TEGUCIGALPA, HONDURAS.-
RESUMEN. En una visita a la Penitenciaría Nacional de Varones de Támara, Francisco Morazán, conocí a un hombre al que solo llaman por su apellido: Merlo. Es un hombre que ha envejecido prematuramente, y que aparenta muchos años más de los cuarenta y cinco que tiene.
Está condenado a más de veinte años de prisión, y lleva la vida tranquila, si es que en la cárcel puede haber tranquilidad. Sin embargo, él vive como si no viviera, y como si nada importara a su alrededor. Aunque es un hombre serio, es un buen conversador.
Al menos es lo que aparenta, ya que, desde hace mucho tiempo, se ha estado preparando para contar su historia, y para que esta salga en diario EL HERALDO. ¿Qué fue lo que hizo este hombre? ¿Por qué está condenado a veintisiete años y tres meses de prisión?
¿Por qué dice que él está pagando una pena por una horrible equivocación?
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Traición
Julio César, el dictador romano del siglo I antes de Cristo, dijo, con mucha convicción: “Amo la traición, pero odio al traidor”. Y, a lo largo del tiempo, esta frase se ha repetido muchas veces; sin embargo, su sentido tiene más valor cada día.
La traición es útil cuando se persiguen objetivos personales, políticos, militares o económicos. Y, por supuesto, junto a la traición va el engaño, lo que la hace más detestable todavía, pero que rinde los frutos que busca el que se sirve de ella. Más allá de esto, el traidor siempre será repudiado. Judas no será querido jamás.
Estuvo al lado de Jesús, se sirvió de él, lo engaño y lo vendió, en una de las traiciones más indignas de todos los tiempos. De aquí que haya quienes digan que el traidor debe ser castigado, y que el castigo ha de darse en la medida del daño causado por la traición.
Por supuesto, hay traiciones de todo tipo, y la Historia está llena de hechos que fueron castigados de forma brutal. Pero, existe otro tipo de traición. La que se da entre parejas. De estas fue la traición por la que ha de lamentarse Merlo toda su vida, aunque en su caso, esta traición tiene un componente extraño, al que Merlo llama “desgracia para mí; salvación para ella”.
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¿Por qué habla así este hombre para quien nada más importa en la vida? ¿A qué hecho se refiere cuando dice que ha sido una desgracia para él y salvación para ella? ¿Quién es ella?
El café se heló en su taza. Merlo apenas lo ha probado. Como en todo, le ha perdido el gusto al único vicio que ha tenido desde niño, cuando su madre le daba café con pan dos veces al día, y él lo disfrutaba como si fuera el más delicioso de los manjares.
“¡Hijo, ya está el café!”.
Merlo no olvidará las palabras con las que su madre lo llamaba cuando era niño, todas las tardes.
Hasta este momento ha hablado poco, pero hay un brillo espacial en sus ojos que me indica que su historia está a punto de salir a la luz.
“No dije nada ante el juez -dice, de repente, después de soltar un suspiro largo y doloroso-; no quise defenderme, y por esas cosas absurdas de la justicia, me pusieron un abogado público. A mí no me importaba. Todo me acusaba, y tampoco me importaba. Lo que más me dolía era que me había equivocado de cuarto, y, lejos de dolerme el hecho de que iba a estar en la cárcel el resto de mi vida, lo que más me dolía era que todo fue en vano, y que me llevé de encuentro a un inocente. Bueno, a dos inocentes. Aunque, en realidad, cuando me pongo a pensar en esto en las noches en que no duermo, creo que fue una fuerza poderosa fue la que me llevó por el camino equivocado; tal vez para castigar con mi mano algo que hasta ahora no puedo entender”.
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Ella
“Yo sabía que ella me engañaba desde hacía unos tres meses. Desde ese tiempo empecé a notarla rara, peleaba conmigo, se enojaba por cualquier cosa, salía a la calle más pintada que un payaso de feria, y ya no se dejaba tocar... Y si aceptaba, era por compromiso. Y uno de hombre entiende bien esos cambios en su pareja. Pero, imbécil como soy, trataba de agradarla, dándole más dinero, y hasta comprándole un carro nuevo. Pero, ya era inútil. Ella no cambió en su forma de tratarme. Y ahora pasaba solo con el teléfono, lo tenía con clave, y solo era misterios.
Por eso fue que me resigné, pero sin tragarme eso de que debía perdonar y dejarla sin castigo. Eso jamás, porque la traición es horrible, y más cuando uno ha sido bueno, y más cuando uno ha tratado de ser lo mejor... Además, en la Biblia está claramente descrito lo que sucede ante una traición de ese tipo: Los celos son la ira del hombre, y no perdonará en el día de la venganza. Y yo empecé a planificar mi venganza. Claro que sí. ¿Por qué iba a dejar que se burlara de mí solo porque sí? Pero, como imbécil que soy, quería estar seguro.Y es que, a veces, me imaginaba que eran cosas mías, que era que yo me imaginaba cosas...”.
“Ay, hermano -me dijo Julián, mi hermano mayor-, estas cosas son dolorosas, pero, aunque duelan, tienen que comprobarse bien primero, para no cometer un error”.
“No sé qué hacer” -le dije.
“Pues, sencillo -me dijo él-; activá el GPS del carro que le compraste, y allí no vas a tener pérdida. Siempre vas a saber a dónde es que va”.
Merlo suspira de nuevo. Mira entre las reglas de la pared de la cafetería, y bebe un poco de café.
“A veces -agrega, después de una pausa larga-, me arrepiento de haberle hecho caso a mi hermano; pero, la ira por celos es horrible; es como un fuego que nos devora por dentro, y más, cuando estamos cien por ciento seguros de que nos engañan sin merecerlo. Así que, activé el GPS del Kia que le compré, una camioneta gris muy bonita, y con la que ella se puso contenta... Pero...”.
Calló de nuevo. Algo se revolvía en su interior, como un infierno viviente, y apretó los dientes y los puños con cólera.
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El día
Después de un largo silencio, Merlo siguió diciendo: “Yo creo que el diablo siempre se mete en los asuntos de los humanos... Y como nosotros nos dejamos llevar por nuestras propias pasiones, por nuestros propios deseos, y no nos ponemos a reflexionar en las consecuencias de nuestros actos, pues, allí vamos, como toro al degolladero... Pero, lo que yo sentía era incontenible. Me dolían mis dos hijos, me dolía ella, porque la había amado con todo mi corazón, pero yo a ella no le importaba, y tenía que seguir adelante...
Así es que ese día, a eso de las diez de la mañana, mi celular sonó tres veces, señal de que mi esposa había salido de la casa, y empecé a seguirla con el GPS. Manejó varios kilómetros, desde la casa donde yo la tenía como una reina, y llegó a un centro comercial. Allí esperó cinco minutos. Lo tengo bien medido. Y de allí salió hacia el aeropuerto, y después, a la salida del sur. Fue cuando yo ya no me pude contener. La iba siguiendo con el GPS, y ese aparato me llevó a un motel. Entré, pagué, y estacioné mi carro frente al cuarto que me indicaba el GPS. No me importó, y después de correr la cortina, vi que era la Kia de mi mujer la que estaba en el estacionamiento. Subí hecho una fiera, con la pistola en una mano. Ya le había puesto el silenciador.
El corazón se me salía por la boca, y sudaba helado; tenía la garganta reseca, y me temblaba todo, de pies a cabeza; pero no iba a dejar a aquella miserable sin castigo. Así que, cuando subí la última grada, abrí la puerta golpeándola con el hombro, y entré. Y, ciego de ira, levanté la pistola. Ante el ruido de la puerta al romperse, los dos se asustaron. Hice el primer disparo, y el hombre se lanzó sobre mí; hice el segundo disparo, y los gritos de la mujer se escucharon por todos lados”.
Un nuevo silencio. Merlo lloraba. Sus mejillas, rojas, estaban empapadas en llanto. Pero era llanto de ira.
“No sé en qué momento el hombre salió del cuarto -añadió, en voz baja-. Pero allí quedaba ella, cubriéndose con una sábana. Y le disparé tres veces. Y tres veces más... La maldije, y la dejé allí. La sábana se empapó de sangre, eso lo recuerdo bien, y ella ya no se movió... Después, salí del cuarto y bajé las gradas de dos en dos, con la pistola en la mano. Me subí a mi carro, y me fui de allí a toda velocidad... Pero, todo estaba grabado... Y a la Policía no le fue difícil saber quién era el asesino”.
Final
Ahora hay paz en el rostro de Merlo. Es como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Y sonríe. Y su sonrisa es diferente a las anteriores, porque es como si se burlara de sí mismo.
Agregó, más tranquilo:
“Yo estaba en mi casa, arreglando unas cosas para dejar seguros a mis hijos. Los iba a dejar en manos de mi hermano. Las empresas... y todo lo mío... Y yo me iba para Nicaragua. Mi madre es nicaragüense, y mi padre hondureño. Allá estaría tranquilo, y nadie me podría sacar de Nicaragua porque en ese país no extraditan a sus nacionales... Pero, ya no pude hacer nada. Tres patrullas de la Policía llegaron de repente a mi casa, entraron unos agentes armados, y allí me di cuenta que había perdido el tiempo, y que los policías, extrañamente, habían actuado como se espera de ellos... Me detuvieron. Me dijeron que estaba en los videos del motel, y que el encargado me reconocía”.Sonríe de nuevo.
“Yo no dije nada. Me quitaron la pistola de la cintura, y me esposaron... Y ya íbamos saliendo de la casa, cuando oí llorar a los niños, llamando a su mamá. Era que mi esposa acababa de llegar a la casa. Estaba vivita y coleando. Buena y sana, aunque asustada. Y preguntó qué era lo que pasaba... No sé qué fue lo que le respondieron porque yo perdí la noción del tiempo y de todo lo que pasaba a mi alrededor. Yo acababa de matar a aquella infiel, a aquella traidora que, en mi opinión merecía lo que le hice, y ahora estaba allí, frente a mí, haciéndose la asustada... Fue en las oficinas de la Policía que me di cuenta que me había equivocado de cuarto, y que, por desgracia, en aquel parqueo estaba una camioneta Kia nuevecita y del mismo color de la que acababa de comprarle a mi esposa... Y, como la ira deja ciego a cualquiera, yo me equivoqué de cuarto”.
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Hizo otra pausa, suspiró, esta vez como si expulsara de su pecho todo lo malo que puede imaginarse, y sonríe.
“¿Qué le parece, Carmilla? -Me pregunta, viéndome con sus ojos anegados en llanto-. ¿No le parece una burla de alguien allá en el cielo?
”Yo lo miré por un instante.
“Y ¿supo quién era aquella mujer?”
“Sí. Una empleada de gobierno que andaba divirtiéndose con un jefe... Pero, era soltera, aunque tenía un niño especial”.
“¿Especial?”
“Sí...”
“¿Y el papá?”
“No sé”.
“Y... de su esposa, ¿qué es lo que pasó después con ella?”
Hace una última pausa.
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“Pues... estuvo conmigo en el juicio... dice que estaba arrepentida, y quería que la perdonara... Y, por supuesto, la perdoné... Ella quiso reconciliarse conmigo. Yo le dije que, de alguna manera, Dios quiso que siguiera viva... Le dije que mi hermano se encargaría de que no les falte nada a ella ni a los niños, pero tenía que irse de la casa, a otra más pequeña, en la colonia Tiloarque, que mi hermano iba a poner a su nombre; tenía que dejar el carro, las joyas y las cuentas, y no sacar ni un centavo... Si no hacía lo que yo le decía, entonces, desde aquí, desde la penitenciaría, le iba a dar el castigo que se merecía... Y ella aceptó... porque entendió bien a lo que me refería... Que esta vez no me iba a equivocar”.
“Y ¿qué ha sido de ella?”
“Hace ya unos años que no sé nada de ella, Carmilla, aunque mi hermano me trae a los niños para que los vea. Ya están grandes, y van bien en la escuela... Gracias a Dios. Yo, por mi parte, no tengo paz, y esta vida que llevo es como la vida de una piedra”.
“¿Todavía se arrepiente de haberse equivocado de cuarto?”.
“Pues... sí; por aquella mujer inocente... y por el hombre al que herí en el hombro y salió corriendo a refugiarse en la oficina del encargado del motel, tal y como Dios lo echó al mundo... Ah, pero hay algo que tengo que decirle, aunque no debiera hacerlo: Mi hermano se hace cargo del cuidado del niño de esa pobre mujer... Les da a la abuela y a las hermanas de la mujer, que son las que lo cuidan, una buena cantidad de dinero mensual... Gracias a Dios las empresas siguen funcionando... Yo me voy a podrir aquí... Pero, ya me puse a cuentas con Dios... y sé que el Señor me ha perdonado”.