jugaba ya el minuto 79 cuando un centro venenoso del zurdo Demar Phillips nos ponía los pelos de punta.
Pero la historia ya estaba registrada. Estaba escrita en letras de oro, porque los guerreros catrachos demostraron de qué están hechos. Porque Luis Fernando Suárez salió con vida del partido de la táctica. Porque al minuto 90+5 ya no importaban los moldes, importaban los hechos. Importaba que en Brasil ya tenemos un cupo. Importaba que las calles eran una locura... todo por tu culpa, Bicolor.