Un día como taxista VIP: entregas, llevar niños a la escuela, mover personas... y estar siempre a tiempo
EL HERALDO Plus se convirtió en taxi VIP por un día para contar cómo es en realidad el trabajo de cientos de hondureños a bordo de una unidad. El resultado es detallado a continuación en este relato
EL HERALDO Plus comprobó cómo se trabaja en un día como taxista VIP o Uber.
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TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Jalé piñatas, entregué lociones y llevé niños a la escuela, algunas personas al trabajo y otros -con sus maletas- a tomar viaje para sus vacaciones. Mi primer día como taxista VIP o Uber resultó medio “pijiadito”, especialmente por estar a la hora exacta a disposición de los cliente que no aguantan excusas.
De entrada, la levantada de madrugada. La primera carrera me la mandaron por mensaje. ¡Señor Bendito! Había que pasar por doña Sonia a las 5:20 AM en la residencial Santa Clara, allá por Altos de la Santa Rosa, en la salida al sur, y llevarla a la chamba a las Lomas del Guijarro.
A las 4:20 sonó la alarma, ¡Ufff! ¡Qué sueño!, pero ni modo, EL HERALDO Plus quería ser taxi VIP. ¡Aprétela! Que doña Sonia ya sabía que iba llegar un conductor nuevo y no se podía quedar mal de entrada.
GPS activado, vámonos. Llegué a la Santa Clara a las 5:10 AM, en la entrada el guardia se miraba con mas sueño que yo, ni me preguntó para dónde iba, llamé a la señora, de inmediato me indicó que su casa estaba en la parte final de la residencial, que le regalara unos minutos que ya salía.
¡Cabal! A las 5:20 AM vi que venía, un par de bolsas en la mano, un ojo pintado y el otro no, y unos puntos, digo yo que eran de base en las mejillas, nariz y frente. ¡Buenos días!, saludó.
Se subió atrás, “vamos a buena hora, ojalá no nos agarré el tráfico, no se asuste, es que aquí me toca irme maquillando”, dijo sonriente, mientras que yo -con gran pena- solo le dije que no se preocupara.
Salimos y recibí mi primera colaboración como taxista. “Váyase por Los Jutes, yo le voy a enseñar por dónde, así salimos adelante”. Listo, los tales Jutes son una calle de tierra que se toma por el desvío a la colonia Altos de la Santa Rosa y que se usa para no comerse todo el tráfico que se arma en la salida al sur en las mañanas.
Allá iba yo haciendo caso porque el cliente siempre tiene la razón y doña Sonia, la verdad, tiene buena plática. Me contó la historia de su trabajo, la situación económica de Honduras, niveles de inseguridad, relatos de masacres que le han contado... bueno, casi despedimos al alcalde Aldana por la falta de proyectos y, cuando me percaté, ya estaba en Loarque.
De ahí a las Lomas del Guijarro por el anillo periférico fue un solo tirón. Llegué rápido, con el pecho hinchado, por cumplir la meta, me pagó 180 lempiras. Con los precios, pues, no pude meter mucha mano, pues ya están estipulados por la empresa que me contrató y siendo mi primer día no me iba poner los moños.
La segunda carrera era a las 7:30 AM del Hato de Enmedio a Las Vegas del Country, lo que me dejaba una hora muerta y el tigre rugiendo en la panza, así que me fui a desayunar donde mi madre santa.
A las 7:20 AM, EL HERALDO VIP ya estaba esperando a su clienta. Bueno, la llamé y le dije que ahí estaba, pero una joven me contestó: “Faltan para las 7:30”. Por dentro solo pensé que si hubiera llegado tarde ella hubiera estado de intensa, pero seguro son pensamientos de taxista.
Al rato las vi, una señora y la hija, traían tres grandes maletas y, pues, yo he visto que los ruleteros se bajan, abren el baúl y meten las pertenencias y yo no me iba quedar atrás, así que jalé las maletas, las subí con cuidado, les abrí la puerta, bueno, casi la alfombra roja les pongo, eso sí, me dijeron gracias y me sentí bien.
Y ahí el primer error, el carro no anda aire acondicionado y a pesar que era temprano ya sentía calor. Si lo sentía yo, no digamos ellas, así que tocó navegar con el papel de pendejo y en la mente ya tenía las respuestas por si me preguntaban por el aire. Solo pensaba: “Le voy a decir que este carro me asignaron y no sabía que estaba malo o lo voy encender y me voy hacer el sorprendido como que se arruinó de repente”.
Nada que ver, solo bajaron los vidrios y no dijeron nada, llegué a Las Vegas del Country, bajé las maletas, me pagaron 140 lempiras y lo primero inconscientemente que hice fue ver cómo andaba de gasolina. No se había movido nada la aguja y sentí una sensación extraña de felicidad.
El otro viaje era muy cerca, solo me dijeron entrara a una residencial en la misma zona, que iba a recoger unas piñatas donde una muchacha que se llamaba Cindy. En tres minutos le caí a la calle que el GPS me indicó y la llamé para decirle que estaba afuera.
“Aquí estoy yo y no lo miro, a saber en qué calle se metió”, me dijo la joven, y yo educadamente le respondí que tres calles después de la tranca. Ella, muy segura, respondió: “Cuente bien, aquí voy a estar afuera”. Ni modo, me volví a salir a la calle principal y Cindy tenía razón: me faltaba una cuadra.
Al fondo la vi parada, abrí el baúl, traía una piñata bien bonita con listones y decoración sobresaliente, una piñata muy fina. “Mire, con cuidado estos listones no se vaya a parar en ellos y los revienta”, me recomendó, ahí sentí presión. “Mejor, súbala usted”, le dije, recomendando de paso que el cliente la bajara después y así fue.
Me libré, pensé, pero después venía con unos botes decorados envueltos en un papel transparente. “Estos súbalos adelante, porque si brincan se van a salir del envoltorio que es delicado”, me dijo, y pues los botecitos iban de copilotos y desde que salí les tiraba mi mirada como garantía de cuidado.
La cosa es que la entrega de la piñata podía ser a cualquier hora antes de las 12:00 del mediodía en la salida al sur, ahí mismo me asignaron moverme a la residencial San Ignacio, debía estar a las 8:30 AM, pero eran las 8:05 PM.
La misión era puntal porque iba a llevar un niño de cuatro años a una escuela ubicada en Santa Lucia. Ni modo, solo pensé el tráfico que había en el bulevar Fuerzas Armadas por la pavimentación y le “metí la pata”, rebasando por un lado y por otro. Me causó gracia porque llevaba el ceño fruncido y pensé que así caminan los VIP y taxistas, por eso se meten como la pobreza para cumplir los horarios.
Llegué a la casa a tiempo, contra todos los pronósticos, otra vez, otra extraña sensación de alegría, es extraña porque, igual, si no llego yo, piden otro y el niño no pierde clases.
Salió de una casa con el papá, bonito el niño, puro muñequito, en mi mente íbamos ir solo los dos porque así me habían instruido, pero se subió el papá y tuve un pensamiento random: “Cindy no me pagó la vuelta de las piñatas”, ni modo.
Ambos saludaron.
Agarré camino, el pequeño iba en buena plática con su papi, la única interacción que el señor tuvo conmigo fue para decirme que parara en una gasolinera antes de El Sitio, donde retiraría dinero del cajero.
Paré, se bajó. En ese momento el niño me sacó plática, me preguntó si ya íbamos a llegar, Agustín se llamaba.
Empezamos a platicar, al niño le gustan las gorras, no se sabía su apellido y no estaba claro si tenía cuatro o cinco años, lo que sí es que le gusta mucho ir a la escuela, me contó.
Regresó el papá y me pagó en ese instante, 250 lempiras de la San Ignacio a Santa Lucia -bueno, antes, aunque igual pensé que era justo-. Llegamos a la escuela, el señor se bajó y me dijo que lo esperara, así que pensé: ¿Será que lo tengo que ir a dejar a él por el mismo dinero?
Al final, no sabía. Otra vez a mirar la aguja de gasolina, la condenada estaba quieta, como que presentía que andaba como taxista. Regresó el señor y me dijo: “Hágame el favor, usted va para abajo, ¿me puede dejar un par de kilómetros aquí cerca?”.
“Sí, ombe, claro”, le dije, de regreso fue un poco más platicador, aunque en realidad la distancia era muy corta. Lo dejé en la posta de El Chimbo, Santa Lucía.
A todo esto, no había parado ni un minuto desde las 5:00 AM, el calor estaba fuerte, merecía un refresco bien helado y me paré en la gasolinera. Ahí mismo me dijeron que tenía que ir donde una señora llamada Fátima que estaba en un edificio cerca de Emisoras Unidas.
La clienta me iba a entregar una loción que tenía que llevar al Zonal Belén, no sé por qué, pero solo pensar en el Zonal Belén me dio algo de cólera, al recordar la cola que se arma en el bulevar del Norte.
Ni modo, llamé a la doña que ya iba en camino y me dijo: “Cuando esté cerca, avíseme para bajar, yo bajo despacio por mis rodillas, me espera un poquito”.
Así fue, cuando iba a inmediaciones de Torre Libertad la llamé y me dijo: “Ya bajo”. Me estacioné y la vi desde lejos, en efecto bajaba las gradas despacio, con una enorme sonrisa me saludó y me entregó la loción, dándome la instrucción sobre a qué puesto del Zonal Belén entregaría el producto.
Mil cosas se me pasaron por la mente. ¿Dónde dejo este carro?, ¿cómo voy a dar con el puesto si yo no conozco el Zonal Belén?
Cuando le iba a consultar si también iba a abordar la unidad, me pagó la carrera y, además, se sacó 20 lempiras. “Esto es para que se tome un fresquito”, me indicó.
Me ganó en ese momento. Mi primer propina, a San Pedro Sula hubiera ido si me lo pide. Después, me apuntó el número de la señora del puesto que iba a recibir la loción y agarré camino.
En el trayecto pensé que las calles de Tegucigalpa son un asco, que Diego Vázquez tenía que dejar de ser técnico de la selección y que la taxeada es entretenida, aunque bastante pesada.
EL HERALDO VIP ya estaba en el Zonal Belén, los 20 lempiras que me había dado la doña Fátima quedaron en un semáforo en las manos de una niña venezolana que sinceramente los iba ocupar más que mí.
Llamé a la dueña de la loción y, en efecto, no se podía mover del puesto, pero como Dios es grande el local estaba a orilla de la calle y solo me estacioné y no camine ni 10 pasos. Otra misión cumplida.
“Eso, traiga para acá -le dije-, le voy a tomar la foto que usted ya recibió la loción”. La doña sonrió y me dijo “¿solo las manos, va?”, y, pues, hasta evidencia llevaba de la entrega.
Subiendo al carro cae otra llamada, había que volver a la casa de Cindy por otra piñata, solo pensé que ni la primera había entregado y que fijo me iba a decir algo.
También cuestioné por qué no me había dado las dos en el mismo momento, pero me reconfortó el hecho que le podía cobrar la carrera de la mañana que no me había pagado.
Llegué, sacó otra piñata preciosa, abrí el baúl, la acomodó al par de la primera. Me dijo: “Mire, son colores parecidos, pero el palo de esta piñata lleva plateado arriba, no las vaya confundir, está va para La Miramontes, la va a recibir un guardia en la caseta de entrada”.
Agarré camino y saliendo de la tranca recordé que no me había pagado ni la primera ni la segunda carrera, así que la llamé, pero me dijo que se entendía con la empresa que me contrató.
A pues, ni modo, agarré para la colonia Miramontes, nunca me había preocupado tanto por el aire acondicionado, pero es que el sudor en serio que bajaba más allá de la espalda y la camisa pegada al asiento.
Con el guardia fue otra historia, un señor de baja estatura, serio, que lo primero que me dijo fue que no podía dejar el carro en ese punto, y ni le había dicho que era a él a quien buscaba.
Ya le conté y, por increíble que parezca, le dije mal el nombre de la dueña de la piñata, así que me respondió: “No, ella no es, no puedo recibirla”. Parece mentira, pero en todo Tegucigalpa no creo que hubiera andado otro taxi VIP entregando piñatas y, mucho menos, que llegara a la caseta de él a entregar una piñata confundida.
Tocó llamar a Cindy para que me recordara el nombre de la dueña, ponerlo en altavoz. Tras esa acción, el guardia aceptó recibirla, otro dilema fue cuando le dije que le iba tomar foto para dejar evidencia que la piñata estaba buena, pues casi me la regresa. Mejor me fui.
Estaba al filo de las doce del mediodía, límite para entregar la otra piñata, así que agarré camino a la salida al sur. Debía dejar el envío en unas oficinas del gobierno, a la par de Instituto de Jubilaciones y Pensiones de los Empleados y Funcionarios del Poder Ejecutivo (Injupemp).
Otro guardia salió, me abrió el portón un poco, pero el carro no pasaba, aunque él insistía que sí. El empleado de seguridad tenía sujeto el portón de la mano, solo tenía que hacerse dos pasos atrás y se abría mas, pero no, él decía que pasaba.
Tuve que meter más la parte delantera del carro y ahí si vio que no pasaba. “Tenía razón, va”, me dijo, y yo, pues, no puedo decir lo que pensé y solo le moví la cabeza para abajo y arriba.
Salió una muchacha, me pidió que me estacionara exactamente a la par de su vehículo, un poco complicado el movimiento, pero como el cliente tiene la razón lo hice. Acto seguido, abrí el baúl, bajé la piñata de los listones finos, medí cada uno de mis pasos y se la entregué para que las metiera en su carro.
Luego, abrí la puerta del copiloto y bajé con delicadeza los botes decorados, pero no me los agarró, me trasladó la responsabilidad y me pidió que yo se los subiera al carro.
Ahí terminó todo, EL HERALDO VIP se fue a comer, mil cosas qué pensar, entre ellas el reconocimiento a los hondureños en taxis de calle, VIP o el conocido Uber. No es fácil su labor, la presión entre el tiempo, gasto de gasolina, tráfico y clientes fácilmente le quitan la paz al más tranquilo, sin embargo, muchos siempre reciben a sus clientes con una amable sonrisa.