Honduras

Buzos langosteros de La Mosquitia desafían a la muerte para sobrevivir

El año pasado, solo la Clínica Hiperbárica La Bendición, ubicada en La Ceiba, atendió 117 casos de buzos accidentados por descompresión y registró la muerte de 15 de ellos.

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07.04.2014

NOTA DE REDACCIÓN

La veda en la pesca de langosta ha concluido. La esperanza de trabajo se asoma como el sol de la mañana, pero atrás de ella hay una sombra. Es la muerte que los acecha.

La jornada de ocho meses, que comprende la luz verde que se da a la pesca de langosta en las aguas color verde esmeralda que bañan al departamento de Gracias a Dios, ha comenzado.

Pero con el inicio de las faenas arranca también el inicio de todo un período que en más de una ocasión ha dejado luto y dolor para centenares de familias.

EL HERALDO comienza hoy una impactante serie que revela el sufrimiento de estos hombres y las penurias que tienen que soportar estos catrachos que ancestralmente han sido olvidados por los gobiernos.

SERIE 1/6

Anclado a unas dos millas de la comunidad de Yasrabila, el bote langostero identificado como “Cap. Julián” se tambalea al ritmo de un bravo oleaje. Son las 4:00 de la tarde del 2 de julio reciente. La nave al mando del capitán Marco Tulio Velásquez está a punto de zarpar hacia los bancos de pesca. En una lancha van llegando los últimos buzos y cayuqueros misquitos reclutados para conformar un equipo de hombres, que por unas cuantas libras de langosta serán capaces de desafiar a la fatalidad en las profundidades oceánicas.

Azotados por una tormenta y por un mar intimidante, EL HERALDO, junto con autoridades civiles y de la Fuerza Naval, abordaron este barco, tal como media hora antes lo habían hecho en el bote pepinero denominado “Phuhai”, que también utiliza el método del buceo autónomo para extraer el producto marino.

Desde la popa, desde la proa y desde la cabina de mando, aquel contingente de pescadores, así como los tripulantes y el capitán miraban con sorpresa el acercamiento de la veloz patrullera naval. Tratando de mantener el equilibrio y agarrándose de donde podían para no caer al agua, todas las autoridades saltaron al bote pesquero.

Las risas que habían en los rostros de los ocupantes desaparecieron, aquellas voces en misquito que uno no alcanzaba a comprender se silenciaron, todos se volvieron obedientes a las órdenes de los militares. Mientras los soldados revisaban diferentes secciones del barco, dentro de la cabina el capitán busca probar al inspector de la Dirección General de Pesca (Digepesca) y del Ministerio del Trabajo que todo estaba en orden y justificaba como podía algunos reclamos de la autoridad.

Aparentemente todo estaba legal, según los inspectores. Aunque los botes llevaban similar carga y equipaje: unos 35 cayucos y entre 200 y 250 tanques de aire comprimido, las condiciones en que viajan y viven los pescadores varían de una nave a otra.

En el “Phuhai”, el espacio para que un pescador duerma es similar al que ocuparía un niño de doce años y el tendido es un viejo petate; entre tanto en el “Capitán Julián” los espacios son más grandes y con colchonetas. En ambas naves no había cama para tanta gente, por lo que algunos pescadores habían colgado hamacas para poder descansar y pernoctar.

Según registros, en el Atlántico existe una flota de unos 37 botes langosteros, 8 caracoleros y 25 pepineros que emplean -de la manera más informal- a unos 2,700 buzos e igual cantidad de cayuqueros que, desesperados por un trabajo, están dispuestos a jugarle algunas vueltas a la muerte.

Con este cargamento humano, viajando -en la mayoría de los casos- hacinados y en condiciones deplorables, los botes se dirigen hacia los bancos de pesca ubicados a más de un centenar de millas náuticas de esta línea costera. Ahí permanecen 12 días o más, luego regresan a La Ceiba, Roatán o Guanaja a descargar y nuevamente vuelven al mar.

Destino

A pesar de que se trata del reinicio de una jornada más de trabajo, para algunos buzos este sería su último viaje en la vida, mientras que otros solo navegan hacia un destino marcado por la postración, la invalidez y el desamparo.

Cada año, luego de una veda comprendida entre el 1 de marzo y el 30 de junio, se reinicia un periodo de ocho meses de pesca de langosta, por lo general mediante el buceo autónomo, una técnica riesgosa y no supervisada por las autoridades. Esta forma de pesca también es utilizada por los botes pepineros y caracoleros.

Este tiempo siempre es una temporada trágica. Las estadísticas así lo demuestran y las viudas y los huérfanos, a lo largo de la costa de la Mosquitia, lo confirman.

Solo los registros que maneja el doctor Elmer Mejía de la Clínica Médica Hiperbárica La Bendición, ubicada en La Ceiba, revelan que cada periodo de pesca aumentan los accidentes que sufren los buzos por descompresión, por abusar en las inmersiones, por irrespetar las profundidades con equipo generalmente inadecuado.

De acuerdo a los datos del doctor Mejía, en el 2012, únicamente esta clínica atendió 117 casos de buzos accidentados tanto en barcos langosteros, pepineros y caracoleros. Además, registró 15 muertes. Estos números coinciden con un Diagnóstico de la Problemática de la Pesca por Buceo -publicado también el año pasado- que establece que cada año se accidentan unos 400 buzos y de estos entre 15 y 20 mueren.

Reclutamiento

Como el departamento de Gracias a Dios es un sector olvidado, sin oportunidades de empleo y sin control del gobierno, los dueños de botes pesqueros y sus capitanes han encontrado en Puerto Lempira y otras comunidades costeras una abundante fuerza humana que puede explotar hasta el agotamiento y el fracaso.

Para conseguir la mano de obra, los dueños de los botes o los capitanes buscan a los enganchadores llamados “sacabuzos” y les dan hasta 80 mil lempiras para que realicen el reclutamiento.

Estas personas para comprometer a los buzos les dan un anticipo por lo general de 1,800 a 2,000 lempiras. De esta cantidad, los buzos le adelantan entre 400 y 500 lempiras al cayuquero que será su ayudante en el mar. Toda la contratación se realiza de manera informal, no hay ningún contrato escrito entre las partes, esto, de acuerdo a las autoridades del trabajo, genera constantes violaciones de los derechos laborales de estos pescadores

Por cada buzo que controla, el “sacabuzo” recibe 500 lempiras del dueño del barco o de el capitán. Como la relación laboral únicamente es de palabra, los buzos normalmente no saben ni el nombre completo del enganchador, por eso cuando se accidentan no saben dónde encontrarlo.

Viaje

Luego del enganche, los buzos son trasladados en lanchas a los botes pesqueros que permanecen anclados a varias millas del mar. Según un acuerdo ministerial de la Secretaría de Agricultura y Ganadería, de enero del 2012, los botes langosteros solo podrán llevar un máximo de 35 buzos y 35 “cayuqueros”, sin embargo los mismos pescadores denunciaron que esto no se cumple. Hay barcos que llevan hasta 50 buzos, quienes tienen que acomodarse en cualquier rincón para poder descansar y dormir, se quejaron.

También están inconformes con los 60 lempiras que les pagan por libra de langosta capturada. Ellos exigen 65 lempiras por libra, pero los dueños de los barcos se resisten a pagar esa cantidad.

Según los buzos, 60 lempiras por libra es poco en comparación con los riesgos que se corren en las profundidades del mar, además está establecido que después de cada veda el precio debe incrementarse en cinco lempiras.

“Nosotros no queremos hacer este tipo de trabajo, pero como no hay empleo, entonces tenemos que luchar. Lo más triste es que muchos van a morir”, sostuvo Elmo Joaquín Henly antes de tomar la lancha que lo llevaría al bote pesquero llamado Miss Abby. Este buzo, explicó que al llegar al banco de pesca, el barco permanece anclado en un punto y de ahí los buzos con sus ayudantes salen en los cayucos. El “cayuquero” es el que le alcanza los tanques de aire al buzo y le ayuda a subir la langosta atrapada. Para no perder el lugar donde se encuentra el buzo, el cayuquero debe ver el agua y seguir las burbujas que provienen del tanque de aire que consume el pescador en la profundidad del océano.

Por este servicio el buzo tiene que pagarle al “cayuquero” 12 lempiras por libra de langosta capturada. Cada día, este par de trabajadores realizan tres salidas, llevando cada vez de 4 a 5 tanques de aire, o sea que gastan entre 12 y 15 tanques diariamente, cuando lo recomendado es tres tanques y máximo 4 en el día.

Aunque los buzos dicen que al día hacen dos o tres inmersiones, en realidad ellos ejecutan varias, ya que cada vez que acumulan cierta cantidad de langosta o se les termina el aire tienen que salir a la superficie.

En la profundidad, estos pescadores no solo tienen que lidiar con la presión del agua, sino también con el mal olor que desprenden los tanques, lo cual, según el doctor Mejía es otra situación que pone en peligro la vida de estos peones del mar. Dos “sacabuzos” entrevistados por EL HERALDO sostuvieron, que la pesca por buceo se torna más fatal cuando algunos capitanes, en el afán de obtener langostas más grandes, no solo lanzan a los buzos a profundidades hasta de 140 pies, sino que les suministran drogas antes de las salidas. Estos hechos que las autoridades gubernamentales ven con indiferencia, solo proyectan que en un mar donde no hay ley ni control, muchos buzos solo van a un encuentro con la muerte, mientras que otros solo regresarán para enfrentar un futuro incierto entre la parálisis, el abandono y la mendicidad.