TEGUCIGALPA, HONDURAS.- CAPTURA. A Beto lo capturó la Policía en su casa, en el Barrio Abajo, una tarde en la que lavaba su motocicleta y escuchaba música a todo volumen. Tal vez por eso fue que no escuchó que la patrulla se detuvo cerca de él, y tal vez por eso fue que no vio que cuatro policías encapuchados saltaban con las armas en las manos.
“Queda usted detenido por suponerlo responsable del delito de violación especial en perjuicio de testigo protegido. Tiene derecho a guardar silencio. Tiene derecho a un abogado...”Beto no dijo una sola palabra. Su madre, sus hermanas y sus tías salieron a la calle para evitar que los policías se lo llevaran, pero fue imposible.
“¡Esa maldita mujer está acusando a mi hijo! -gritó la madre, entre encolerizada y desesperada-. ¡Y mi hijo es inocente! Pero, ya va a ver esa maldita...”
Los policías no hicieron caso de la histeria de aquellas mujeres, y veinticuatro horas después llevaron a Beto ante el fiscal del Ministerio Público.“Yo no he violado a nadie -dijo Beto, envalentonado-; esa cipota se me metía hasta por las orejas, y, pues, ni modo, uno es hombre, y no puede desperdiciar la carne nueva”.
El fiscal no le dijo nada. Se limitó a mirarlo. Beto le sostuvo la mirada.“Esto lo va a pagar bien caro la familia -agregó-; ni saben con quién se han metido”.
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“Señor -lo atajó el fiscal-; debo decirle que esas son amenazas, y según nuestro Código Penal, está cometiendo usted un delito. Además, si algo le sucede a alguien de la familia de la víctima, o a la víctima, el primer sospechoso sería usted, y eso podría agravar su situación... Si tiene algo qué decir, dígalo sin amenazas; y recuerde que está ante la autoridad, y debe mostrar más respeto”.
“Mire, señor -replicó Beto-, yo no he violado a nadie... Le repito... Ella me citó, nos vimos, fuimos, y pasó lo que pasó... Ahora es que la violé...”
“¿Sabía usted que la persona a la que se está refiriendo tiene solamente catorce años?” “Catorce, doce o veinte... Mujer es mujer, y sirven para lo mismo... Lo único que las hace diferentes es cuando están nuevecitas, y uno las estrena... Después, quedan para los perros, y donde estuvo un hombre, pueden estar mil...”
“Le pregunto de nuevo. ¿Cómo se declara? Pero, antes de que responda, es mi deber decirle que, si usted acepta su culpabilidad, podría beneficiarlo en el juicio. Además, debo recordarle que tenemos pruebas científicas que demuestra que usted tuvo acceso carnal con la víctima...
El forense encontró semen en la niña, y si en el laboratorio comprobamos que ese semen es suyo, la situación se pondrá más difícil para usted...
También tenemos la declaración de la menor ultrajada, las muestras de que usted usó violencia para someterla, y la declaración de una testigo que dice que lo vio a usted meter a la fuerza a su casa a la niña... Le digo todo esto, por si quiere ayudarse, y para que el tribunal no sea tan severo con usted”.
“¿Cuál tribunal, señor? Yo no violé a esa chava; ella se me ofreció, porque yo le gusto desde hace tiempo, y, pues, ella se me entregó solita... Si está diciendo ahora otra cosa, es porque la vieja, esa mamá que ella tiene, y el papá, la están obligando a que me acuse... Pero, si los rucos quieren, yo me caso con la chava, y asunto arreglado”. “¿Cree usted que es así de fácil su situación?”.
“Y ¿por qué no? La chava es mi mujer... Yo soy su primer marido... ¿Entonces? El que tenga catorce años no importa... Mejor... Así tenemos los hijos temprano...”
El fiscal se puso de pie. No soportaba el cinismo de Beto. Cuando llegó el abogado defensor que le puso la familia, se sintió con más fuerzas. Pero, nada de aquello le sirvió. Fue presentado ante el juez, y éste, después de valorar las pruebas que presentó la Fiscalía, incluida la declaración de la niña en la Cámara de Gesell, y la declaración de la testigo que vio cuando Beto la llevaba a la fuerza a su casa, lo envió a la penitenciaría de varones de Támara. Iban a pasar seis meses para que Beto viera de nuevo la libertad. Esto pasó porque la familia de la víctima no volvió a hablar con el fiscal, la niña dijo que en la fiscalía la obligaron a decir aquellas cosas en contra de Beto, y que ella sí estaba enamorada de él.
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“La verdad, Carmilla -dice el fiscal, recordando aquel caso, varios años después-, es que los hermanos de Beto amenazaron a la familia, incluso, enviaron a un par de sicarios para que les dispararan a las paredes de la casa, una noche lluviosa... Esto, por supuesto, lo documentamos, pero de nada sirvió porque la familia de la niña no quiso seguir con el caso... En realidad, estaban amenazados a muerte. Y Beto salió de la cárcel... Por desgracia para él”.
BETO
“Seis meses estuvo en la penitenciaría, guardando su ira y su odio contra la familia de su víctima -agregó el fiscal-; los acosaban, los seguían, los intimidaban, y ellos no soportaron más. Así consiguieron que Beto saliera libre. Un día, después de recobrar la libertad, Beto llegó a la casa de su víctima, borracho, y le gritó a la niña que se fuera con él. El papá de la niña no estaba. Cuando regresó de su trabajo, la esposa le pidió que denunciara a aquel hombre de nuevo. El señor se dejó caer en un sillón, y se puso a llorar de impotencia...”.
“Nos vamos a ir de aquí -le dijo a su familia-; no quiero más problemas con esa gente”.Y así pasó. La familia se cambió de casa una vez más. Y tuvo paz por casi dos años, hasta que una tarde, un equipo de la Policía de Investigación Criminal llegó a su casa.}
“Queremos hablar con usted” -le dijo un agente. “¿En qué les puedo servir?” “Es sobre Beto, el hombre que estuvo acusado de violar a su hija...” “Sé quién es ese miserable... No tiene que darme más explicaciones”.“¿Ha sabido algo de él últimamente?”.
“No, señor; ni quiero...”.“¿Sabe que hoy en la mañana encontramos su cadáver amarrado de pies y manos, desnudo, y con signos de haber sido torturado... Y la causa de muerte fue estrangulamiento con un torniquete, según lo que nos dijo el forense...”El hombre miró por un momento al policía. No dijo nada, pero una nube de sangre le cubrió el rostro.“Pues, alguien le dio su merecido a ese violador de niñas” -dijo.“Y, junto a su cadáver, encontramos un muerto más...”.
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“Ah sí”. “La familia los reconoció en la escena del crimen... El segundo muerto era uno de los dos hermanos varones de Beto... También estaba amarrado de pies y manos, con la diferencia de que estaba vestido, y fue degollado en el mismo lugar donde los encontramos”.
El hombre miró fijamente al detective. “Y ¿qué tengo que ver yo con eso? -le preguntó-. Algo debían, y por eso los mataron...”“Nosotros creemos que tal vez usted tiene algo qué decirnos...”“¿Ustedes creen que yo maté a ese miserable y a su hermano?”
Es en lo primero que hemos pensado; y la madre y las hermanas, dicen que usted fue el asesino... Ambos hermanos desaparecieron ayer después de ver un partido de fútbol en una cancha de la colonia San Miguel... Bebieron, fumaron, y se fueron en una misma moto; la moto de Beto... La moto fue encontrada cinco calles más allá, en un lugar oscuro.
De los dos hombres no se supo nada, hasta ahora... Alguien los mató... Y se dio el tiempo para denudar a Beto, torturarlo, cortarle los genitales, y matarlo lentamente, con un torniquete... ¿Sabe usted lo que es este tipo de cosas?”
El hombre no respondió. Se levantó del sillón, llamó a su esposa y le pidió que trajera a su hija. Cuando la niña estuvo frente a los policías, estos vieron a una persona llena de miedos, con ojos permanentemente húmedos, delgada en extremo, y con muchas cicatrices en los brazos.
“Tiene dos años de estar con el psiquiatra -les dijo el padre a los policías-, y no ha mejorado... No come, no va al colegio, perdió las ganas de vivir, y se hace daño, por lo que hay que estar vigilándola siempre... El doctor dice que hasta que supere el trauma de la violación, y el miedo a su violador, ella va a empezar a tener una vida casi normal...”
Los policías no dijeron nada. El hombre le hizo una señal a su esposa, y ella y la niña se retiraron de la sala. El detective a cargo, les dijo a sus compañeros que lo esperaran en la patrulla.En la sala había olor a tristeza, a dolor, a angustia, a lágrimas.
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“Es mi única hija -dijo el hombre, con los ojos húmedos-, y ese desgraciado le destruyó la vida...”El policía no dijo nada. Las lágrimas rodaron por las mejillas pálidas del dueño de la casa. Hubo un silencio largo y pesado.Al final, el hombre suspiró, miró al detective, y le preguntó:“¿Qué hubiera hecho usted, señor?”
El policía se puso de pie. “Lo mismo que usted -le dijo-. Lo mismo que usted”. Se despidió, y no regresó nunca más a aquella casa.
Nota final
Hoy quiero recordar a mi buen amigo Pablo Gerardo Matamoros y enviarle estas líneas hasta el cielo, en sincero homenaje a su amistad, a su caballerosidad y a su gran don de gentes.
Se lo llevó la Covid-19, un par de meses después de que se llevara a mi madre. Y estas son dos de las muertes más dolorosas que he sentido.
Hoy, aunque unos días después, quiero desearle a Pablo Gerardo un feliz Día del Periodista, decirle que lo recuerdo con la misma estimación de siempre, de la misma forma en que lo recuerdan muchos de quienes lo estimaron y recibieron de él su gentileza y su amistad. Sé que Pablo Gerardo está con Dios. Aquí, lo recordamos con cariño.