Un día como delivery: ¡Ufff! No es nada fácil, pero hay que llegar a tiempo
El equipo de periodistas de EL HERALDO Plus se pone casco y mochila para introducirse en el mundo de los deliveries, haciendo los mismos recorridos y entregas para conocer cómo es su trabajo y los peligros a los que se enfrentan en Tegucigalpa
Los deliverys cada día tiene el reto de llegar a tiempo y cumplir con lo que pide en cliente.
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TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Creí que iba ser un día fácil, rolear en motocicleta todo el día, dejando pedidos, recorriendo la ciudad y conociendo personas en cada puerta tocada, pero ¡uffff...! en realidad no es nada fácil.
Llené de gasolina el tanque de la motocicleta, me puse una camisa manga larga para protegerme del sol y me dirigí a las oficinas de Speedy. Mi misión: vivir un día como delivery.
El equipo de EL HERALDO Plus se aventuró en la vida de esos trabajadores que cada mañana, tarde o noche hacen todo lo posible para llevar los alimentos, medicamentos y los encargos a tiempo hasta su hogar.
La demanda de deliveries ha incrementado bastante. Durante la etapa más crítica de la pandemia por el covid-19 fueron vitales en vista que las personas no podían salir de casa. La solución: realizar un encargo vía una aplicación móvil. Y desde el otro lado del celular siempre había un repartidor dispuesto a cumplir con la orden en el menor tiempo posible.
Parecen hormigas trabajadoras, van esquivando carros en las filas del tráfico, impulsados por la misión de cumplir con los pedidos.
Cuando uno va en la motocicleta, cargado de hamburguesas, pasteles, refrescos, cafés y hasta la despensa de una persona, lo único que quiere es llegar a tiempo y apretar el botón en la app: “Entrega completada”.
A las 9:00 de la mañana, el jefe de operaciones de Speedy, Ángel Maldonado, ya me esperaba. Él me instaló el app en el celular, explicándome al pie de la letra cómo trabajar: “Es prohibido planchar”, me advirtió.
Los pedidos llegan a la aplicación y los deliveries están a la expectativa, como corredores esperando el disparo de salida, pues el primero que acepte el pedido gana la carrera.
Entre las requisitos para sobresalir como repartidor podemos enlistar ser puntual con la entrega, porque de lo contrario cancelan el pedido; colocar en posición adecuada los productos y las bebidas, para que no se dañen en el trayecto; y tratar con respeto a las personas.
Maldonado me asignó una mochila azul, grande y cuadrada, con depósitos para llevar alimentos sólidos y espacios que sujetan las bebidas para que no se derramen en el trayecto.
Como era nuevo e inexperto, me asignó como guía a Cinthia Laínez, una entregada delivery que a diario se enfrenta al caos que campea en Tegucigalpa y Comayagüela, mostrando que es una mujer completa, de esas a las que se les dice “de guerra”.
El asunto iba en serio, salí con la enorme mochila y arranqué la motocicleta en busca de Cinthia, quien a las 7:00 de la mañana ya había hecho su primera entrega.
A los minutos de llevar la valija en la espalda ya sentía el peso... y eso que iba vacía, sin carga alguna.
De pronto una ráfaga de viento me golpeó la espalda y medio me desestabilizó la marcha. Entonces, me di cuenta que no era tan fácil como yo me imaginaba, había que sujetar bien el timón de la moto.
Pedido
“Esto es de tener paciencia, hay que esperar que lleguen los pedidos, los aceptamos y vamos a recogerlo, luego informamos que tenemos el producto, llamamos al cliente que vamos en camino y lo entregamos”, explicó con naturalidad la joven.
Cinthia tiene 29 años y estudia enfermería. Ella es una mujer de baja estatura, de contextura gruesa y de carácter amable, pero sobre todo luchadora, razón por la cual decidió meterse en un trabajo donde prevalecen los hombres.
“Ya le asignaron un pedido, acéptelo”, me ordenó, “¡Dios mío, ¿y ahora qué hago?!” le dije entre risas.
“Lo pidieron por el aeropuerto, vámonos”, dijo, poniéndose el casco y subiéndose a la motocicleta.
Iniciamos el recorrido por el bulevar Suyapa. En minutos ella estaba a unos cien metros de distancia, me había dejado atrás. Pensé que al andar ella en una moto automática, con un motor de 110 centímetros cúbicos, avanzaría más despacio.
Observé que por el retrovisor se aseguraba que no me perdiera, era mi primera entrega y tuve que acelerar y alcanzarla, seguir su ritmo, pues su recorrido es tan preciso, que hasta sabe en qué punto están los baches y los esquiva con facilidad.
Salimos por El Prado hasta caer al bulevar Fuerzas Armadas, donde hay que bajar la velocidad, porque la arena y el estado de la calle es una amenaza, pero eso no la detiene y en segundos ya estábamos en ruta al aeropuerto Toncontín.
Llegamos al negocio de comidas rápidas y la orden ya estaba en el sistema. Un señor se le acercó a Cinthia y le dijo con amabilidad: “No es fácil su trabajo, es una mujer fuerte”, y ella le regresó el halago con una sonrisa, mientras se aseguraba que yo hiciera bien mi labor.
“Hola, soy de Speedy, vengo por la orden 59”, dije, aunque en realidad eran más números, pero Cinthia ya me había instruido que solo diera los últimos dos, y la atractiva dependiente de inmediato respondió: “En un momento sale”.
Habíamos llegado en 15 minutos al negocio, para la repartidora era buen tiempo, porque lo que más tarde es esperar la entrega del pedido, hay negocios que demoran hasta media hora y muchas veces el cliente se desespera, confesó.
El paquete estaba listo, aunque tenía una duda. ¿Cómo sé que llevo lo que pidieron? le pregunté curioso. “Eso solo el cliente y el que vende la comida lo saben, todo va sellado, no se puede abrir, la misión es entregarlo”, explicó.
Coloqué las hamburguesas en la parte de arriba y los refrescos en envase desechable en los costados, donde se sujetan, pero creo que no los puse bien, porque sentía que se balanceaban cuando daba alguna vuelta en la moto.
Llegamos a Loarque para realizar la entrega y llamamos al cliente: “Hola, buenos días, le hablo de Speedy, aquí le tengo su pedido”, pero la respuesta fue inesperada; “yo no he pedido nada”, contestó una señora molesta.
“¿Y ahora qué hago con esto?”, le dije a Cinthia asustado, explicándome que mandara un mensaje a la aplicación, donde el equipo de operaciones verifica qué sucede para resolver el problema.
En efecto, habían dado el número de teléfono equivocado y se verificó, haciendo después una entrega exitosa. Qué placer más bonito apretar el botón de “entrega completada”.
Riesgos
Ya eran las 11:00 de la mañana y por el oriente de la capital se comenzó a formar una llovizna. El trabajo se iba complicar, pues había que ponerse capote y seguir bajo la lluvia, no se le puede decir que no a los clientes, pero rápido pasó, gracias a Dios.
Luego, salió otro envío de medicamentos.
-Tenemos que ir a El Pedregal-, comentó.
-No le da miedo-, le pregunté.
-Siempre nos toca, generalmente la gente llega a la calle principal, no nos metemos en callejones-, manifestó al momento que encendía la moto para arrancar.
Andar con la mochila de delivery no es fácil, al momento de ir a traer los medicamentos tocó subir a un ascensor; entré de frente, pero cuando me quise dar la vuelta no pude, la mochila no me dejaba, salí de retroceso.
Ya con el producto recibido, llegué nuevamente al ascensor y decidí entrar de retroceso, para quedar de frente a la salida y no tener problemas con la valija. “Algunas veces pasa eso”, dijo Cinthia entre risas.
El semblante le cambia cuando ve la aplicación, de 11:00 de la mañana a 2:00 de la tarde es la hora pico, los pedidos llegan por montones y hay que cumplir.
La entrega se hizo en unos 20 minutos, ya que tocó esperar a la persona en El Pedregal. Después, tomamos rumbo a Miraflores, entramos al centro comercial con la mochila a espaldas y se hizo la entrega.
Antes de llegar, un carro tipo pick-up que iba en contra vía, nos obligó a orillarnos, tomamos un atajo para evitar el semáforo y salir adelante, es uno de esos atajos que solo los deliveries y los taxistas conocen.
A eso de la 1:00 de la tarde le pregunté a qué hora comía, pues el hambre se asomaba. “Podemos aprovechar este espacio que están bajando los pedidos”, recomendó, pero generalmente comen entre 2:00 y 3:00 de la tarde.
Justo cuando digeríamos la comida otra orden sonaba en la aplicación, había que ir a dejar un pedido por la colonia 21 de Octubre, se le pidió la ubicación a la señora y salimos rugiendo los motores de los vehículos de dos ruedas.
Cinthia dijo que ella no supera los 70 kilómetros por hora, pues ha visto muchos accidentes de sus compañeros y lo mejor es tener cuidado en las calles, no todo mundo respeta, pero ella también hace sus acrobacias para evadir los vehículos.
Llegamos a un circuito cerrado por la colonia 21 de Octubre, los guardias solicitan que nos quitemos los cascos, que los dejemos en la caseta y entremos.
La aplicación nos lleva a recorrer la colonia y nos regresa nuevamente a la entrada, llamando al cliente porque no lo ubicamos, mandando nuevamente la dirección... resultando que era por el barrio El Manchén.
Sin renegar, tomamos la moto y entramos a otro circuito cerrado, hasta llegar a la casa donde esperaba una señora. Otra misión se habían completado.
Hay deliveries que trabajan 8, 10 y hasta 12 horas al día. Ellos deciden su horario, entre más pedidos entreguen reciben más paga, pueden llegar a ganar hasta 6,000 lempiras semanales cuando las circunstancias y el tiempo lo permiten.
Sin embargo, de su bolsillo sale la gasolina, el mantenimiento de la moto y la mochila, por ejemplo, Cinthia tiene una de Hugo, a pesar que trabaja para Speedy, pero la usa sin problemas.
Le pedí que me la prestara para ver si pesaba menos, pero es la misma carga. Al final, la misión es llegar a tiempo donde el cliente y que quede satisfecho.