TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Con una vestimenta similar a la que lucía Al Capone, el mafioso más grande de Italia, y con el objetivo de romper los patrones racionales, se fundó la Mara 18, en la ciudad de Rampart, Estados Unidos, en 1960.
Los iniciadores de esta organización criminal fueron ciudadanos mexicanos que establecieron la figura de la Virgen de Guadalupe y al revolucionario Emiliano Zapata como su carta de presentación.
En Honduras, los integrantes de esta agrupación criminal comienzan a observarse en 1989, en la colonia El Pedregal de Comayagüela.
Sin embargo, fue entre 1992 y 1994 que empieza su crecimiento con las constantes deportaciones desde el país del norte, por lo que al tocar el suelo del país en que nacieron se movilizan a diferentes sectores para comenzar a establecer sus “clicas” o “barrios”.
Durante su fundación en Estados Unidos, a diferencia de las otras pandillas callejeras, la 18 permitió el ingreso de asiáticos, salvadoreños y mexicanos, quienes eran en ese entonces las principales víctimas de discriminación racial y religiosa.
En las otras pandillas se tenía una tipología de sus integrantes, pero al ver el crecimiento que tenía la 18 cambiaron sus reglas y comenzaron a aceptar entre sus filas a ciudadanos de otras nacionalidades.
En la décadas de los 60, esta organización, considerada en varios países como una de las pandillas más peligrosas y sanguinarias, no cometía delitos, es más, se consideraba como defensora de los derechos humanos de las personas de diferentes razas y religiones.
“En ese entonces, los padres se sentían orgullosos de decir, mi hijo es un soldado del barrio, es decir alguien que defendía, pero al quedar ociosos comenzaron a disputarse mujeres, drogas, actos vandálicos y así es como surgen las maras híbridas, esto significa que hay una combinación de lo tradicional con algunos aspectos delictivos”, explicó un especialista en el tema que contribuye en las acciones de los órganos de inteligencia del Estado.
Llegan a Honduras
Ya no vistiendo trajes de mafiosos, sino pantalones flojos, camisetas con el número 18, pañuelos en su cabeza o gorras de visera plana y un rosario en su cuello, estos jóvenes fueron deportados a su país natal en donde siguieron implementando las enseñanzas de sus líderes en Estados Unidos.
“Donde vayas llevarás al barrio contigo”, es la principal regla que deben cumplir estos pandilleros. Cuando llegan a Honduras, se van a sus barrios y colonias con la mentalidad de organizar una subdivisión de esta organización a la cual denominan “clica”, y en los lugares donde ya existían solo llegaban a presentarse e integrarse a ella.
En 1999, la Policía Nacional logró contabilizar 412 “clicas”, del barrio 18 a nivel nacional, sus integrantes utilizaban armas rudimentarias como: piedras, palos, bates, zancos; se producían peleas con sus rivales de la Mara Salvatrucha, pero no pasaban de golpes y moretes. Con el tiempo empezaron a usar “chimbas” (armas de fuego caseras). Para obtener dinero, los miembros de estas pandillas comenzaron a vender drogas, emplearon el sicariato, secuestrar y el cobro del denominado impuesto de guerra a transportistas y comerciantes.
Luego se involucraron en otros delitos como el asalto a personas y viviendas, y el robo de vehículos para cometer sus fechorías. Esta agrupación prefiere los vehículos marca Honda Civic, color gris de cuatro puertas, preferiblemente del año 1998 a la fecha y las camionetas.
Territorios
Los cuerpos de seguridad del Estado han ubicado los barrios y colonias donde por años se ha mantenido la presencia de los integrantes de esta pandilla, entre estas se encuentran: las colonias Calpules, Nueva Capital, Centroamericana, Villa Cristina, Flor del Campo, Las Torres, Estados Unidos, Divanna, La Rodríguez, San Isidro, La Cañada, La Guasalona, Las Brisas, La Pradera, Las Pavas, Villa Franca y El Pedregal, que es su principal base de operaciones.
Un equipo de la Unidad Investigativa de EL HERALDO recorrió estas zonas en donde los daños provocados por esta agrupación criminal permanecen como si fueran del mismo día. Estos pandilleros obligaron a decenas de familias a abandonar sus casas para convertirlas en “casas de tortura”. Curiosamente estas casas adquiridas de manera ilegal están ubicadas en puntos estratégicos de las zonas y en su mayoría son de varios niveles y con terraza. Desde las zonas altas, los integrantes de la pandilla pueden ver los movimientos del barrio o colonia y las zonas aledañas.
Para el caso, en la colonia Divanna los pandilleros se apoderaron de al menos tres cuatro cuarterías en la misma cuadra.
“Aquí (a la cuartería), primero vinieron dos muchachas, lindas y le dijeron al dueño que andaban buscando cuarto y él les dijo que tenía varios disponibles y les alquiló uno, ellas le pagaron el mes adelantado y un mes más”, relató uno de los vecinos.
A los días siguientes llegó otra jovencita, igual de atractiva y convenció al propietario para que le alquilara un cuarto. “Lo feo fue como a los tres días en que vinieron como veinte tipos en camionetas, entraron a la cuartería y le dijeron al dueño que ellos eran los nuevos dueño de la propiedad por lo que debía irse”, agregó.
Asustado, el señor les preguntó por qué le hacían eso, que le quitaban su única fuente de ingresos ya que él no trabajaba.
Sin pedir más explicaciones, el sexagenario tuvo que abandonar su propiedad y hasta la colonia en la que vivió por muchos años. Actualmente de la cuartería solo quedan algunas paredes, pues los antisociales destruyeron puertas, ventanas y hasta algunas paredes. En las ruinas solo quedan ahora los enormes “placazos” con el número 18.
A menos de 10 metros, diez apartamentos con puertas de metal, barrotes en sus ventanas, recién pintados y distribuidos en dos niveles, yacen abandonados luego que los mismos pandilleros se apoderaran de la propiedad.
ESPECIAL MULTIMEDIA: VIVIENDO ENTRE MARAS
En este caso, la situación fue peor. Para construir los apartamentos, la persona hipotecó esa propiedad, al igual que la casa en que vivía y su vehículo. Finalizada la construcción, los pandilleros le dijeron que debía entregarles 10,000 lempiras mensuales, a esta exigencia la persona, quien también era propietario de una pulpería, les explicó que no podía entregarles esa cantidad de dinero ya que tenía que cumplir con sus compromisos adquiridos con el banco para que no le fueran a quitar sus bienes.
Sin embargo, esta explicación no fue aceptada por los pandilleros, quienes lo obligaron a salir de su casa y de la misma colonia, al final el banco terminó quedándose con todos sus bienes, según los mismos vecinos de la colonia.
El recorrido no había terminado, en medio de las miradas curiosas de los vecinos llegamos a otra cuartería, ubicada a unos 500 metros de las otras dos. A diferencia de las anteriores, esta no estaba habitada, pues solo estaban las paredes de ladrillos y el techo, sin puertas ni ventanas, cuando los pandilleros se apoderaron de ella. Desde el pasillo de esta propiedad se puede observar una gran parte de la capital, por lo que era utilizada como mirador para estar pendiente de la presencia de las autoridades o de miembros de la mara contraria.
Los vecinos del lugar dijeron que dos de los afectados han intentado vender estas propiedades, pero no les han querido dar ni 20,000 lempiras por ellas, ya que sienten temor de que los pandilleros regresen para tomar control de ellas nuevamente.
La cuna
En el recorrido realizado por un equipo de la Unidad Investigativa de EL HERALDO con el acompañamiento de elementos de la Policía Militar del Orden Público (PMOP), se recorrió la cuna de la Pandilla 18, en la colonia El Pedregal. Las polvorientas y estrechas calles que conducen al sector conocido como “El Hoyo” lucen desoladas, como en las películas del Viejo Oeste.
Hermosas casas de dos y tres plantas lucen destruidas, pues los antisociales al adueñarse de ellas las dañaron al quitarles sus portones, puertas, ventanas y quebrar todo en su interior como lavatrastos, llaves, sanitarios, entre otros.
“¡Buen día señora! ¿Cómo está?”, se le consultó a una de las vecinas mientras recorríamos la zona. “Buenos días”, respondió. Al consultarle cómo estaba la incidencia de los pandilleros en la zona, comentó que “ellos aquí ya no hacen nada, como ellos (los militares) aquí pasan, entonces ellos (los pandilleros) están tranquilos. “Ya me voy, porque si me ven hablando mucho después me pueden matar, porque siempre hay alguien que les dice, nos vemos, que tengan buen día”. Un “gracias por estar aquí” provocó una sonrisa y un gesto de agradecimiento a los militares que nos acompañaban y que escucharon la corta conversación.
Mientras que en la colonia Nueva Capital, las instalaciones donde iba a funcionar el centro de salud ahora es usado como destacamento de la Policía Militar por disposiciones del mismo patronato.
Sentados y con cara de asustados encontramos a los albañiles que trabajaban en la remodelación de las instalaciones.
“¿Qué les pasa, ya se cansaron?”, fue la pregunta del militar a mando con una sonrisa en el rostro. “No”, respondió uno de los trabajadores, es que vinieron unos pandilleros y nos dijeron que si seguíamos trabajando nos iban a matar y por eso nos detuvimos. De inmediato, varios soldados a bordo de motocicletas y patrullas se desplazaron a diferentes zonas en busca de los antisociales.
Hijos sin principios
Según las autoridades, la mayoría de los cabecillas de esta pandilla vienen de hogares normales, de padres que no eran pandilleros, sin embargo desarrollaron niveles de violencia sorprendentes. A diferencia de ellos, sus hijos nacidos al interior de esta organización ahora son pandilleros más sádicos, quienes carecen de principios, valores, no se les inculcan sentimientos de respeto ni sensibilidad humana y por eso son más violentos, comentó un especialista en el tema de pandillas.